




CAPÍTULO 3: LA OFERTA
Aunque no pueden verlo porque la competencia se apodera de ellos, es como si esta desconocida ha despertado sus instintos.
Magnus recuerda lo bien que practica BDSM, lo hermoso que es escuchar los gemidos con la palabra “Señor”, lo mucho que le gustaría atacar esos labios esponjosos.
Darwin recuerda lo bien que se siente el sexo salvaje, con mujeres vistiéndose como él ordena, fingiendo personajes o simplemente dándole una exquisita mamada.
Cuando ven a la morena en el suelo, desnuda, no pueden compararla con sus ex´s, Ninguno ha estado con una ojiverde, o con una mujer de piel morena. Definitivamente lo desconocido los atrapa; pero como adultos que son, mantienen la postura.
—No hay forma de que tenga otro cliente esta noche —refuta la Madame, mientras la chica mantiene la mirada asesina en el hombre que es sacado fuera por dos guardias de seguridad.
A los amigos les da curiosidad saber qué pasó.
La están mirando cuando ella alza la mirada, un poco cohibida por el porte elegante y lo guapos que son, pero increíblemente los dos desvían la mirada mientras meten las manos en sus bolsillos.
Al verse entre ellos se dan cuenta de algo extraño, ¿qué diablos les sucede?
Jamás le habían desviado la mirada a una mujer por nervios, hasta ahora.
—Debe haber una forma —insiste Magnus.
La Madame suelta el cabello de la morena y la reprende con la mirada.
—¿Sabes cuál va a ser tu castigo? Vas a estar con alguno de estos por dos horas enteras y lo que paguen irá directo a mi cuenta.
—Bien, acepto —responde la chica sin parpadear. Luego se levanta del suelo, y entra a la habitación de antes—. Quien sea que pase —dice sin cuidado.
A ambos les sorprende su carácter. No está intoxicada, ellos saben ver eso. Incluso después de atacar a ese otro hombre y ahora tener que dar sexo gratis cuando es su trabajo, sigue intacta. Eso los cautiva más.
Principalmente, Darwin se cautivaba con mujeres que parecían demasiado débiles para defenderse, fáciles para manipular. Y para Magnus, aunque su ex esposa Irina tenía un carácter fuerte, al final del día vivía solo para complacerlo a él; y ni qué hablar de su ex sumisa, Eva, un hermoso corderito castaño tan débil.
Sí, sin duda esta chica es todo lo contrario a lo que ambos están familiarizados, así que el reto, los entusiasma.
—Mil grandes —ofrece Darwin.
—Dos mil —contraoferta Magnus.
Ambos se miran con los ojos entrecerrados.
La Madame los examina, asombrada. Ellos no saben que esa mujer solo cuesta cien grandes la media hora. Así que viendo que son tan ingenuos, planea sacar más de ellos.
—Ella solo está disponible a partir de tres mil grandes, pero como está castigada…
—Cinco mil —negocia Magnus, tenso por tener que discutir.
Darwin aprieta el borde del bolsillo de su pantalón de vestir, ansioso e irritado.
—Diez mil —ofrece, causando que Magnus lo acribille con la mirada—. Tú insististe en que era mi hora. Estoy aquí por ti, así que si no tengo lo quiero, entonces no lo haré.
Magnus se muerde el interior del cachete, frustrado. Mierda. Realmente le interesa la morena, pero incluso si Darwin está con ella hoy y él vuelve mañana, sería imposible tenerla. Para él la idea de compartir una mujer con otro hombre es inconcebible. No podría estar con ella sabiendo que la noche anterior su amigo la tuvo.
—Bien, disfrútala —masculla tenso, para comenzar a alejarse.
Darwin abre la boca para refutar pero se calla. Él quiere tenerla pero le incomoda saber que por esto se fracture la amistad.
Sin embargo, cuando lo ve irse, ya no puede hacer más. Pasa su tarjeta en un punto que la Madame saca de algún lugar y de repente tiene diez mil dólares menos en la cuenta.
Con un suspiro Darwin entra cautelosamente a la habitación roja. Hay algunas cuerdas en una esquina, y las ve mal acomodadas, se pregunta si el hombre las usó con ella antes. Huele a lubricante y enjuague bucal.
Ella cambia las sabanas de forma perfecta y él suspira, pues recuerda a su ex esposa.
Sacude la cabeza, despejando esos pensamientos y se acerca a ella. Pero Demonios, hace tanto tiempo que no toca a una mujer, que no sabe qué paso dar. No quisiera desatarse como una bestia con ella, pues siente que la chica ha tenido demasiado por esta noche; lo ve en sus ojos aunque su postura indique otra cosa.
¿Pero desde cuándo ha pensado tanto en contenerse con una mujer?
Exacto. Desde que hirió profundamente a Ámbar, y con la terapia en prisión aprendió a considerar los sentimientos de los demás antes que los suyos.
—¿Y qué quieres hacerme, señor…? ¿O prefiere que le diga “Mi Lord” “Amo”?
—Solo dime Darwin —pide, pues no quiere que nada sea como en el pasado.
—Darwin… —La morena suspira y se acerca a él.
Cada paso descalzo hasta él, le acelera el corazón. Y cuando ella toma su mano para guiarlo a la cama, se le corta la respiración.
Ella sube su cuerpo exótico en sus piernas, rodeándolo. Luego quita su corbata, lo mira a los ojos y juguetea con él al fingir que va a besarlo. Darwin cae cada vez más en su trampa, sintiéndose caliente y duro en segundos, así que toma sus caderas con firmeza, sacando un jadeo de la morena.
El ambiente para él comienza a sentirse muy tenso, mientras que ella solo piensa en hacer su trabajo; no obstante, hay algo en este hombre que le causa curiosidad. La mira con hambre pero parece sin vida, roto.
Es guapo, de cabello castaño oscuro, ojos grises que parecen atravesar el alma como un cuchillo de plata pura. Tiene una barba de candado, musculoso natural, blanco, de labios rosados demasiados delicados para ser de hombre, huele a perfume masculino suave pero atrapante. Sin duda el hombre más guapo con el que estará en meses.
Le quita su camisa de vestir, pensando en qué tipo de empresario será, y tira su pecho a la cama. Él la mira con lujuria, y ella comienza a moverse sobre su paquete duro, sintiéndose curiosamente mojada demasiado rápido.
Al sentirse abrumado, Darwin no puede dejar que ella tome el control, así que su mano venosa va hasta su cuello, y la lleva a su boca para devorar sus exóticos labios.
Lo que comienza como un beso desinteresado por parte de ella, se profundiza a uno necesitado y caliente. La lengua de Darwin se pierde tan bien en su boca, y sus manos tocan sus pezones y cuerpo con tanta precisión, que suelta el primer gemido.
La morena abre los ojos, dándose cuenta de que se está dejando llevar demasiado, pero cuando ve esos ojos envueltos en fuego sabe que no hay vuelta atrás.
«¿Qué más da? Es solo un cliente atractivo. No hay nada de malo en pasarla bien después de tanta basura», piensa.
—Follame ahora, Darwin —le pide, metida en su papel, pero también, anhelando como hace tiempo no anhelaba el sexo.
Esas palabras es lo que el ojigrís necesitaba para volver a ser él, pero como si estuviera en otro mundo, y en otra piel.