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Capítulo uno

Encuentro Olvidado.

Daniel no podía quitarle la mirada de encima. Llevaba quince minutos observándola, hipnotizado, aunque había bebido tanto que no podía sostenerse. Estaba sentada sola en una mesa cercana, su cabello rojizo caía en ondas sobre su espalda y su mirada, nerviosa e inexperta, recorría la sala como si estuviera atrapada en un nido de serpientes. Suave y delicada, con una copa de champaña en la mano, era la única persona que captaba su atención en el ruidoso club. De repente, sintió un impulso: levantarse e invitarla a bailar.

—¡Espera, Daniel, no te vayas! —lo detuvo Romina, acercándose con una sonrisa cínica. Le extendió un vaso que sirvió previamente—. Un trago para un hombre de verdad. La champaña es para las niñas tontas —aseveró coqueta.

Los amigos de Daniel rieron y él, influenciado por el alcohol y la atmósfera, aceptó el desafío. Se tomó el trago de un solo golpe, sintiendo el ardor del tequila pasar por su garganta ¡Limón y sal! —gritó eufórico mientras los demás le acompañaban con celebración. Romina, satisfecha, se levantó para buscar más creyendo tener el terreno ganado. Daniel, suficientemente tomado, la despidió con un gesto y se perdió en la conversación, sin saber que la joven del cabello rojizo había desaparecido de su vista.

En otra mesa, Leticia luchaba por mantenerse despierta. La voz de su amiga Isabel sonaba lejana.

—Querida, necesitas divertirte, ver otra perspectiva, las cosas bajo una óptica más suave ¡Pareces un zombie! —Isabel la reprendió con cariño—¿Estás prestando atención? Esos tres trabajos te están matando poco a poco. Eres joven y hermosa… inteligente, y en este momento…

—¡Isabel, no me sermonees! —Leticia la interrumpió con un gesto de cansancio y desgano—. Me estoy muriendo de sueño— Bostezó sutilmente tapando su boca y haciendo caso omiso a la palabrería de su amiga.

—¡No seas exagerada! Solo te falta un poco de diversión, ya verás —Isabel miró hacia un lado, sus ojos se iluminaron al ver a un hombre acercándose—. Oh, disimula. Creo que alguien se fijó en ti—afirmó al ver acercarse al hombre de los perfumes como le llamaba ella y el mejor amigo de su novio.

El hombre era Daniel. Su encanto natural luchaba contra una extraña torpeza. Sus ojos se entrecerraban y se tambaleaba ligeramente. Finalmente, llegó donde estaban ellas.

—Buenas noches, señoritas —murmuró, inclinándose hacia Leticia—. No quiero importunarlas, pero ¿me concederías un baile, señorita amiga de Isabel? —extendió su mano ofreciéndosela. Ella miró a Isabel negando con la cabeza con un profundo nerviosismo que le desbordaba a flor de piel.

—Disculpe, señor, no bailo. De hecho, no estoy interesada—Leticia respondió, sin mirarlo a la cara. La aversión por los hombres la invadía. El simple hecho de tenerlo cerca la estremecía.

—Entonces, permítame invitarle un trago y tener una conversación, conocernos y así pueda tener más amigos que Isabel —insistió con caballerosidad. Isabel sonrió encantada. La había llevado a ese lugar para despejar su mente y hacerle ver que tenía la opción de equilibrar el modo como llevaba su vida últimamente.

Leticia, indecisa, repitió insistente su mirada a Isabel, quien le hizo un gesto afirmativo diciéndole entre labios ¡Ve! Leticia lo pensó por unos segundos, pero al final decidió darle la oportunidad a esa noche que se había planteado sería distinta. Además no quería ser descortés.

La noche se convirtió en un borrón para Leticia. Entre copas y risas, el recuerdo de su trauma se fue desvaneciendo poco a poco. La conversación se había vuelto tan amena que sonreía animosa, mientras los tragos iban surtiendo efecto. Isabel observaba con tranquilidad la curiosa escena.

Los besos de Daniel, dulces y apasionados, transportaron a Leti a otra dimensión, muy lejos de su dolor. Subieron a una de las habitaciones del club motivados por el alcohol. Romina, que los había visto subir, los miró con odio y celos.

Horas después, Leticia despertó sobresaltada, desnuda junto al cuerpo dormido de Daniel. El horror de lo ocurrido la golpeó de inmediato. El trauma del pasado se activó, y los recuerdos de su violación la inundaron. Hiperventilando y con lágrimas en los ojos, se vistió y corrió fuera de la habitación, sin mirar atrás.

En ese momento, Romina aprovechó la oportunidad de su vida. Subió a la habitación de Daniel, se desnudó y con cuidado se acostó junto a él, fingiendo haber pasado la noche juntos.

A la mañana siguiente, Daniel despertó confundido. La presencia de Romina lo decepcionó, pero la culpa lo hizo dudar.

—¿Eras tú? —preguntó aturdido, sin recordar nada de la anterior noche. La mujer fingió despertar y asintió dándole un beso.

A pesar de que Daniel intentó seguir con su vida, evitando cruzarse con Romina, esta lo citó días después para darle una noticia que lo estremeció: estaba embarazada. Una noticia que cambiaría su vida por completo. Jamás imaginó tener que crear una familia de la nada con alguien con quien solo pasó una noche. Sin tener otra opción, Daniel se casó con ella en una ceremonia discreta que ni siquiera su mejor amigo, Alejandro, podía creer.

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