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La cama se sacudió bruscamente, y antes que pudiera comprender qué ocurría, el lobo me tumbó boca abajo y se tendió sobre mí, estrechándome entre sus brazos y mordisqueándome el cuello y el hombro.

—Dime que tienes la dichosa cinta aquí contigo —susurró agitado.

Todavía sobresaltada y medio dormid...