




Capítulo 6
-Este es el resultado de la ecografía, Laura, sonrió la doctora Karen Michievic, no tienes nada de qué preocuparte-
Laura soltó la quijada y empalideció, sus pupilas se desorbitaron y sus pelos se erizaron. -¿Nada de qué preocuparme?-, abanicó sus ojos desconcertada.
-Así es, mujer-, dijo Michievic sin dejar de sonreír sin embargo Laura estaba incrédula y balbuceaba cosas sin sentido.
-¿Por qué estás tan turbada? ¿No era eso lo que esperabas?-, se preocupó la doctora.
-No, no, no-, empezó a repetir ella como una autómata, sin poder aclarar sus ideas. Empalideció además y los botes de su corazón acelerado se escuchaban como retumbos de cañones en todo el consultorio de la doctora Michievic.
-No entiendo-, ahora la que musitaba desconcertada era la médico.
-Es mejor que no lo entienda o de lo contrario su vida también correrá un grave peligro, doctora-, dijo empero Laura. Se puso de pie, en forma precipitaba y tumbando la silla y dando un portazo, dejó a toda prisa el consultorio, perdiéndose por los pasadizos de la clínica, confundiéndose con los cientos de pacientes que aguardaban ser atendidos a esa hora del día.
Karen Michievic quedó petrificada en su silla y volvió a mirar las imágenes de la ecografía a la que se había sometido Laura, dibujadas en la pantalla de su laptop y volvió a masticar su desconcierto. -No tiene nada de qué preocuparse-, insistió a decir ella sin entender qué le había pasado a su paciente y su intempestiva reacción igual si hubiera visto, de repente, a un fantasma.
Traficar con oro es difícil pero muy rentable y llevarse ese mineral precioso es sumergirse en una guerra cruel, miserable, sin cuartel y despiadada. Yo lo hice. Tengo compradas varias vetas en Sudamérica. Son legales, pago mis impuestos, tengo mis empresas reconocidas y obreros que reciben todos sus beneficios. Extraer el mineral es fácil, el problema es sacarlo del país y comercializarlos en el exterior, como les digo. Es allí donde entran a tallar los traficantes y eso dificulta a los formales. Lo bueno que yo tengo mis compradores y saben que mi oro es limpio. Según las estadísticas, el tráfico de oro deja ganancias de varios miles de millones de dólares anuales. Es un negocio redondo y obviamente se han multiplicado los contrabandistas. He perdido hombres y mujeres muy valiosos por esos enfrentamientos a campo abierto con los traficantes. Las vetas se ubican en cerros, en lugares inaccesibles, donde no hay ley y se impone siempre la razón del más fuerte. El tráfico de oro es un mundo diferente al común, áspero, tosco, violento y no sabe de reglamentos ni justicia ni nada. Impera violencia.
Tengo cuatro rivales enconados y encarnizados y todos tienen apodos muy ocurrentes. "Tinaja", "Sapo", "Bigotes" y "Barriga inmensa". Nadie sabe cómo se llaman en realidad. Son los que sobrevivieron en las disputas por adorarse de mis vetas de oro. A los otros los despaché al otro mundo por meterse conmigo. Ellos no toleran que una mujer les gane. Son machistas, viven en un mundo machista y tienen ideas machistas. Para esos sujetos, la mujer solo sirve para dar hijos. No piensa ni vale nada. Por ello les harta ver que de mis vetas salga tanto oro que me deja muchas ganancias y ellos no tengan ni una mísera pepita. Recuerdo a un tal "Sonaja" que era muy audaz, atrevido y contaba incuso con morteros para bombardear no solo mis minas sino también las caravanas llevando el oro a la ciudad. A mi capataz le dicen "Sansón", porque es enorme, fortísimo, parece un cerro con zapatos. Le dije que quería muerto a "Sonaja" y que se vaya con su ruido al infierno. -Quiero que sufra-, incluso le dije a "Sansón".
La batalla fue cruenta y muy sangrienta. "Sansón" y los hombres que contrató, mercenarios y sicarios bien armados, hechos y entrenados para la guerra, aplastaron a "Sonaja" y a su gente.
"Sonaja" agonizaba tumbado en el campo de batalla, atravesado por cinco disparos. Él pedía una muerte honrosa pero "Sansón" lo que hizo fue rociarle gasolina y prenderle fuego hasta que quedó convertido en una gran pila de carbón humeante, para escarmiento de los otros traficantes que aún osaban meterse conmigo.