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Capítulo 1: Un Viento de Cambio

El aroma familiar del café recién hecho y el crujido apenas audible del papel bond al ser alimentado por la impresora eran las únicas constantes en mi vida. En el trigésimo piso de la torre Orión, sede de Sterling Dynamics, yo era la sombra eficiente y silenciosa de Damián Sterling. Él era el magnate, el heredero de un imperio tecnológico, el sol que parecía brillar en todas las direcciones. Yo era apenas el planeta que giraba a su alrededor, siguiendo su ritmo, absorbiendo su calor y evitando quemarme.

Por lo menos, eso creía yo.

Con mi cabello castaño oscuro meticulosamente recogido en una cola de caballo baja y mis gafas de montura fina descansando sobre mi nariz, proyectaba una imagen de inquebrantable profesionalidad. A mis veintinueve años, había ascendido a un puesto que muchos envidiaban, manejando la compleja agenda de Damián, sus inversiones multimillonarias y sus caprichos ocasionales con una calma olímpica. Nadie en Sterling Dynamics me había visto perder los estribos, ni siquiera titubear.

Damián Sterling, en cambio, era todo lo que yo no. A sus treinta y dos, llenaba cualquier espacio al que entraba. Alto, con el cabello azabache rebelde y unos ojos azules que parecían mirar más de lo que mostraba, imponía sin esfuerzo. Su risa no era frecuente, pero cuando aparecía sonaba profunda y contagiosa. Claro que su carácter podía explotar en segundos, tan cambiante como la bolsa de valores. Era brillante, implacable en los negocios y, siendo honesta, bastante arrogante, pero también era el hombre que había llevado a Sterling Dynamics de ser una empresa familiar a convertirse en una potencia global. Y, por más que no quisiera admitirlo, lo admiraba.

Mi rutina era una coreografía exacta. Entrar a las 7:00 AM, revisar los titulares financieros, preparar el americano doble sin azúcar de Damián, y tener listos los informes clave antes de que él pisara la oficina a las 8:30 AM en punto. Su despacho, un santuario de cristal y acero con vistas panorámicas a la ciudad, era un reflejo de su mente: ordenada, precisa y con un toque de fría elegancia.

Pero esa mañana algo estaba distinto. El aire se sentía raro, pesado. Damián entró puntual, como siempre, aunque sin la urgencia habitual. Se movía despacio, y en lugar de enfocarse en los documentos sobre el escritorio, me miró. Esa mirada tenía un peso que jamás había sentido.

—Valentina —su voz, normalmente clara y directa, sonó un poco más baja que lo habitual—. Necesito hablar contigo... A solas.

Asentí, mi corazón dio un vuelco imperceptible. Una conversación "a solas" con Damián Sterling siempre significaba algo importante, algo que no podía ser discutido delante de otros empleados. Cerré la puerta de su oficina, el suave "clic" del pestillo resonó en el silencio. Me coloqué frente a su escritorio, adoptando mi postura profesional: manos cruzadas y expresión neutral.

Damián se sentó en su silla de cuero, entrelazando los dedos sobre el escritorio. La luz de la mañana, filtrándose a través de los cristales, acentuaba las sombras bajo sus ojos, un indicio de noches sin dormir. Respiró hondo, y me di cuenta de que él estaba nervioso. Sí, Damián Sterling, el hombre que cerraba acuerdos multimillonarios sin inmutarse, estaba nervioso.

—Valentina —comenzó de nuevo, su mirada fija en la mía—, sabes que eres una parte indispensable de Sterling Dynamics. Tu lealtad, tu discreción, tu eficiencia… son inigualables.

Esperé. Los elogios de Damián eran raros, y siempre precedían a una petición extraordinaria.

—He estado lidiando con un asunto personal importante —continuó él, su voz un poco tensa—. Algo que he mantenido en privado, incluso de mis socios más cercanos. Se trata de… mi futuro, mi legado.

Fruncí el ceño ligeramente. ¿Un problema de salud? ¿Un asunto familiar delicado?

