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Capítulo 7

Una de mis vetas, la mina Dorada es la más apetitosa de los traficantes de oro. Me produce varias toneladas mensuales y gran parte de la fortuna de Smith Corporation se debe a ese material precioso que rescatamos de las entrañas de cerros empinados, de difícil acceso, riscos empinados y quebradas imposibles. En esas zonas distantes, enclavadas en terrenos rudos y áridos, no hay modernidad. No existe el internet, el móvil, cable ni se paga con tarjetas o billeteras electrónica. Es lo más parecido a una tierra inhóspita del siglo XIX, como si el tiempo se hubiera detenido en aquellas laderas, lomas, cerros amarillentos y colinas famélicas y desgarbadas.

Ese viernes fue el peor enfrentamiento que tuvimos con los traficantes de oro. "Sapo" intentó sacar casi cinco toneladas de oro de la veta donde está la mina Dorada y atacó a mis hombres con armas de largo alcance, bazucas y ametralladoras. Perdí medio centenar de valerosos muchachos, sin embargo "Sansón" y su gente resistieron con mucho encono las embestidas de los contrabandistas.

Viajé de inmediato, en helicóptero, hasta la zona. En el helipuerto me esperaba "Sansón". Tenía la cabeza vendada porque un balazo le rozó el cráneo. -Es "Sapo"-, me dijo lacónico, con la nariz arrugada.

La mina Dorada está en la cima de un encrespado. Allí el calor es agobiante, no hay aire y todo es árido. Apenas hay una que otra mata raquítica queriéndose empinar en medio de la nada.  El Sol cachetea la cara y deshidrata. Todos los que trabajan en las vetas están tan quemados que sus pellejos permanecen chamuscados y huelen a humo. Los chicos me prepararon un delicioso almuerzo. Prepararon venado que es lo único que habita por esos escarpados inhóspitos.

-"Sapo" tiene que pagar por esos cincuenta hombres muertos-, le dije a "Sansón" remojando mis labios en el delicioso vino que me sirvieron en una cantimplora porque no hay vasos ni lujos en nuestro campamento. Todo es rústico e improvisado en la mina Dorada.

Como les dije, no hay ley en esos parajes inhóspitos donde están las vetas de oro. Eso ha sido así por muchos años. Las pocas veces que han llegado efectivos policiales fueron alejados a balazos por los ilegales. Ellos se amparan en costumbres ancestrales, en costumbres arraigadas y en propiedades familiares que se remontan a tiempos inmemorables. Cuentan con el apoyo, además, de políticos inescrupulosos que venden sus votos al mejor postor en todos los ámbitos del gobierno. Entonces se hacen intocables.

"Sapo" tenía su campamento en las laderas, cerca a los lechos de los ríos para poder trasladar las piedras preciosas llevándolos aguas abajo, hacia los pueblos que se alzan en las riberas y donde vende sus cargas ilegales a bajos precios. Los contrabandistas, luego, se encargan de llevarlas fuera del país.

"Sansón" dispuso atacar a los depredadores con fuego de mortero. -Debemos evitar que se escapen-, advertí, porque bastaba que uno fugue para que retornen cien a dar combate. En la guerra por el oro ilegal, solo es válido el exterminio.

Y en efecto, los sorprendimos. Las bombas les cayeron cuando dormían y reventamos sus carpas y covachas, con ellos dentro. La noche se llenó de alaridos y gritos de dolor y espanto. Luego "Sansón" y sus hombres ametrallaron las casuchas, matando a cuanto mortal se encontraba dormitando. no quedó ninguno con vida. La sangre formaba cascadas corriendo hasta el río. El oro se encharcó también, formando imágenes dantescas y sanguinolentas delante de nuestras linternas.

-Aquí está "Sapo", Johana-, me pasó la voz  "Sansón". Yo estaba vestida igual que mis hombres, con harapos y botas y la cara pintada con carbón para camuflarme en la oscuridad. El tipo balbuceaba con una bala atravesada en medio del pecho. Por allí manaba abundante mucha sangre.

-Tú sabías que con Johana Garret nadie se mete-, le dije, saqué mi pistola y ¡pum! ¡pum! ¡pum! le descerrajé tres disparos abriéndole el cráneo.

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