




Capítulo 1
-Madre, voy a tener un hijo con Laura-
En ese milésimo de segundo pensé en muchas cosas, incluso catastróficas. En un gran terremoto, grado diez en la escala de Richter, haciendo polvo el país entero, la caída de un avión repleto de pasajeros justo encima del edificio donde estaban mis oficinas, también me imaginé en una enorme ola, de veinte metros, sepultando la ciudad de un solo manazo, y hasta que la Tierra explotaba igual a una gran calabaza. Mi cabeza se llenó, entonces rayos y relámpagos, estallando de repente, remeciendo mis sesos, martillándolos sin compasión. Mi quijada se cayó al suelo y estoy segura que empalidecí por completo. Mi corazón se tornaba en una pelota rebotando en las paredes de mi busto. Intenté reaccionar pero me era difícil. Todo me resultaba absurdo, confuso y sin sentido, como garabatos que se pintaban frente a mis ojos. Mi hijo estaba delante mío, sonriente, feliz, balanceándose como un barquito de papel en medio de una gran marejada, haciendo brillar sus pupilas. Llevaba las mejillas coloreadas de fiesta.
-Madre, voy a tener un hijo con Laura-, me insistió otra vez, pensando seguro que yo no lo había escuchado o quizás buscando que me convenza que sus frases eran reales y no una ilusión fatua, haciéndome sentir su voz como si fuera un pellizco que me sacara del colapso en que me encontraba, embobada por la sorpresa de su intempestivo anuncio. Yo siquiera abanicaba mis ojos ni tenía palabras ni reaccionaba ni hacía nada. Estaba allí, sentada en mi silla, convertida en una estatua, pálida, con los pelos erizados, los ojos lelos y la boca abierta, sin entender lo que mi hijo quería decirme. Tan solo escuchaba mi corazón tamborileando muy fuerte en mi pecho, como un redoble que anunciaba calamidades, eso me parecía.
-¿No vas a felicitarme?-, me preguntó, entonces, mi hijo viéndome turbada, atónita y sin poder calibrar nada porque estaba sencillamente trabada, tonta y congelada. -¡¡¡Serás abuela, madre!!!-, se puso él aún más eufórico. Brincaba hecho un conejito, jubiloso, con su cara más roja que un tomate dichoso de convertirse en padre.
-¿Laura?-, balbuceé, recién, después de un rato que mi cabeza se fue abriendo como si recién alguien jalara las cuerdas de las persianas.
-Sí, madre, la hija de Mengalvio-, me dijo él juntando sus manos, sin dejar de reír. -Ya lleva dos meses embarazada, ¡¡¡seremos padres!!!-, me insistió.
-No se han casado-, dije pero eso fue un comentario demasiado burdo. ¡¡¡Obvio que no se habían casado!!! De lo contrario ya me hubiera enterado. Sabía que mi hijo y esa mujer andaban de amoríos, es cierto, empero ignoraba que su aventurilla ocasional y soterrada hubiera llegado tan lejos. Ahora, Walter me decía que Laura estaba embarazada y que tendrían un hijo. Entonces mi cabeza se hizo un gran laberinto donde los truenos seguían reventando igual a bombas nucleares, demoliendo mis pobres sesos.
-Ya nadie se casa en estos días, madre, ja ja ja-, dijo Walter y luego de darme un besote en la cabeza, se marchó de mi despacho brincando, riendo, gritando su felicidad a los cuatro vientos. Mi hijo se abalanzó donde mi secretaria que estaba incrédula en su silla y le dio un besote en la boca. -¡¡¡Voy a ser padre, Melissa!!!-, le dijo alzándola como si fuera un juguete haciendo que sus largos pelos rubios vuelen por los aires. Después se abrazó con mi seguridad y dieron vivas y vítores, igualito si ellos fueran campeones mundiales en fútbol.
Melissa me miró boquiabierta, con los ojos desorbitados, incrédula y desconcertada, sin atinar repuestas tan o más sorprendida que yo.
La fiesta que hacía mi hijo se alargó lo largo de todo el pasadizo. Los otros empleados empezaron a dar hurras, a cantar y a aplaudir remeciendo los vidrios, los ventanales y los vitrales y se azotaban las puertas con violencia.
-¿Qué fue lo que dijo, señora Garret?-, parpadeó sus ojitos pardos Melissa.
Yo no podía hablar porque tenía un nudo en la garganta, la boca se me había secado y ni siquiera lograba disipar los estallidos que seguían reventando en mi cabeza. Laura, en efecto, es la hija de Mengalvio, quien era el jardinero de la casa por algunos años, pero lo eché porque resultó un empedernido ladrón. Se llevaba las herramientas, las autopartes de los carros y hasta cargó con Félix el gato persa que me regalaron en Teherán. Lo vendió y sacó una fortuna. Cuando me enteré, delatado por los otros trabajadores de la casa, ordené que lo echaran a patadas.
Lo peor de todo es que yo sabía es que Walter estaba en amoríos con Laura, la hija de Mengalvio, sin embargo, pecando de ingenua, pensé, que esa relación no iba durar, que era tan solo una aventurilla de jóvenes, como les digo, convencida que mi hijo estaba consciente de lo que nos había hecho ese hombre, y simplemente le resté importancia al romance en ciernes. ¡¡¡Ahora esa mujer estaba embarazada de mi hijo!!! Mi cabeza se había inflado como un globo y quería reventar en un millón de pedazos. Melissa no dejaba de mirarme aún más sorprendida que yo, porque mi secretaria estaba demasiado enamorada de mi hijo, lo adoraba, lo idolatraba y hacía de todo por seducirlo y de repente, en un segundo, sus sueños de estar a su lado, se habían derrumbado como un castillo de naipes. Ella estaba más estupefacta que yo.
-Felicitaciones, señora Garret-, dijo entonces Huberth Green, el gerente de Smith Corporation, mi gigantesco grupo económico, uno de los cinco más poderosos del mundo, dueño de empresas, industrias, fábricas, astilleros, una cadena de hoteles, otra de bancos, medios de comunicación, yates, cruceros y hasta un club de fútbol. Todo ese imperio que heredé de mi padre y que él luego manejó al morir el abuelo. Yo pensaba que a mi hijo le correspondía el honor de seguir las huellas familiares, sin embargo todo había tenido un giro de ciento ochenta grados en apenas un segundo, cuando me dijo que tendría un hijo con Laura, una chica que ni siquiera tenía un empleo, que no tenía estudios, se ganó la fama de mujerzuela, se había acostado con los otros obreros de la casa y que era muy aficionada a la dolce vita. Miré con furia a Green. -¿No tienes nada qué hacer?-, le dije con el rostro adusto, arrugando la boca y mirándolo fijamente. Huberth se azoró y se dio vuelta haciéndome una venia. -Idiota-, mascullé colérica y me serví un brandi. Melissa aún me miraba con sus ojos inquisidores. Yo le había asegurado que mi hijo se casaría con ella y ahora todo se había derrumbado como un castillo de arena.