




CAPÍTULO 5: UNA PROMESA ES UNA PROMESA.
Magnus despierta por el olor a comida. Al tener un espacio libre se le hace fácil ver a Darwin con ropa deportiva, en la cocina, tarareando y moviendo sus manos de un lado a otro.
Los ojos de Magnus se achican. No es la primera vez que Darwin entra a su apartamento sin permiso, aunque él mismo jamás iría al suyo porque a diferencia del ojigris, él sí respeta la privacidad.
En otro día cualquiera, bromearía con sobre la invasión, comería su comida e irían al gimnasio, pero no se siente de humor. Le molesta verlo ahora. Capta todos sus movimientos y no puede evitar pensar en si está así de relajado y feliz por el encuentro con la morena.
¿Así de buena terminó siendo? Maldición, él quiere tenerla.
—Siento tu mirada sobre mí —dice Darwin en un tono bajo, obligando a Magnus a pararse.
Desnudo, va hacia su closet y aunque siente por un leve segundo la mirada del ojigris, lo ignora. Se coloca la ropa deportiva y llega al mesón, sintiéndose mal al ver que su amigo limpió el desastre que hizo anoche.
Sus ojos se cruzan pero no por mucho. Hay una tensión extraña que jamás habían sentido, y Darwin lo atribuye a lo obvio. Magnus no soporta perder.
—¿Qué hora es? —cuestiona Magnus, revolviendo el plato de huevos con tocino que su amigo le pone al frente.
Darwin suelta un exhalo.
—Exacto las siete y media…
—Mierda, me pasé.
El ojigrís asiente.
—Ya fui al gimnasio —cuenta—. Vine antes pero te vi dormido y no quise molestar…
—Pero limpiaste el suelo y me hiciste desayuno —señala el ojiazul, y cuando alza la mirada, Darwin no aguanta.
—Mira creo que nuestra amistad es lo más importante que tengo después de mi familia —expone honestamente el ojigris—. Sentí que hubo algo de recelo anoche. No quiero que algo entre nosotros… cambie por eso.
Magnus tampoco quiere pero le es imposible. Tiene celos porque este obtuvo algo que él quería.
—Bien…
El ojigris no se convence de eso, pero no puede hacer más así que camina rumbo fuera.
—No vayas al gimnasio tan pronto, la comida…
—No tengo diez años, Darwin. Y no eres mi madre o mi esposa —espeta Magnus.
Darwin contiene el jadeo por la sorpresa de su tono agrio. Antes ese comentario le habría seguido a otro chistoso, pero le da un poco de tristeza que lo diga de esa forma. Como si ambos no se cuidaran mutuamente desde que se conocieron.
El ojigris cierra la puerta con fuerza, y Magnus suelta el tenedor, molesto consigo mismo.
Un par de horas después Darwin se encuentra en la oficina frente a su laptop, aunque revisando contratos y sacando cuentas, con la mente jugándole mal. La música a todo volumen en sus airpods no ayuda, todavía puede escuchar los gemidos de la morena.
Sus manos se tensan al recordar sus dedos en su vagina, llamando su lluvia, y ésta derramándose en las sabanas.
Ladea el cuello, con las venas tensas, cuando el escalofrío le recorre el cuerpo.
«Ohhh, diablos. Me montó tan bien. ¿Pero cómo no? ¿Es profesional, no?», piensa.
Sabe que para ella solo fue simple sexo, y aunque él también debería verlo así… Mierda fueron 9 años sin tocar a una mujer.
Todos los recuerdos se van cuando un perfume invade la oficina compartida.
Darwin se endereza y se concentra en su trabajo, pero ve de reojo al pelinegro el cual no usa corbata ni saco como acostumbra. Y es que ambos mantienen una imagen profesional aunque estén aquí encerrados sin que nadie sepa de qué son dueños.
Las horas pasan en cada uno concentrado en lo suyo. Intercambian algunas palabras sobre un cliente extranjero con empresas en Barcelona, pero eso es todo.
Hasta que el ojigris ve salir a su amigo en la hora del almuerzo, sin él.
Esto es lo último que podía esperar. Las actitudes ariscas le recuerdan a los últimos meses de su matrimonio con Ámbar. Tenían un contacto tan seco, solo por conveniencia; pero se arma de valor porque no puede permitirse que esto lo afecte demasiado.
Sigue concentrado en el trabajo, ya sin apetito, pero tiempo después la puerta se abre. Ni siquiera ve a su amigo. Si cree que va a insistirle, se equivoca.
Pero da un suspiro cuando ve la mano de Magnus deslizando un paquete de rosquillas en su escritorio, y luego, un envase con comida tailandesa. Su mirada se alza hacia su amigo y lo encuentra con los brazos cruzados y esos ojos fijos en él.
—No debiste preocuparte, Magnus. No eres mi madre o mi esposa para…
—Está bien, mierda, lo siento —dice exasperado el ojiazul. Todavía está molesto por lo de anoche pero se siente horrible la falta de palabras de Darwin en toda la jodida mañana—. Sí, bien, ¿quieres que sea honesto? Estoy molesto contigo, pero fui un imbécil.
—Felicidades, ¿las terapias sirvieron o tuviste que tomar las pastillas? —cuestiona con sarcasmo. Magnus lo fulmina con la mirada y Darwin exhala—. Gracias…
El ojiazul asiente y va a su sitio, pero su amigo lo sigue con la mirada. Sabe que es cuestión de tiempo para que…
—¿Molesto o celoso porque la obtuve y tú no?
Magnus contiene la risa. Sí. Ese es el Darwin que conoce.
—Ambas —responde—. Pero ya olvídalo. Mujeres sobran, y nuestra amistad no puede verse afectada por eso.
Darwin está de acuerdo. Pero lo conoce. Sabe que cuando a Magnus se le mete algo en la cabeza, no lo suelta.
—Estuve pensando en… —Darwin se acerca—. No te gusta compartir una mujer.
—No —responde secamente.
—Sí pero ella es una prostituta, así que… Duerme con cualquiera. Queriéndolo o no es como si la compartieras.
Magnus no había pensado en eso.
—Habla de una vez…
—Acuéstate con ella —sugiere el ojigris sin cuidado—. Dije que solo sería una noche y así será, ¿por qué no puedes tenerla tú?
El ojiazul no puede creer lo que escucha.
—Pero tú…
—No, esto no tiene que ver con mi pasado. Hice mal a mi ex esposa cuando supe que me estaba engañando con otro. Esta mujer es una…
—Sí, sí —interrumpe, levemente emocionado con la idea—. Pero no lo haré.
—Entonces no quieres ser el siguiente —se burla—. ¿Qué? ¿Temes que no puedas satisfacerla como yo?
—Darwin, por favor, cállate, ¿sí?
Darwin ríe, incrédulo por su orgullo. Él, sí, se sintió diferente, y no va a mentir que le gustaría volver a tenerla pero solo ha sido una noche, puede con eso. Puede con que su amigo la tenga y así puedan ser los mismos de antes.
Vuelven al trabajo, e incluso termina el día. Luego ambos bajan las escaleras para ir a su piso, pero Magnus, quien no se seca de la cabeza la idea de poseer a la mujer, termina deteniéndose en la puerta del apartamento.
Darwin ríe, burlándose de su indecisión.
—Prometo que no cambiará nada —lo insta.
—Solo una vez —asegura Magnus.
El ojigrís sonríe de medio lado.
—Una promesa es una promesa, amigo…
Pero hay otra cosa que también comparten, y es el hecho de que son malos cumpliendo promesas.