




6: Adiós a mi virginidad
Ignoré los gritos y las pataletas de esa mujer, la saqué de ese bar. Nadie se atrevió a decir nada, porque sabían bien quién era.
Entramos al carro, ella no dejaba de acariciar mi rostro y poner sus manos en cada rincón de mi cuerpo. Me preguntaba quién era, así que al final decidí buscar alguna identificación y fue en ese momento en que saqué su DNI.
—Mierda —miré el nombre reflejado ahí —, así que tú eres Alexandra Bennett… Mi flamante prometida.
Sabía bien que el apellido Bennett era único en esta ciudad, además sería demasiada coincidencia que existan dos mujeres con el mismo nombre y apellido en este sitio. Aparte de eso, las hermanas Bennett se caracterizaban por tener ojos verdes esmeralda, algo que la mujer a mi lado poseía.
—Quiero ir al mejor hotel de la ciudad —le ordené al chófer —. Vamos de una vez.
No podía llevarla a la casa, todavía no tenía tanta confianza para poder exponerla ante mi hijo. Llegamos al hotel, solicité una entrada privada para evitar que los demás me vieran con una mujer en estas condiciones y comenzaran los rumores en la ciudad.
Entré a la suite presidencial, caminé en dirección a la cama mientras cargaba a Alexandra. La puse en la cama y aparté su cabello dorado de su rostro.
—Quiero que descanses —ella me miró fijamente y acarició mi rostro con una ternura que me sorprendió —. ¿Qué haces?
—En serio, eres muy apuesto. No me has hecho daño e incluso me protegiste de esos hombres, siento que eres alguien bueno a pesar de que me trataste fatal inicialmente.
—Descansa, Alexandra Bennett.
No pensaba aprovecharme de una mujer en estado de ebriedad, no era esa clase de hombre. Al final decidí apartarme del lado de Alexandra. Podía sentir cómo una corriente eléctrica permanecía en mi mejilla.
—No te vayas.
Alexandra tomó la manga de mi camisa y me jaló a su lado. Sin mediar palabra, ella me besó y, aunque la quise rechazar, lo cierto es que me miré correspondiendo a ese beso.
Mis manos se deslizaban por su piel, que era igual de suave que la seda, e incluso podía jurar que era más suave.
—Alexandra, esto no está bien.
Ella no dijo nada, se sentó encima de mí y comenzó a desabrochar mi camisa. Una vez que lo hizo, sus manos se pasearon por mi abdomen y me miró con un deseo que no sabía disimular en absoluto.
—Quiero estar contigo, por favor no me rechaces.
Quizás no era una buena idea que me aprovechara de la situación, pero en estos momentos no pensaba en otra cosa más que estar encima de Alexandra y hacerla mía por completo.
La tomé de la cintura y le di vuelta, quité ese vestido que me molestaba que usara mientras otros hombres la veían. Mis labios hicieron un surco en su piel, sin pensarlo mucho quité su ropa interior y al verla totalmente desnuda e indefensa delante de mí, sentí como aquella erección que había nacido desde que me besó, se ponía más dura.
—¿Estás segura de esto?
Un leve asentimiento de cabeza fue suficiente para que yo tomara las riendas de la situación. La besé con deseo y podía sentir como sus labios envolvían por completo mi lengua que se colaba en su boca.
Bajé un poco más y deposité besos húmedos en su cuello, podía escucharla gemir bajito y esto solo hizo que me pusiera más duro. Llegué a su zona baja, abrí sus piernas con cuidado y firmeza al mismo tiempo.
Tomé posesión de su zona baja con mi boca, ella tomaba mi cabello para profundizar lo que hacía. Sus piernas se abrían conforme avanzaba, pero en el momento en que intenté meter uno de mis dedos en su vagina, Alexandra se cerró.
—No, eso no —miré como se avergonzaba y apartaba su mirada de la mía —quiero que primero entre, ya sabes qué…
No insistí en hacer tal cosa, así que al final me puse de rodillas delante de ella y nuevamente volví a abrir sus piernas con el mismo cuidado de antes.
