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Capítulo 4

Capítulo 4.

Me separo bruscamente de él y tomo una bocanada de aire, intentando recobrar el control de mis pensamientos y emociones después de lo que acabo de vivir.

¿Cómo es posible que haya experimentado un orgasmo sin siquiera haber llegado a la penetración? Es una locura, pero la sensación de placer es innegable, y me deja preguntándome qué clase de magia ha desatado en mí.

Mis mejillas arden de vergüenza al darme cuenta del estado en que me encuentro. Mis bragas empapadas son un testamento silencioso del deseo que él ha despertado en mí, y agradezco internamente no llevar un pantalón ajustado que revele mi excitación.

Me apresuro a ajustar mi vestido y acomodar mi falda, tratando de ocultar cualquier señal de lo que acaba de suceder. Él me observa con curiosidad, pero no dice nada mientras me repongo del impacto de nuestros encuentros.

—Deja de mirarme —le digo, evitando su mirada mientras dejo un par de billetes sobre la mesita de noche junto a la cama matrimonial—. Lo siento.

Estoy a punto de salir por la puerta cuando él se interpone en mi camino, impidiéndome el paso con su presencia imponente.

—¿Estás segura de que no quieres tener relaciones sexuales conmigo? —me pregunta, con una mezcla de desafío y curiosidad en su voz—. Estás pagando un dineral por un servicio que no te di.

Mis pensamientos se agitan en un torbellino mientras trato de procesar sus palabras. Por un lado, siento la urgencia de salir corriendo de esta habitación y poner fin a esta situación incómoda. Pero por otro lado, hay una chispa que se enciende en lo más profundo de mi ser, tentándome a quedarme y explorar más allá de los límites de lo que claramente aún no he vivido.

—Creo que mi amiga ya ha creído suficiente como para que me largue. Esto sigue siendo un prostíbulo —le digo, intentando esquivarlo para seguir mi camino.

Él vuelve a interponerse, haciéndome chocar contra su cuerpo una vez más. Maldición, su aroma es embriagador.

—Todos estamos aquí porque queremos —me aclara con seriedad.

—Sí, claro —respondo con escepticismo.

—Te estoy hablando en serio —insiste, con un tono firme que no admite dudas.

Me encuentro perdida en sus intensos ojos azules, sin encontrar rastro alguno de vacilación en su mirada.

—Cualquier hombre que se encuentre aburrido en su casa puede venir a este edificio a cobrar lo que se le plazca por una hora con él —agrega, con una franqueza que me sorprende.

—¿Y por qué lo harían? —pregunto, intrigada por su explicación.

—Porque estamos aburridos de la monotonía, entre muchas cosas.

—¿Ofrecen otros servicios que no sea sexo? —pregunto, observándolo con curiosidad.

Él frunce el ceño ante mi pregunta y se cruza de brazos.

—¿Por qué lo preguntas? —responde, con una expresión inquisitiva.

—Porque quizás necesito hablar un poco más con usted para perder mi miedo al sexo casual —confieso, sorprendiéndome a mí misma con mis propias palabras.

—¿No era que buscaba al amor de su vida para perder su virginidad? —se burla, recordándome mi declaración anterior.

—¿Sabe qué? Mejor olvídelo —digo, poniendo los ojos en blanco y alcanzando el pomo de la puerta.

Pero él también lo toma, apretando mi mano con la suya.

—Puede buscarme para charlar cuando guste —dice, aflojando su actitud—, pero le cobraré lo mismo que por un encuentro sexual.

Lo miro por un momento, procesando sus palabras.

—Solo será un servicio que te daré a ti —añade, con una sinceridad que me toca en lo más profundo.

Asiento con la cabeza, sintiendo su firme mano sujetando la mía. Nos quedamos en silencio por un momento hasta que finalmente me suelta.

—Antes de cruzar esa puerta, debo hacer algo más para que le muestre a su amiga —me dice, con una determinación palpable—. Bájate un poco el escote del vestido.

—¿Por qué? —pregunto, sintiendo una mezcla de nerviosismo y curiosidad.

—Hazlo y lo entenderás luego —responde, su tono de voz dejando en claro que no hay margen para la discusión.

