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43. Bésame donde duelen las promesas.

Él sonríe, y me encanta odiar esa sonrisa.

El vino me arde en la garganta y también en la cabeza.

Siento la música latir en las paredes mientras Álvaro me observa desde la barra con esa calma depredadora. Su copa descansa olvidada; sus ojos, en cambio, me recorren sin pudor, delineando cada curva b...