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CAPÍTULO TREINTA Y TRES

Me incliné en señal de obediencia ante ambos, dos figuras que habían logrado hacer mi vida miserable pero que se negaban a permitirme sentir realmente mi odio hacia ellos.

Pausaron su discusión en voz baja sobre algún cuchillo y se centraron en mí, sus miradas penetrantes haciéndome sentir aún más ...