—Como sabes, provengo de una familia con una larga historia de... de continuar el linaje —dijo, la incomodidad era evidente en su tono—. Y, por razones que no vienen al caso en este momento, no puedo... no puedo tener hijos de la forma tradicional.

La declaración me tomó por sorpresa. Los rumores sobre la vida personal de Damián eran escasos, pero potentes. Nadie hablaba de su familia, pero todos susurraban sobre su fama de mujeriego y amante excepcional. Detalles que, por supuesto, yo me esforzaba en olvidar tan pronto como los escuchaba.

—He explorado todas las opciones —continuó Damián, su voz volviéndose más grave, como si estuviera presentando las conclusiones de un informe—. He considerado la adopción, pero el proceso es largo, incierto y está fuera de mi control. He investigado la donación anónima y la subrogación con agencias, pero la idea de que mi legado dependa de variables desconocidas, de personas sin un vínculo de confianza… es inaceptable para mí. Necesito a alguien que entienda lo que está en juego.

Sentí que el aire se volvía más denso. La palabra "subrogación" resonó en mi mente. Miré a Damián y, por primera vez, vi la vulnerabilidad detrás de su fachada de Alfa. Era un hombre con un deseo profundo y personal que no podía cumplir por sí mismo.

—Y después de mucha consideración, Valentina —sus ojos se encontraron con los míos, fijos, intensos—, he llegado a una conclusión. Necesito una subrogada. Y necesito a alguien en quien pueda confiar absoluta y completamente. Alguien con la fortaleza y la discreción para manejar esto.

Mi mente corría a mil por hora. ¿Estaba él...? No, no podía ser.

—Y he decidido que esa persona… eres tú, Valentina.

El mundo pareció detenerse. El café, el crujido del papel, el zumbido constante de la ciudad afuera, todo se desvaneció. Solo existía la voz de Damián, su petición audaz y la abrumadora implicación de sus palabras. ¿Subrogación? ¿Yo?

Yo, la mujer de acero, sentí un escalofrío que me recorrió de pies a cabeza. Nunca, en un millón de años, habría imaginado una conversación así. Mi relación con Damián había sido estrictamente profesional, siempre. Mi vida personal, un libro cerrado para la oficina.

—Señor Sterling —mi voz salió más ronca de lo que esperaba—, no… no sé qué decir.

—Sé que es una petición… inusual —Damián se levantó de su silla, dando la vuelta a su escritorio y acercándose a mí. Su cercanía era imponente, su presencia casi magnética—. Pero te lo pido, Valentina. No solo como tu jefe, sino como un hombre que está buscando desesperadamente una forma de tener un hijo. Te ofrezco una compensación generosa, por supuesto. Toda la asistencia médica, legal, el apoyo que necesites. Sería completamente confidencial. Nadie más lo sabría.

Di un paso atrás, mi mente tratando de procesar la magnitud de lo que él me estaba pidiendo. Ser la subrogada de Damián Sterling. Llevar a su hijo. Era una decisión que cambiaría mi vida para siempre, que desdibujaría todas las líneas entre mi mundo profesional y personal de una manera que nunca había concebido.

—Sé que es mucho pedir. Tómate tu tiempo. Piénsalo, pero te pido que lo consideres seriamente. No le pediría esto a nadie más.

Los ojos azules de Damián me miraban, su vulnerabilidad expuesta por primera vez. Era una visión sorprendente. Yo, la mujer de la lógica, de la razón, me encontraba en una encrucijada donde la emoción amenazaba con desmantelar mi cuidadosamente construida existencia. Me había preparado para mil escenarios laborales, pero no para este. No para la posibilidad de cargar con el legado de Damián Sterling, literal y metafóricamente.

Salí de su oficina cerrando la puerta tras de mí. El aroma del café y el sonido de la impresora seguían ahí, pero ahora sonaban apagados, lejanos, como si pertenecieran a otra vida. Mi mundo, tan ordenado, acababa de tambalearse de golpe, y no sabía si sería capaz de volver a ponerlo en equilibrio.

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