A regañadientes, hago lo que me pide. Bajo un poco el escote de mi pecho izquierdo, sintiendo cómo la tela se desliza hacia abajo. Él se agacha ligeramente y parece dirigir sus labios hacia mi piel. Me echo hacia atrás, sorprendida por sus acciones.

—Si no te hago un chupetón, tu amiga no te va a creer una mierda —justifica, su voz firme pero cargada de una extraña ternura—. Ven aquí.

Me atrae hacia él con una mano en mi espalda, y con cuidado, lleva sus labios a mi pecho, cubriendo mi pezón con delicadeza mientras comienza a succionar suavemente.

Trago saliva nerviosamente al sentir cómo su barba recortada roza mi piel, enviando escalofríos por mi espina dorsal.

Mi respiración se acelera mientras sus labios exploran mi piel con suaves succiones. La sensación es extraña pero no desagradable, y siento un calor creciente irradiando desde el lugar donde sus labios se encuentran con mi pecho.

Cierro los ojos, dejándome llevar por la oleada de sensaciones que me embarga, y me sorprendo a mí misma aferrándome a él, como si necesitara su cercanía para mantenerme en pie.

Él continúa con su tarea con una destreza que me deja sin aliento, y aunque la idea de lo que está haciendo me hace sentir un poco incómoda, no puedo evitar sentir una extraña excitación ante la idea de lo que vendrá después.

Finalmente, él se aparta, dejando un pequeño chupetón en mi piel como prueba de su paso. Me mira con una expresión indescifrable en sus ojos azules, y por un momento, siento como si el tiempo se detuviera a nuestro alrededor.

—Ahora, tu amiga no tendrá motivos para dudar de ti —dice, su voz suave y tranquilizadora.

Asiento en silencio, todavía procesando todo lo que acaba de suceder. Aunque me siento desconcertada por la situación, también siento una extraña gratitud hacia él por su ayuda. Con pasos vacilantes, salgo de la habitación y cierro la puerta tras de mí, apoyando mi espalda contra ella mientras inhalo profundamente para tratar de calmar mis nervios.

Al final del pasillo, veo a Diana saltando de felicidad, esperándome con una sonrisa radiante en el rostro. Le devuelvo la sonrisa, aunque mi corazón late con fuerza en mi pecho, deseando mantenerla feliz con lo que acabo de hacer.

Creo que debería empezar a cuestionar las amistades que tengo.


Cada lunes es como un reinicio, un borrón y cuenta nueva.

Esta mañana, entro a la oficina con mi café en mano, tratando de dejar atrás las tensiones del domingo y enfocarme en lo que viene. He recogido mi cabello castaño en un moño alto y he aplicado un ligero maquillaje para dar la impresión de estar descansada, aunque sé que bajo la superficie todavía me persiguen las preocupaciones del fin de semana.

Todavía tengo ese hombre en mi cabeza. No creo poder encontrar a un hombre más atractivo que él. No sé si son mis hormonas pero tenia unos ojazos que me derritieron por completo.

Aún tenia esa sensación de cómo me hacia el chupeton en el pecho.

Recientemente me gradué en Administración de Empresas, una hazaña que me llena de orgullo pero también de incertidumbre.

Siempre he sido meticulosa y organizada, cualidades que cultivé durante mis años de estudio. Ni siquiera en la universidad me habia atraído un hombre como él.

Aunque mi experiencia laboral es limitada, he tenido la oportunidad de realizar pasantías en diferentes empresas, donde aprendí a manejarme en el mundo de la administración. Desde el manejo de archivos hasta la coordinación de reuniones, cada tarea fue un pequeño paso hacia mi objetivo de convertirme en una secretaria competente y confiable.

Mi objetivo es llegar a ser más que una simple secretaria; quiero convertirme en una figura clave en el equipo administrativo de una empresa, alguien en quien se pueda confiar para tomar decisiones importantes y liderar proyectos estratégicos.

Visualizo mi futuro como una secretaria ejecutiva o incluso en un puesto de dirección administrativa.

