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Capítulo doscientos sesenta y dos.

Ami entró y se detuvo a mitad de paso, sus ojos se abrieron de par en par en incredulidad.

—Oh. Dios. Mío— jadeó, colocando una mano dramáticamente sobre su corazón. —¿Es Meera? ¿Me estás tomando el pelo? ¡Pareces una reina salida de alguna antigua corte real! De esas por las que los hombres empeza...