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Capítulo 2

Me casé con Melvin Garret, un empresario e industrial, dueño de una inmensa fortuna, propietario de una docena de fábricas, todas exitosas que caminaban solas y le dejaban siempre muchísimo dinero y que malgastaba en fiestas y orgías con mujerzuelas. A mí me gustaba mucho él. Era muy guapo, elegante, súper divertido, romántico y dueño de un cuerpo escultural que me despeinaba y encendía mis llamas desde las profundidades de mi sensualidad. Tenía un pecho enorme, como el de una locomotora, lleno de vellos, y sus brazos y piernas gigantes como troncos de árboles, me embelesaban y cautivaban y me rendían a su encanto. Tenía una estampa de guerrero persa. Apenas lo conocí en una fiesta de etiqueta quedé embelesada de él, subyugada a su virilidad, incluso derretida como una barra de mantequilla. Melvin se dio cuenta fácil de eso porque mis ojitos me brillaban como luceros, mi sonrisa era demasiado coqueta y el fuego me chisporroteaba por todos mis poros, después de haber incinerado mis entrañas. Me invitó a bailar una pieza musical. -¿Te han dicho que eres muy bella, Johana?-, me dijo mirándome con sus pupilas tan seductoras e hipnóticas. Yo estaba hecha una boba, boquiabierta, sin saber qué decirle, con mi corazón rebotando frenético en mi busto. No era la única, en realidad. Todas las mujeres estaban encandiladas de él, suspiraban y permanecían prendadas a su encanto majestuoso, como el de una divinidad helénica.

Apenas una hora más tarde ya hacíamos el amor en la suite presidencial de mi hotel, revolcándonos en la cama king size como lobos hambrientos, devorándonos sin piedad, disfrutando de nuestras carnes desnudas. Yo ya había perdido la consciencia mucho antes, embriagada en su aliento tan de alfa, esclavizada por sus ojos de fuego, sus manos que iban y venían por mis curvas, y su sonrisa tan elegante, diplomática y maravillosa. Él hizo lo que quiso conmigo. Ni sé en qué momento me desnudó porque yo estaba ebria de sus besos, eclipsada por su masculinidad,  prisionera de su tacto sutil que me enervaba mientras él dejaba huellas de su pasión en mis quebradas y redondeces. De pronto estaba ya plenamente a su merced, dominada y encadenada a él.

Melvin estrujó mis senos maravillado de su encanto, de lo enorme que son, inflados como grandes globos por la emoción del momento y también se encandiló de mis nalgas que igualmente no dejaba de estrechar con sus manos, encantado de lo firmes que son. Yo estaba envuelta en fuego, gimiendo y sollozando encantada, disfrutando que me haga suya, tatuando mis valles y carreteras con su ímpetu, conquistando hasta el último rincón de mi adorable geografía.

Fue maravilloso cuando  Garret avanzó presto y decidido hacia mis vacíos. Sentirlo dentro de mí, hizo que explotaran miles de truenos y relámpagos en mi cabeza y mi cuerpo entero se sacudió por un centenar de descargas eléctricas, en tanto él llegaba hasta mis máximas profundidades, explorando mis límites y fronteras más lejanas, convertido en un volcán en erupción.

En sus brazos, sintiéndolo como un río caudaloso invadiendo mis intimidades, me sentí la mujer más sexy y sensual del mundo, en pleno viaje por el espacio sideral, rodeada de muchas estrellas y  colores. Gritaba, aullaba y chillaba de placer y le pedía que lo hiciera fuerte, más fuerte, sumamente fuerte porque estaba estremecida y sumida en un delicioso suplicio.

Cuando Melvin llegó al clímax, le mordí el brazo con furia. No pude contenerme. Yo estaba extraviada en el limbo y mi feminidad estalló igual a un gran petardo de dinamita. Luego me derrumbé sobre las almohadas sudorosa, exánime, respirando con dificultad y echando humo de mis narices, abanicando mis ojos, dichosa de haber sido suya, conquistada hasta el último rincón de mi sensualidad.

Melvin Garret era un play boy. Despilfarraba el dinero de su familia, acaudalados textiles, y se daba la gran vida viajando por el mundo conquistando mujeres, aprovechándose de su estampa tan varonil y cautivante. Yo había caído, también en sus redes.

Dos meses después, el ginecólogo me confirmó que estaba embarazada. Lo llamé a Garret y le dije que sería padre. Él quedó en silencio, absorto e incrédulo. Se quedó anonadado. Él no quería tener responsabilidades sin embargo no tuvo mas remedio que casarse conmigo, por temor al escándalo, porque su familia necesitaba de una careta de honrada y honorable frente a sus miles y miles de clientes. Yo creo y estoy segura de eso, que él tuvo muchísimos hijos con otras amantes, pero no sé si los reconoció o no, de qué vivían o qué hizo su familia para que el escándalo no se conociera. Nunca lo supe en realidad, sin embargo Melvin era impetuoso, vehemente, descarado y débil ante las carnes femeninas. Por eso yo no dudo que tuvo numerosos hijos, quizás quinientos o más esparcidos por todo el planeta. No lo sé.

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