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CAPÍTULO CIENTO SETENTA

Entré en la habitación y el hedor a orina y suciedad me golpeó. No se había duchado en toda la semana que llevaba aquí. Todavía llevaba la ropa ensangrentada con la que había llegado.

—Vamos chicas —dije con brusquedad—, ¿cómo esperan que les diga algo cuando está sentado en su propia orina? No le ...