




Capitulo 3: La marca
El silencio dentro del auto era casi tan intenso como el rugido del motor. Afuera, la ciudad quedaba atrás: luces de neón reflejadas en el pavimento mojado, calles desiertas que parecían observarnos en silencio, y el eco distante de sirenas que quizá no venían por nosotros… o quizá sí.
El aire estaba cargado de una tensión que me apretaba el pecho. Adrian no hablaba. Tenía la mirada fija en la carretera, los nudillos tensos aferrados al volante. Su presencia llenaba el espacio como una fuerza imposible de ignorar. El calor que desprendía parecía desafiar al frío de la noche y, aun así, yo temblaba.
Necesitaba respuestas.
—No puedes soltar algo como “eres mía” y luego callarte. No soy un objeto —espeté, intentando que mi voz no delatara el miedo que me atravesaba.
Él sonrió apenas, un gesto breve y peligroso.
—No lo eres. Pero eso no cambia el hecho de que te encontré… y ahora, cualquiera que huela tu rastro también lo sabrá.
Fruncí el ceño.
—¿Rastro? ¿Qué demonios eres?
Su mirada se desvió de la carretera por un segundo, suficiente para que un escalofrío me recorriera de pies a cabeza.
—Un hombre lobo, Luna. Un Alfa. Y tú… —se detuvo, como si la palabra fuera demasiado grande para pronunciarla— eres algo mucho más raro.
No supe qué responder. Mi mente buscaba explicaciones lógicas, pero los recuerdos de la pelea en el club me aplastaban cualquier negación: los colmillos, las garras, los ojos plateados. Nada de eso podía ser real, y sin embargo lo había visto.
El auto se desvió hacia una carretera estrecha, rodeada de bosque. Los árboles parecían cerrarse sobre nosotros como guardianes silenciosos, y por un momento, tuve la sensación de que estábamos entrando a otro mundo.
Finalmente, llegamos a una casa apartada, enorme y oscura, con ventanales altos que reflejaban la luz de la luna. No era solo una casa… era una fortaleza escondida en la espesura.
Adrian apagó el motor y se giró hacia mí.
—Aquí estarás segura por ahora.
No me moví.
—¿Por qué me atacaron en el club? —pregunté, con la garganta seca.
Él sostuvo mi mirada, y en sus ojos había algo que no era solo deseo o poder… era reconocimiento.
—Porque llevas algo que muchos matarían por tener. Una herencia que ni siquiera sabes que existe.
Tragué saliva.
—No tengo nada. Solo mi vida.
—Exacto —murmuró él—. Y tu vida, Luna, está marcada.
Me abrió la puerta antes de que pudiera replicar. Dentro, la casa olía a madera, a humo de chimenea y a un aroma salvaje, masculino. Caminé detrás de él, intentando ignorar cómo mi cuerpo parecía reaccionar con cada paso que daba cerca de él.
El salón principal estaba iluminado por el fuego que ardía en la chimenea. Las sombras se extendían sobre las paredes como criaturas vivas. Adrian se quitó la chaqueta con un movimiento ágil, y en ese instante vi algo en su cuello: una marca oscura, parecida a un tatuaje, pero con formas que parecían moverse bajo la piel.
No pude evitar preguntar:
—¿Qué es eso?
—La marca de un Alfa. Y pronto… —dio un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros— …tendrás la tuya.
Retrocedí hasta chocar con la pared.
—No voy a dejar que me “marques” como si fuera…
—Como si fueras mía —terminó él, con voz baja, cargada de una autoridad que me hizo contener el aliento—. No entiendes. Si no lo hago, ellos te encontrarán.
Su cercanía era un campo de fuerza. Podía sentir el calor de su cuerpo, el ritmo firme de su corazón. El aire entre nosotros se volvió eléctrico. Y entonces ocurrió: un destello en mi mente, un recuerdo que no era mío… o tal vez sí.
Un bosque iluminado por la luna, el aullido de lobos que estremecía los huesos, y una voz masculina susurrando mi nombre con urgencia.
Sacudí la cabeza.
—¿Qué… fue eso?
Adrian me tomó suavemente por la barbilla, obligándome a mirarlo.
—Tu sangre está despertando, Luna. No eres humana. No completamente.
Sentí que el mundo se tambaleaba bajo mis pies. Mis pensamientos se desmoronaban como un castillo de arena. Pero antes de que pudiera asimilarlo, un aullido profundo resonó en el bosque, vibrando en las paredes de la casa.
Adrian me soltó y caminó hacia la ventana.
—Ya nos encontraron.
El rugido de motores se mezcló con los aullidos. Entre los árboles, sombras veloces corrían, moviéndose con una agilidad imposible de seguir con la vista.
Adrian se giró hacia mí, y sus ojos ya brillaban en un plateado intenso.
—No hay más tiempo.
En dos pasos estuvo frente a mí. Sus manos fuertes me sujetaron por la cintura, y un calor abrasador se extendió por mi piel. Sentí algo eléctrico, casi doloroso, en la base del cuello… como si su toque me quemara, pero al mismo tiempo me anclara a él.
—Esto va a doler —advirtió. Su voz fue lo último que escuché antes de que sus labios se posaran sobre mi piel.
Un fuego líquido recorrió mis venas. Mis piernas flaquearon y mi respiración se convirtió en jadeos desesperados. La sensación era insoportable y adictiva al mismo tiempo: dolor y éxtasis, miedo y deseo.
Las sombras del bosque se acercaban. Podía oírlas, sentirlas. Y justo cuando el mundo se redujo a fuego, luna y oscuridad, comprendí la cruel verdad: nada volvería a ser normal.
Yo ya no era solo Luna.
Era suya.
Y también, algo que ni siquiera yo entendía.