




Capítulo tres
Cinco años después: Un encuentro inesperado.
Pasaron cinco años. Leticia no recuperó por completo sus recuerdos, pero con la ayuda de Guadalupe e Isabel, aprendió a vivir de nuevo. Sin embargo, su paz se vio interrumpida por una nueva tragedia. Guadalupe, su único pilar, fue atropellada por un automóvil que se dio a la fuga. Esta vez el diagnostico si fue crítico. Con su abuela en estado vegetativo, Leticia se vio obligada a buscar ayuda.
Desesperada, viajó a México para pedirle ayuda a su padre, pero su madrastra la recibió con crueles burlas. Leticia, con el corazón destrozado, se dio la vuelta y se marchó de vuelta a Miami,
Paseando de regreso a casa de Isabel, luego de ver a su abuelita en el hospital, un panfleto se cruzó en su camino, lo tomó del suelo advirtiendo una salida en una empresa de perfumes llamada VanilaCorp. No dudó en tomar ese panfleto como una señal del cielo.
Al siguiente día, rayando el alba despertó, dispuesta a dirigirse a ese lugar con la ilusión de plantearles que ella era la persona que estaban buscando. Al llegar a la lujosa corporación un hilo de esperanza se encendió en su corazón.
—Saludos señorita, ¿Cómo puedo ayudarle? —dijo la recepcionista con una cortés sonrisa.
—Este panfleto se me cruzó en el camino y quisiera optar por un empleo…—un hombre se acercó y no la dejó terminar. Levantó la mirada y sintió cierta familiaridad en sus ojos.
—Señor, tengo habilidades con los perfumes...
—¡Espere, señorita! —la interrumpió el hombre en seco—. Con sus habilidades no hace nada. No me está presentando un currículum, no hay formalidad en su petición. Lamento informarle que no disponemos de un empleo para usted —espetó mientras caminaba. Se detuvo y entró a la oficina. Leticia le siguió —Lo lamento, señorita, no tenemos nada para usted —reiteró.
Leticia salió de la oficina, derrotada. Pero, justo en la puerta, el destino le tendió una mano. Una niña pequeña, con el mismo cabello rojizo que ella, corrió a abrazarla, llamándola "¡Mamá!".
Un trato imposible.
Leticia se acuclilló para recibir el abrazo de la pequeña. Su corazón, por primera vez en años, sintió una punzada de algo parecido a la felicidad. La niña, con su piel clara y ojos tiernos, era la viva imagen de su padre. Con la confianza de un ángel, la pequeña tomó el cabello de Leticia entre sus manitas y le susurró lo mucho que le gustaba.
Confundida por la familiaridad de la niña, Leticia volteó a ver al hombre que le había rechazado minutos antes. Daniel puso un dedo sobre sus labios, pidiéndole silencio, y con un gesto le hizo entender que debía seguirle la corriente a su hija. Leticia, a pesar del desprecio que había sentido, accedió, conmovida por la inocencia de la pequeña.
Dorothy, a quien su padre llamaba Dottie, había sido abandonada por su madre hacía tres años y no dejaba de preguntar por ella. Al ver la conexión instantánea entre Leticia y su hija, a Daniel se le encendió una idea descabellada.
—Acompáñeme a mi oficina, por favor —le pidió a Leticia.
Le pidió a la niñera que se llevara a Dottie por unos minutos para comprarle un helado. La niña, antes de irse, se volteó y preguntó:
—¿Puedo traerle uno a mi mami?
Daniel asintió, y Leticia, desconcertada, lo siguió de nuevo a la oficina.
Una vez adentro, Daniel, sentado en su enorme butaca de cuero, unió las manos con solemnidad. Hizo una seña que le indicaba tomar asiento. La joven obedeció.
—Señorita, sé que ha venido buscando un empleo en mi empresa, pero no puedo dárselo—dijo confiado.
El rostro de Leticia se endureció. De nuevo esa actitud arrogante, pensó.
—Pero, —continuó él, con una voz que intentaba sonar casual, pero con una evidente tensión— tengo una propuesta para usted.
Se hizo un silencio espeso. Daniel la miró fijamente.
—¿Quiere firmar un contrato para ser la madre de mi hija?
El aire en la habitación se hizo más denso. Leticia se quedó sin palabras. Luego, una risa nerviosa escapó de sus labios. La propuesta era tan absurda que no podía creerlo.
—¿Se está burlando de mí? —preguntó Daniel, ofendido.
—En absoluto, señor. Es solo una propuesta... poco común. Y yo, me temo, tengo una historia larga y complicada —respondió Leticia.
—Su historia la escucharé otro día. Ahora solo necesito una respuesta a mi propuesta, la cual, por supuesto, incluye una generosa remuneración económica —se apresuró a añadir.
La mente de Leticia, sin recuerdos de su pasado, se vio inundada de preguntas. Era una propuesta insana, pero el dinero podría salvar a su abuela. Tenía que considerarlo.
—Necesito pensarlo, señor —respondió con un suspiro.
—Es lo que esperaba. Tiene hasta mañana para darme su respuesta. Mi abogado la estará esperando aquí para formalizar el contrato.
La actitud de Daniel, fría y calculadora, la intimidó. Aun así, se atrevió a preguntar:
—¿Puedo preguntar por la madre de su hija?
Daniel soltó un resoplido, como si la pregunta fuera un fastidio.
—Se fue. Hace tres años. Y, desde entonces, Dottie pregunta por ella. Usted, sin embargo, ha causado una impresión diferente en mi hija —expresó atónito. Aun no podía salir de su asombro con lo ocurrido.
Por un momento, la voz de Daniel se suavizó y sus ojos brillaron. Leticia vio en esa fugaz emoción la desesperación de un padre. Sin embargo, él carraspeó, volviendo a su expresión dura y sin emociones.
—Lo pensaré —dijo Leticia, con el corazón encogido por una extraña mezcla de pena y esperanza.