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Capítulo treinta.

Una verdad inesperada.

Después de unos minutos de silencio, que se sintieron como una eternidad, Isabel se secó las lágrimas con el dorso de la mano. La fragilidad en sus ojos se endureció con una determinación que Leticia no había visto antes. La miró directamente, con un tono de voz que la hi...