Saludo con una sonrisa a varios de mis compañeros de trabajo mientras camino hacia mi cubículo. Con la taza de café aún caliente en mi mano, me siento frente a mi escritorio y comienzo a revisar los correos electrónicos acumulados durante el fin de semana.

Entre los mensajes, encuentro una invitación digital que llama mi atención.

Al abrirla, una música pegadiza comienza a sonar de inmediato, interrumpiendo el tranquilo ambiente de la oficina. Rápidamente silencio el sonido, pero la curiosidad por la invitación permanece en mi mente.

Diana irrumpe en su cubículo con una mueca de molestia mientras comenta:

—Esa musiquita molesta de la invitación para la fiesta de la empresa realmente me fastidió— Se deja caer en su silla, llevando consigo un café expreso de la máquina del área de descanso. —Pero supongo que no podemos quejarnos demasiado. Al menos nos han considerado para la fiesta—añade con un dejo de resignación en su voz.

—La fiesta es corta y la comida es mala.

—Y siempre justifican que es el poco presupuesto que tienen cuando ellos se bañan de dinero—dice, molesta, mientras empieza a teclear su ordenador—. Pero vamos a asistir y nos vamos a emborrachar de lo lindo.

—Sabes que no se puede beber alcohol.

—¿El año pasado te importó que lo consiga por mis propios medios? —me guiña un ojo y desvía nuevamente su rostro hacia la pantalla.

Diana y yo cruzamos juntas las puertas de Fitzpatrick Enterprise, entrando a la empresa casi al mismo tiempo. Se trata de una compañía líder a nivel mundial en el campo de la tecnología.

Fitzpatrick Enterprise es una empresa global que se destaca en el campo de la tecnología. Fundada hace más de dos décadas por el visionario empresario Albert Fitzpatrick, la empresa ha crecido hasta convertirse en un líder reconocido en el desarrollo de software, hardware y soluciones tecnológicas innovadoras. Con sede en una moderna torre de oficinas en el corazón de una gran ciudad, la empresa emplea a miles de personas talentosas y apasionadas por la tecnología.

Fitzpatrick Enterprise se especializa en una amplia gama de áreas tecnológicas, que van desde el desarrollo de software y aplicaciones móviles hasta la inteligencia artificial, la ciberseguridad y la computación en la nube.

Me sumergí en el estudio del sitio, dedicando horas a comprender cada aspecto de la empresa con la esperanza de ganarme el favor del jefe, aunque nunca había tenido el placer de conocerlo en persona. Era mi forma de demostrar mi compromiso y ambición, y de asegurarme de ser considerada para futuros ascensos. Aunque podía parecer una estrategia calculada, al menos estaba dispuesta a esforzarme por superarme.

Diana y yo nos hicimos amigas rápidamente en el ambiente de la oficina, pero con el tiempo noté su desesperación por vivir una vida desenfrenada: acostarse con quien quisiera, despertar en lugares desconocidos y derrochar dinero sin medida.

Con su cabello negro y corto, y unos ojos caramelo que brillaban con entusiasmo, Diana parecía devorar el mundo con una sed insaciable de experiencias nuevas y emocionantes.

A diferencia de Diana, yo no podía permitirme el lujo de vivir sin preocupaciones, ya que siempre estaba atada a mis responsabilidades. Incluso la idea de pasar una noche fuera de casa me llenaba de culpa por dejar solos a mis peces.

—¿Qué te parece si este fin de semana regresamos a nuestro lugar especial? —me pregunta con una sonrisa pícara.

—No creo que pueda, mis padres van a venir a visitarme.

—Cancélalo y vayamos al edificio cochino.

—Ni loca regreso allí.

Aunque en el fondo ansiaba volver a verlo.

—¿La pasaste tan mal para no querer volver a repetirlo? —me dice, echándose hacia atrás con la silla.

—Si regreso me voy a enamorar del rubio que me prestó sus servicios —le soy franca.

—¡Ay, Alessia! —sus hombros decaen, viéndome con ternura—. No llegué a verlo, pero seguro que es muy buen mozo para que te haya flechado de esa manera.

—Tenía una manera de mirarme tan hipnotizante que...—no puedo encontrar las palabras adecuadas—. Jamás nadie me había mirado así como él lo hizo. Era guapísimo, Diana.

