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Capitulo dos

Un faro en la oscuridad.

Ocho meses después, el mundo de Leticia se había reducido a la vida que crecía en su vientre. El trauma del pasado y una profunda depresión la tenían prisionera en el apartamento de Isabel, pero la inminente llegada de su bebé era la única luz en su oscuridad. Se esforzaba por ocultar su dolor a Guadalupe, su abuela, aferrándose a la esperanza de que su hija naciera sana y feliz.

Cuando llegaron los dolores de parto, Isabel y Guadalupe la llevaron de inmediato al hospital. Horas más tarde, Leticia sostenía en sus brazos a una hermosa niña de mejillas sonrosadas. Aún sin nombre, la pequeña se convirtió en el faro que iluminaba su alma. Las lágrimas rodaron por sus mejillas.

—Eres la princesa que ha traído luz a mi vida —susurró, con la voz quebrada por la emoción—. Aunque tu padre ni siquiera sepa que existimos…—expresó con un sentimiento de culpa. Isabel se despidió de ella y volvió al trabajo. Quedó bajó el cuidado de Guadalupe, quien acostó la bebé en su cunita para que Leticia pudiese descansar.

Sin que Leticia lo supiera, una sombra la seguía de cerca. Romina, con su falso embarazo, había estado vigilando cada movimiento de la joven, alimentando una maldad que no tenía límites.

Una enfermera, cómplice de Romina, se llevó a la bebé para un "chequeo". Leticia, con un pavor inexplicable, se negaba a dejarla ir.

—No se preocupe, solo será un momento. Es el protocolo —insistió la enfermera, con una sonrisa forzada.

Leticia, sintiendo que algo no estaba bien, se aferró a su hija con fuerza.

—Por favor, no se la lleve. Siento que... que no debo dejarla ir —insistió.

La enfermera, con impaciencia, le arrebató a la niña de los brazos. Fue el último momento que Leticia vio a su hijita.

Romina, con un plan cruel en marcha, le pagó a un médico para que diagnosticara a la bebé con una supuesta neumonía. Leticia fue dada de alta con la angustiante noticia de que debía dejar a su hija en el hospital. A pesar de su desesperación, la firma de un documento y la promesa de su abuela de que volverían al día siguiente la convencieron de irse. No sabían que estaban a punto de caer en una trampa aún más perversa.

Un accidente orquestado.

Romina, con su rostro oculto en las sombras, observaba a Leticia y a Guadalupe abordar el vehículo que había contratado. Sus ojos brillaban con una malicia fría. La segunda parte de su plan se activaba: el conductor, sobornado por una fortuna, debía deshacerse de ambas sin dejar rastro. La envidia había consumido su alma, y nada se interpondría entre ella y la vida que anhelaba.

—No deben quedar cabos sueltos —dijo con determinación — ¿entendido? —el hombre sin ninguna expresión en su rostro asintió y se dispuso a esperar que las mujeres bajasen al estacionamiento.

Pero el destino, caprichoso y cruel, tenía otros planes. En la avenida Ocean Drive, un coche se cruzó inesperadamente, provocando que el auto de Leticia se volcara. La colisión fue aparatosa, una danza de metal retorcido y cristales rotos y hasta el conductor quedó mal herido. La coincidencia, sin embargo, era aún más aterradora. El conductor del otro vehículo era Alejandro, el mejor amigo de Daniel. Al reconocer a Leticia, una mujer a la que no había visto en un buen tiempo, el pánico se apoderó de él. Sacó su teléfono y marcó a urgencias, luego a Isabel, quien, con la voz entrecortada por el miedo, solo acertaba a preguntar por la bebé.

—No comprendo que quieres decirme, Alejandro —expresó desesperada. Ellos habían terminado su relación un tiempo atrás e Isabel no quería saber nada de él.

—Se trata de tu amiga, de México…Leticia. Tuvo un terrible accidente, las llevaré al hospital que está de camino —informó.

—¡Oh, no! Su bebé ¿Cómo está su bebé? —Repetía —iré para allá.

Guadalupe, con fracturas y contusiones, gravemente herida y Leticia, con un fuerte golpe en la cabeza, yacía inconsciente, fueron llevadas de emergencia en una ambulancia. Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Romina activaba la tercera y última parte de su plan.

La hija que nunca conoció.

Daniel se encontraba sumido en el trabajo, ajeno al caos que se desarrollaba. Cuando su teléfono sonó, vio el nombre de Romina en la pantalla y dudó en contestar. Pero un presentimiento lo obligó a hacerlo.

—¿Aló? —respondió, su voz llena de cansancio.

—Amor... estoy en una habitación de hospital con nuestra bebé en brazos —dijo Romina, con una falsa emoción. El llanto de una recién nacida se escuchó de fondo.

—¿Qué? —exclamó Daniel, la sorpresa borrando su cansancio —¿Cómo es posible? No me llamaste a tiempo— Había anhelado el momento de ser padre. Sin pensarlo, canceló todas sus citas y se apresuró al hospital.

Al ver a la pequeña en los brazos de Romina, sintió un amor que no sabía que existía. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Se llamará Dorothy —decidió Daniel, la voz ronca por la emoción —era el nombre de mi abuela, ella me brindó su amor hasta el día que partió —contó con emoción, nunca se imaginó la alegría de traer un hijo al mundo.

Romina, al oír el nombre, hizo un gesto de desagrado. El nombre, tan sencillo y dulce, no coincidía con su ambición de grandeza. Daniel, cautivado por la niña, no se percató del desinterés de la mujer hacia la pequeña recién nacida.

El silencio del pasado.

En otra ala del hospital, Alejandro e Isabel esperaban noticias. Cuando el médico salió, les informó que la salud de Guadalupe se encontraba bastante comprometida, pero la situación de Leticia era de atención.

—La señorita sufrió una contusión, un traumatismo cráneo encefálico —explicó el médico—. Sigue inconsciente, pero debemos esperar los estudios que enviamos a hacerle para saber el alcance del daño, por su parte su abuela no está en estado crítico, pero debemos completar una serie de estudio para determinar su condición y poder informarles en concreto.

De pronto, una enfermera corrió a informarle al doctor que Leticia había despertado. Isabel y Alejandro corrieron a la habitación.

—¿Dónde estoy? —preguntó Leticia, su voz llena de confusión.

—¡Leti, estás bien! Estás a salvo —respondió Isabel, con alivio.

Leticia la miró, con los ojos llenos de miedo.

—¿Quiénes son ustedes? —susurró—. ¿Quién soy yo? —con ojos llenos de lágrimas —¿por qué estoy aquí? —Alejandro e Isabel se miraron entre sí sorprendidos por el resultado.

El médico les explicó parte del diagnóstico: amnesia temporal. Leticia no recordaba a nadie, ni a su abuela, ni a su amiga, ni siquiera a su propia hija. El pasado de Leticia, lleno de dolor y trauma, se había borrado por completo.

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