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Capítulo 5

Mengalvio llegó a casa un jueves por la noche. Él era un inmigrante sin documentos, que entró por la frontera a rastras, sorteando la guardias, llevando a su hija, Laura, cargada sobre su espalda. Había escapado de su país porque mató a tres personas en un gran asalto a una licorería.  Era un empedernido ladrón y eso yo no lo sabía. Incluso pensaba que era un buen tipo y me conmovió su estampa sencilla, humilde y bonachona. Ya mi marido había muerto, mi hijo tenía quince años, yo estaba enamorada de un mal sujeto que se llamaba Peter Sherman y que se dedicaba al tráfico de terrenos.  -Estoy buscando trabajo, señora, soy muy fiel y servicial-, fue lo que me dijo Mengalvio. Acepté contratarlo porque lo vi muy necesitado. Ese fue un grosero error que puso mi vida patas arriba.

Melgalvio era muy trabajador sin embargo. No solo se dedicó a la jardinería sino también a la gasfitería, limpiaba la piscina, resolvía los problemas de electricidad en la casa y era un mecánico experto. Tenía mano para todo aunque eso en realidad no me importaba. La casa tenía cincuenta empleados y otros tanto vigilantes que ni reparaba quién era quién, con decirles que ni sabía cómo se llamaba mi asistenta personal, la que hacía mi agenda diaria y me seleccionaba la ropa. Me bastaba encontrar la información precisa en mi móvil, con los contratos que debía firmar, las visitas a las fábricas e industrias del consorcio, las reuniones con inversionistas y clientes, las actividades sociales y todo lo demás que cumplía en el día.

El problema es que mi hijo se enamoró de Laura. Ella era hermosa. Llegó siendo una niña y cuando ya tuvo veinte años se hizo aún más preciosa, con sus curvas exactas y bien pincelados, los cabellos dorados que resbalaban hasta la cintura, los pechos emancipados, como grandes globos y la cadera amplia y provocativa. Ella tenía una figura muy sexy y sensual, las piernas bien torneadas, los ojos brillantes y la boquita pintada de rojo que hacía una postal de su carita de cielo. Todo era bellísimo en ella.

Laura no hacía nada en la casa. Mengalvio quería que estudiase una carrera pero ella no quería saber nada con los libros y cuadernos porque todo lo encontraba en la casa. No le faltaba nada. Ropa, comida, móvil de última gama, jardines enormes, tres piscinas y muchísimos hombres que la cortejaban, la idolatraban y la veneraban, entre ellos mi hijo.

Era obvio que Walter se fijara en Laura. Los dos eran jóvenes, distendidos, les encantaba la piscina, jugar voleibol, comían juntos en la terraza, hablaban de la realidad y se reían de cualquier cosa. -El colmo de un detective es que lo persiga la mala suerte-, decía mi hijo y Laura estallaba en risotadas, remeciendo los vitrales y ventanas de la casa.

Cuando me di cuenta de que había algo entre ellos, ya era muy tarde. ¡¡¡Mi hijo estaba muy enamorado de Laura!!!

Fue entonces que Mengalvio encontró una forma bastante  fácil de hacer más dinero: robándome. Yo le daba un buen sueldo, tenía todas las gollerías en la casa, su hija haraganeaba a su gusto, disfrutando de los lujos que teníamos, pero la ambición le ganó a su padre. Así fueron desapareciendo joyas, alhajas, dinero y hasta el gato persa que me regaló el embajador de Irán y que había traído directamente de Teherán. Mike Reynolds, mi jefe de seguridad, ya lo había venido siguiendo y tenía las pruebas de las cámaras de vigilancia. -Ese tipo le está robando, señora Garret-, me dijo. A mí no me gustan las traiciones, menos de que me roben en mis propias narices. -Bótalo ahora mismo, junto a la buena para nada de su hija-, le ordené furiosa.

Lo malo es que mi hijo seguía viéndose con Laura. Él se había encaprichado con ella. Le gustaba demasiado y la pasaban bien juntos. Habían hecho el amor muchas veces y disfrutaban de las mieles de su pasión, encandilados, a toda hora.

En mi desesperación por romper esa relación, le presenté a Walter a mi secretaria Melissa. Ella me gustaba mucho porque además de muy bella, era súper inteligente, hábil e ingeniosa, un amor en todo el sentido de la palabra. Y lo mejor que estaba soltera. Todo el edificio donde estaban mi oficina la perseguía, queriéndola seducir. Era el fruto más codiciado de  Smith Corporation. Y a ella le prometí que se casaría con Walter "aún sea lo último que haga en mi vida".

La relación entre Walter y Melissa marchaba de maravillas, salían mucho, se divertían, iban a bailar y mi secretaria me contaba que hacían el amor con euforia en la suite de mi hijo en mi hotel, que paseaban juntos en uno de mis yates y que él estaba encandilado con ella, pero lo que no sabíamos es que mi hijo se seguía viendo con Laura, a escondidas. Ella ni su padre vivían, ya, con nosotros en la casa, y por lo que pude averiguar, ahora estaban en una casucha en un barrio de mala muerte en los suburbios. Lamentablemente Laura había encandilado, demasiado a Walter, lo tenía en la palma de la mano y él estaba demasiado encantado con ella.

Y  ahora mi hijo había salido con la noticia que iba a tener un hijo con esa mujer.

Cuando ya estaba más serena, y había digerido la noticia, puse música relajante en mis parlantes, solté todos mis pelos y encendí un cigarrillo sin filtro, después  marqué el número de Reynolds.  -Mengalvio no solo me robó mis joyas, mi dinero y mi gato, sino que también su hija quiere robarse a mi hijo-, le dije divertida, riéndome con ironía.

-Walter es muy tonto-, aceptó Reynolds.

-Esa mujer debe ser una divinidad para que Walter esté tan loco por ella, al extremo de hacerle un hijo-, acepté.

-Siempre pensé que Walter y Melissa terminarían casándose-, apretó los labios Reynolds.

-Y es lo que  va a suceder, Mike-, dije resuelta.

-¿Qué sugiere?-, se interesó mi seguridad.

-Sacar del camino la competencia-, eché a reír con estruendo haciendo retumbar los vitrales de mi oficina.

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