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Capítulo 4

Yo pensaba que el contrato para la compra del viejo hotel Unicornio estaba cerrado, incluso me había olvidado por completo del tema, cuando esa mañana de domingo que me aprestaba a darme una buena ducha, Melissa me llamó a mi móvil. -¡¡¡Están demoliendo el hotel, Johana!!!-, estaba ella alarmada. Yo no entendía nada de lo que me hablaba. Se supone que el edificio era mío y yo pensaba destinarlo a construir un condominio de verano que me dejaría varios millones de dólares de ganancia, sin embargo no habíamos planificado aún el inicio de las obras, ni siquiera me había reunido con los ingenieros de la corporación. Quedé desconcertada y pasmada. -¿Demoliendo? ¿Demoliendo qué?-, balbuceé hecha una tonta.

-Sí, Johana, el hotel está lleno de bulldozers y han empezado a tirar las paredes-, chillaba Melissa sin contenerse.

Llamé de inmediato a Moore, el ingeniero en jefe de la corporación. -¿Qué truenos está pasando Mike?-, alcé la voz furiosa.

-Es Tom Majors, Johana, recién me enterado, hace un minuto, ha hecho valer un contrato de venta con el viejo Hurst-, él también estaba muy ofuscado. Hurst era el dueño del hotel Unicornio. Ya era muy anciano cuando firmó ese contrato y al poco tiempo se murió víctima del Covid. Sin embargo yo ya había adquirido el predio a través de una argucia de mis abogados. Ellos lograron convalidar una deuda que me tenía ese sujeto por cien millones de dólares y que se arrastraba desde mucho antes de la pandemia y entonces, me adjudiqué de ese amplio terreno que se convertirá en "El oasis en la nada", el más lujoso condominio veraniego del país y del mundo, mucho antes que Hurst le firmara ese documento a Majors.

Tom Majors era un ambicioso traficante de terrenos que competía conmigo desde hace varios años, incluso desde antes de casarme con Garret. El pleito era de familia. Mi padre odiaba al papá de Majors y no una sino muchas veces se habían agarrado a balazos por la tenencia de tal o cual terreno, dejando muchos muertos. Mi padre, sin embargo,  logró probar que Majors papá era un hampón estafador, comprando el testimonio de policías y detectives, y entonces el tipo fue a dar tras las rejas donde murió clamando justicia. Entonces, Tom Majors se propuso hacerme pagar eso, culpándome  por lo que le pasó a su padre, arruinándome. Verme sin un centavo era su mayor obstinación.

Ahora ese sujeto quería quitarme el terreno del hotel Unicornio.

Me vestí apurada, subí a mi auto y fui de prisa donde en efecto, los bulldozers de Tom Majors tumbaban lo que había sido el hotel más elegante y exclusivo de la ciudad pero que ya se encontraba en decadencia.

-¿Qué rayos haces, Tom? Ese terreno es mío-, lo encaré. Majors estaba con su casco, la camisa remangada, sus lentes grandotes y fumando un habano, dirigiendo, personalmente las obras. -Al contrario, el Unicornio es mío, perra, tengo la firma del juez-, echó él mucho humo, queriendo ahogarme.

La sangre se me subió a chorros hasta el techo del cráneo y mi corazón se aceleró bombeando de prisa. Chirríe los dientes presa de la furia. -Has cavado tu propia tumba, Majors-, le dije lanzándole los rayos de mis ojos. Tom estiró una sonrisa muy estúpida. -Mejor te sales de mi dominios, perra, o mando a mis hombres que te echen a patadas-, me amenazó.

Camino a la oficina llamé a  Garfio. -Lo quiero muerto a Majors-, fue lo único que le dije.


Tom Majors le dio el visto bueno a los planos de lo que sería el estadio de fútbol para su club, FBC Trueno. -Será un gigante, con capacidad para ciento ochenta mil espectadores, con palcos lujosos y un coliseo cerrado para veinte mil aficionados-,  le decía a sus ingenieros, brindando con whisky, alborozados.

-Y lo mejor es que le quité el terreno a la perra de Johana Garret de sus propias manos, ja ja ja, ella ya contaba con su condominio y al final se quedó sin nada-, no dejaba de chillar y celebrar Majors. había bebido, incluso, más de la cuenta. Estaba eufórico y feliz, celebrando su gran éxito y se sentía cabalgando las estrellas. Su jefe de seguridad le dijo que se fuera a descansar. -Aquí ya todo está encarrilado, Tom-, le subrayó.

Majors abordó su limusina y le pidió a su chofer que lo lleve a su casa. Reía, se sentía en permanente fiesta y quería hacer el amor con su mujer.  -Hora de dormir, Philip-, le habló al piloto por el comunicador. Luego se arremolinó en los confortables asientos de su auto, destapó una botella de coñac y lo bebió directamente del pico mientras el auto tomaba la carretera, de regreso a la ciudad. -Le gané a esa perra, le gané a esa perra, le gané a esa perra-, repetía una y otra vez, sin dejar de beber el licor, endulzando más y más su triunfo.

-¿Estás seguro que le ganaste a la perra?-, de repente se bajaron los vidrios que lo separaban a Majors del chofer de a limusina.

-¿De qué hablas Philip?-, se sorprendió Majors, pero el chofer no contestó. A su lado había otro sujeto que tenía una gran sonrisa dibujada en su cara y que se estiraba de oreja a oreja. Toma Majors lo reconoció. -¿Garfio?-, balbuceó.

¡Pum! sonó un disparo. La bala entró en medio de los ojos de Majors abriéndole el cráneo en dos mitades. Tom quedó allí con el rostro desdibujado, la mirada desconcertada, balbuceando aún el nombre de Garfio. La sangre se desparramó por los cómodos sillones de la limusina. En sus manos aún sostenía la copa de coñac burbujeando impasible.

-Será un problema limpiar tanta sangre, Philip-, sonrió Garfio acomodándose otra vez en su silla y guardando su pistola en la sobaquera.

-Que se encargue su mujer-, estalló en risotadas, Philip, y luego los dos bajaron de la limusina y se fueron riéndose y haciéndose bromas, con rumbo a la ciudad.


El hotel Unicornio fue demolido y de inmediato se inició la construcción de "El oasis de la nada". Cuando vi cómo se alzaban las paredes del edificio, se cavaban las fosas para las piscinas, se afirmaba el terreno para el parqueo y se separaban los campos de tenis y zonas de parrillas y el inmenso parque que tendría, rodeado de muchos árboles, sonreí encantada. -Y ese tipo que quería hacer un estadio de fútbol, ja-, dije echando mucho humo de mi cigarrillo, aún más vaho con el que pretendió ahogarme Tom Majors.

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