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Capítulo doscientos cincuenta y cinco.

Pero él solo sonrió de nuevo, y esta vez, ella lo vio claramente. No era suave. Era tensa. Controlada. El tipo de sonrisa que alguien lleva justo antes de quebrarse.

—No te preocupes, Meera —murmuró—. Déjame manejarlo.

Ella se quedó paralizada.

Esa voz. Era calma. Pero detrás de ella... había vio...