—Definitivamente ese lugar no es para ti—concluye, arrugando la nariz.

—Me gustaría regresar, pero para, no sé, hablar con él, conocernos y...

—No—me frena de golpe—. No, no y no. Los hombres como él no buscan amor ni de casualidad. Sino no estarían allí.

Mientras trabajamos, no puedo evitar dar vueltas en mi cabeza a las palabras de Diana. Es evidente que él no tendría ningún interés en mí más allá de lo transaccional. Después de todo, lo único que obtuve fue un paquete de gemidos, un orgasmo y un chupetón en la teta izquierda.

En mi hora de descanso, salgo a almorzar a la cafetería que hay dentro del edificio para los empleados. El aroma del café recién hecho y el murmullo de conversaciones llenan el aire mientras avanzo hacia la fila. Observo detenidamente las opciones del menú del día, intentando decidir qué pedir.

Finalmente, elijo una ensalada fresca y un sándwich de pollo a la parrilla.

Busco un lugar para sentarme y encuentro una mesa cerca de la ventana, donde puedo disfrutar de la luz del sol que se cuela a través de los cristales.

Mientras saboreo mi comida, mi mente sigue divagando sobre el encuentro con aquel hombre misterioso en el edificio desolado.

Cada detalle de aquel momento parece cobrar vida en mi mente: la intensidad de su mirada, el roce de su barba contra mi piel, la forma en que su voz resonaba en la habitación.

Sigo rememorando cada detalle del encuentro mientras muerdo mi sándwich con distracción. ¿Por qué me afectó tanto su presencia? ¿Por qué siento la necesidad de volver a verlo, a pesar de todas las advertencias de Diana? Sacudo la cabeza, intentando apartar esos pensamientos de mi mente.

No puedo permitirme distraerme en el trabajo.

Termino mi almuerzo y vuelvo a mi cubículo, decidida a concentrarme en mis tareas.

Pero, a pesar de mis esfuerzos, mi mente sigue divagando hacia aquel hombre misterioso y el inesperado giro que ha dado mi día.

Uno de los empleados me solicita a mí y a varios otros a que nos encontremos en una reunión repentina.

Frunzo el ceño.

¿Qué pasa?

Camino, confundida y Diana se queda en su cubículo, susurrándome que tenga suerte porque ni ella sabe lo que está pasando.

Nos reunimos en la sala de conferencias, y el ambiente tenso se palpa en el aire. Los murmullos de los empleados llenan la habitación, todos tratando de averiguar por qué hemos sido convocados de repente. Me siento inquieta, preguntándome qué podría estar sucediendo.

Nos reunimos en la sala de conferencias, y el ambiente tenso se palpa en el aire. Los murmullos de los empleados llenan la habitación, todos tratando de averiguar por qué hemos sido convocados de repente. Me siento inquieta, preguntándome qué podría estar sucediendo.

El jefe de recursos humanos entra en la sala con una expresión seria en su rostro. Nos pide silencio y atención, y el rumor de fondo se apaga lentamente. Miro a mi alrededor, notando la preocupación en los rostros de mis compañeros de trabajo.

El jefe comienza a hablar, anunciando una reestructuración en la empresa que incluirá la reducción de personal. Mi corazón se acelera mientras escucho sus palabras, temiendo lo que está por venir.

Uno por uno, comienza a nombrar a los empleados que serán despedidos. La tensión en la sala es palpable, y puedo sentir el miedo y la ansiedad creciendo a mi alrededor.

Finalmente, mi nombre es llamado, y siento un nudo en el estómago mientras el jefe anuncia mi despido. El golpe es como un puñetazo en el estómago, y me siento aturdida mientras proceso la noticia.

Salgo de la sala en un estado de shock, apenas consciente de los murmullos que siguen a mi alrededor.

Mi mente está girando mientras intento asimilar lo que acaba de suceder.

Tomo mi bolso y salgo a toda prisa a pesar de que Diana me llama gritando mi nombre.

Tras llegar al ascensor, las puertas se abren y veo ante mí al hombre con el que supuestamente perdí mi virginidad.

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