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Capítulo 36: el eco de la profecía

El silencio después de la batalla era aún más aterrador que el estruendo mismo. El aire olía a humo, a hierro y a esa energía extraña que todavía palpitaba en mi piel. Adrian permanecía junto a mí, con los músculos tensos, los ojos plateados buscando entre las sombras cualquier movimiento. A pesa...