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CAPÍTULO 4: PELIGROSOS PENSAMIENTOS.

Magnus entra a su auto y toma con fuerza el volante, con miles de pensamientos. Ni siquiera sabe cómo llega al edificio, el mismo donde comparte oficina con Darwin y donde cada uno tiene su apartamento al lado del otro.

Al entrar a su apartamento, va por una ducha fría, terminando de bajar la temperatura caliente de su cuerpo causado por la competencia, la perdida y la irritación.

Se le ha hecho imposible no pensar en que la vida insiste en hacerlo perder. Antes, al conocer a su ex esposa Irina él pensaba que podría ser su perfecta sumisa, pero resultó que ella era bisexual, y sugirió que tuvieran un matrimonio poliamoroso, con una sumisa en sus vidas. Él aceptó para hacerla feliz, pero luego se dio cuenta de que realmente lo disfrutaba; tener a dos mujeres adorándolo lo hacía sentir como un Dios.

Luego conocieron a la tímida e inocente Eva. La competencia con su ex esposa por la chica era secreta pero palpante, lo llenaba de una ira incontrolable que solo podía descargar castigando a la propia Irina en el sexo; pero luego tuvieron a Eva por primera vez, juntos, la chica salió embarazada, y este pensó que finalmente había ganado todo en la vida.

Millonario, con dos hermosas mujeres en su vida, un hijo, y un sexo increíble. ¿Qué más podía pedir?

Todo se vio estropeado por las secuelas de sus propios traumas. Con pensamientos asesinos, dominante, manipulador. Una combinación que desató su caos cuando comenzaron a surgir amenazas contra la destrucción de su familia, pero especialmente con Eva.

Cometió muchos crimines y aunque tenía mucho dinero no pudo esconder sus secretos. Eva se enteró de todo, lo vio como un monstruo, y a partir de allí todo fue en picada. Ella se escapó con otro hombre, él la consiguió, la secuestró, pero Irina los encontró. Ambos le hicieron mucho daño a Eva.

Lo perdió todo, fue a la prisión psiquiátrica, recibió ayuda, aún toma sus medicamentos, contrarrestando sus pensamientos psicópatas; pero el resentimiento consigo mismo sigue allí, la rabia por haber hecho tanto daño, la muerte de Irina, no poder ver a su único hijo…

Teniendo esta nueva vida pensó que jamás tendría que volver a un momento donde la amenaza podría desestabilizarlo, pero se equivocó.

¿Cómo es que este simple acontecimiento lo ha hecho sentir así?

Hay tantas mujeres que de hecho no andan vendiendo su cuerpo a cualquiera, tantas sumisas que puede conseguir, solo para él.

Pero hay un problema.

Fueron esos ojos verdes, decididos, llenos de rabia, pasión, lujuria, tanto control. Fue ese cuerpo exótico lleno de curvas, piernas de acero. Jamás había visto una mujer como ella. Toda su vida sexual se basaba en sus gustos marcados: rubias o castañas. Irina o Evengeline.

Seca su cuerpo y sale desnudo del baño, rondando su apartamento con los pies descalzos como suele andar, excepto cuando está Darwin.

Ya que su estómago ruge saca de su nevera lo que se suponía iba a cocinar con Darwin, pero al verlas en el mesón tiene las ganas de tirarlo al suelo. No obstante, controla su respiración. Nada de lo que haga lo hará ganar esa oferta.

Darwin tenía razón, estaban allí porque él mismo lo orilló. No tiene caso estar molesto con nadie.

No puede pelear con su mejor amigo. Es el único hombre en todo el maldito planeta con quien comparte pasado, vivencias, e incluso problemas mentales. Fue quien lo ayudó a salir de prisión en libertad condicional cuando nadie más pensaba en ayudarlo. Complementan tan bien, que se siente como si se conocieran de toda la vida. No puede echar a perder eso.

Pero debe buscar una manera de drenar lo que siente. Y el único pensamiento que tiene es el sexo. Su cabeza imagina las cuerdas, el olor a cuero, los gritos, el dolor, las suplicas, y su miembro comienza a endurecerse.

Pensar en su ex esposa muerta se siente horrible, pensar en Eva le causa dolor, así que, frustrado, termina tirando toda la comida del mesón al suelo.

—¡Maldición! —grita con impotencia.

Tiene que controlarse. Pasó tanto tiempo sintiéndose tan bien, no puede perder eso.

Busca las pastillas para dormir, se toma dos, y en pocos minutos, cae como piedra en su cama; pero su último pensamiento es el pecho agitado de la morena viéndolo desde abajo.

Por otro lado, Catalina ve al ojigrís dormido en la cama mojada con su semen y sus propios jugos; su cuerpo está desnudo, brilla del sudor y ronca ligeramente.

Ha tenido las dos mejores horas de sexo en su vida, y eso que ha tenido mucho sexo. Aunque ni ella se lo crea, la ha dejado ansiando más, pero este se desplomó justo después de su propio tercer clímax, y ahora ella está en la esquina de la cama, cuestionándose de dónde ha salido este hombre.

Pero se regaña a sí misma por pensar demasiado. Él es solo un cliente, como los demás.

Su deber es despertarlo e indicarle que debe irse porque tiene que dejar la habitación como la consiguió, de lo contrario ganará problemas con la Madame, pero se ve tan cansado y tan…guapo.

«¡Demonios, Catalina! ¿Qué sucede contigo? ¿Es la ovulación?», se regaña.

—Oye, debes irte, ahora —espeta, fingiendo desinterés. En segundos ve esos pares de ojos grises abrirse, se tensa, así que lo evita y se levanta de la cama envuelta en una bata—. Por favor, vete. Me meterás en problemas o tendrás que pagar más.

—Demonios, ¿cuál es tu precio? Voy a llevarte conmigo, mujer —murmura entre dormido, pero cuando se encuentra con el silencio, piensa en que no estuvo bien decir eso.

Él no quiere una relación de ningún tipo. No confía en las mujeres desde que su propia ex esposa fue la encargada de mandarlo a prisión, justo cuando él estaba por ganar la presidencia en Gales, pero también justo cuando estaba en su momento más débil.

Aunque no sabe si debe agradecerle a Ámbar por haberlo detenido en ese momento o no, sigue herido.

Esta mujer simplemente lo fascinó por su cuerpo exótico. No es más que un buen polvo.

—Vete por favor —le pide, incomoda por su comentario.

Darwin se pone serio. Se viste, la ve por última, y siente que debe decir o hacer algo más, pero simplemente se va.

Con cada paso que da fuera su corazón palpita acelerado. Mira por todos lados en las mesas y al no ver ni a Magnus ni a Martín, va a su auto. Conduce, y se siente extraño.

No está tenso, el peso en su cuerpo ha desaparecido, no se siente irritado; pero hay algo que se ha encendido en él. Y quiere pensar que son sus deseos de volver a controlar a una mujer, como en el pasado.

Al entrar a su apartamento, su mente le manda ráfagas de imágenes con la mujer de la que desconoce nombre, pero también del rostro tenso de Magnus, así que va hasta su apartamento. Sin embargo, cuando está fuera de la puerta, se arrepiente.

Quiere pensar que están bien y que sus vidas no se verán afectadas después de esta noche, pero en el fondo sabe que no será así.

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