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Capítulo 3

Nuestro matrimonio, en realidad, fue fingido. Él no me amaba. Yo le era tan solo una cualquiera con la que podía disfrutar de mis apetitosas carnes igual que lo hacía con las otras mujeres. No una sino muchas veces él me confundió de mil maneras: Roxana, Norma, Pamela, Jovana, Inés, Carola o Lola. obviamente eso me encrespaba, me enfurecía y quería partirle la cabeza de un martillazo, pero él sabía cómo aplacar mis impulsos con sus besos y caricias y de repente yo me volvía una gatita, me olvidaba de mi enfado y sucumbía a los placeres que solo Garret podía darme, Él me llevaba al delirio y a la inconsciencia en tan solo un suspiro.

Melvin tuvo alrededor de doscientos amantes. No les miento ni les exagero, y a todas ellas las hacía felices. Se paseaba por el mundo en su avión privado, se alojaba en mis hoteles y paseaba en mis yates y cruceros dándose la buena vida, haciendo el amor con cualquiera, despilfarrando el dinero en fiestas, orgías y organizando conciertos con sus cantantes favoritas, a las que también les hacía el amor en las suites privadas que yo le regalaba en todas las ciudades del planeta.

Su amante número uno, por decirlo así, era Betty Darren, la dueña de las joyerías "Fulgorísima". Hermosa, curvilínea, de grandes pechos y prominentes caderas. Majestuosa, como una reina, encantada y mágica. Con ella iba  de un lado a otro del mundo, le compraba abrigos costosos, yates por doquier y todos los lunes estrenaba un auto nuevo Relámpago de la firma de los hermanos Majors.  Sin embargo a mí no me importaba. La conocí en varias de las fiestas que hacía mi marido y adiviné, fácil, por sus miradas cómplices, de que me traicionaban en mis propias narices. Ellos reían felices, haciéndose gestos, encandilados y prendados a la vez, burlándose de mi aparente ingenuidad.

Y al igual que Betty, mi marido tenía otras mujeres con las que las pasaba de maravillas, sin importarme en lo absoluto porque con él yo era medianamente feliz y eso me bastaba.

Para Melvin la vida era para gozarla, viajar, no hacer nada, gastar el dinero y seguir siendo un play boy.  Él era feliz conmigo, tampoco voy a negar eso,  aunque lo mío ya les digo, era meramente hipnosis. Yo estaba obnubilada, encandilada, maravillada y seducida a ese hombre tan idílico y portentoso que me eclipsaba cuando me hacía el amor.  Lo nombré hasta presidente de mi imperio, pero igualito, nunca iba a la oficina y se la pasaba viajando, yendo a fiestas, divirtiéndose y algunas veces haciendo el amor conmigo.

El destino nos separó para siempre. Ironías de la vida.  Melvin Garret murió cuando Walter tenía apenas seis años.  Mi marido se estrelló con su avioneta en el desierto de Arizona cuando se dirigía a Las Vegas porque quería conocer el nuevo hotel que había yo inaugurado una semana antes y que era el más fastuoso, elegante y exclusivo de todos, apoderándome del negocio de los tragamonedas y casinos que hasta entonces estaba en manos de Eduard Tressor quien era el principal magnate de ese rubro que deja siempre tantas ganancias. Melvin pensaba darse un fin de semana apoteósico, una orgía mundial y una descomunal borrachera junto a Betty que se quedó en Las Vegas esperando a mi marido que nunca llegó ese día. Yo creo que lo mataron. El jefe de la policía dijo que la nave estaba en perfectas condiciones, que no había falla mecánica y que si Melvin se estrelló con los cerros fue por una falla humana pero eso era imposible. Mi esposo no solo era un gran piloto, muy cauteloso cuando volaba, sino que lo hacía siempre sobrio, tomando todas las providencias y sin descuidar hasta el más minúsculo detalle.

Lo más curioso es que con Betty, luego, y algún tiempo después, hicimos una gran amistad. Yo no la odiaba ni tampoco a las otras tantísimas mujeres que conoció mi esposo porque Melvin me hacía feliz y yo era dichosa con é cuando me hacía el amor. Nuestra vida era de idolatría mutua, respetando los espacios. Estábamos cronometrados en todo.

Por entonces ya había empezado mi guerra contra Eduard  Tressor, el mafioso, dueño de los mejores hoteles de Las Vegas. A él, como es obvio no le hizo gracia que yo inaugurara el hotel-casino "Green Light", arruinándole sus turbios negocios. -Escucha bien perra, me amenazó por el móvil, Las Vegas es mío, si pones aunque sea una casa de reposo en mi ciudad te haré polvo con mis propias manos-, sin embargo eso no me asustó y al contrario me reí en su cara. -Las Vegas es para quien tiene los recursos suficientes para apostar.-, le dije riéndome y entonces empezó el sangriento conflicto.

Apenas tres días después, en forma sospechosa mataron al ingeniero que hizo los planos del "Green Light", luego al contratista y también a la cantante Marisol que se presentaría en la inauguración de mi hotel.

-Ese mal nacido quiere jugar sucio-, le dije a Mike Reynolds, mi jefe de seguridad. Lo miré con mi naricita arrugada. -Dale su merecido a ese sujeto-, di un gran bufido.

No pasaron ni diez horas cuando una bomba estalló en el estacionamiento del  hotel de Tressor, volando por los aires decenas de costosas limusinas y matando a doce vigilantes. -Conmigo no se juega, Eduard- le escribí a su móvil con un emoji de una carita riéndose a carcajadas.

Por eso creo que Tressor lo mató a Melvin. Hizo que el avión se cayera en el desierto. Mi marido murió en el acto, carbonizado y la policía encontró su cuerpo hecho cenizas pero con su cráneo a salvo donde estaba esta risita tan varonil y marvillosa que seducía a cuanta mujer se le cruzaba en el camino.

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