Me acerqué a la entrada y una vez que estuve ahí le di la primera estocada, pude sentir lo estrecha que estaba. Me costaba moverme, al ver a Alexandra pude notar que sentía un profundo dolor.
—¿Estás bien?
—Sí, solo que me duele, pero me gusta así que sigue.
No pensé mucho las cosas y comencé con el vaivén de los movimientos, podía notar que Alexandra tenía dolor y aunque una parte de mí quería detenerse lo cierto es que no podía hacerlo.
La tomé de la cintura y la embestí con más fuerza, al ver hacia abajo miré primero algo rojo pálido que era casi rosado y luego de varios movimientos más aquello se volvió de un rojo carmesí.
—Alexandra, ¿Eres virgen?
—No, lo era hace unos momentos.
Me quedé frío al escuchar a Alexandra decir esto, quería detenerme, pero ella no tenía esas intenciones en absoluto. Me dio la vuelta y se puso justo encima de mí solo que no viéndome de frente sino que estaba inversa, su cabello caía por su espalda y miré cómo comenzó a moverse en esta posición.
—Mierda —tomé su trasero entre mis manos —sigue así, bebé.
Sentí un placer recorrer cada centímetro de mi piel en el momento en que ella comenzó a darme sentones. Su trasero rebotaba de una manera muy sensual, no era para nada vulgar. Si no hubiera sido porque sangró, juraría que no era virgen y que sabía bien lo que hacía.
Le di la vuelta y la puse en cuatro, al ver su culo tan redondo, no pude resistirme a darle una nalgada que ella respondió con un gemido bajo.
—Gime para mí, bebé —la tomé del cabello y emitió un quejido —así, sigue de esa manera.
Ignoré todo lo que mi cabeza me decía referente a que debía ser delicado, la embestí con una fuerza que pensé por un momento en que la iba a partir en dos. Sus uñas se clavaron en mis brazos y la sangre salió casi de inmediato mientras sentía un placer embargante ante este gesto.
Ella se hizo hacia atrás y hacia adelante en el momento en que me detuve. Cuando comenzó a hacer movimientos circulares fue que sentí como todo se concentraba de golpe en mi zona baja y fue en ese instante en que llegué al clímax.
Me caí rendido al lado de Alexandra, ella se acercó a mí y me dio un beso bastante tierno para luego recostarse en mi pecho.
—Gracias por esto, me complaciste demasiado.
Sabía bien que no había llegado a un orgasmo, me preguntaba si realmente había hecho un buen trabajo. No sabía, al final de cuentas nunca me había metido con una mujer virgen.
Perspectiva de Alexandra.
Me desperté en la habitación de un hotel bastante lujoso, sentía como si me hubieran agarrado a palos. Al moverme un poco sentí algo espeso justo debajo de mí y miré sangre.
—¡¿Qué es esto?! —me asusté y di un brinco, entonces me di cuenta de algo —¡Estoy desnuda!
Rápidamente tomé una sábana para cubrirme, me fui hacia abajo como si hubiera cometido el peor de los crímenes y miré a mi alrededor.
—No hay nadie… Maldición… Esto…
No había que ser un genio para saber que le había entregado mi virginidad a un hombre desconocido. Definitivamente no quería esto para mí y me sentía totalmente fatal.
—Quería llegar virgen al altar —las lágrimas se comenzaron a acumular en mis ojos —no puede ser.
Miré a mi alrededor mientras ignoraba el dolor de cabeza punzante que tenía, no había nadie alrededor. Lo único que pude hacer fue arrastrarme hasta el baño, miré la sangre en mis muslos y comencé a llorar.
—Ni siquiera pregunto porque me pasa esto a mí, seria el colmo que lo haga —sequé mi rostro y enjugué mis lágrimas —ni siquiera pudo esperar a que despertara, ahora ese hombre era un completo desconocido para mí. A mala hora tomé tanto y no puedo recordar con quién demonios me acosté, en definitiva esto no era lo que tenía planeado al momento de perder mi virginidad…