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Capítulo ciento veintidós

—Móntame —dijo con voz tensa. Sus pupilas se dilataron y su ceño se frunció. Líneas profundas se marcaron en su frente, y sus manos apretaron sus caderas con tanta fuerza que ella no pudo hacer más que contraer sus músculos internos alrededor de su erección.

—Dulce cielo —gimió.

Ella no iba a agua...