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DOS. 42

Sus embestidas la sacudían, casi haciéndola caer, pero su firme agarre la mantenía estable.

—Tómalo. Tómalo. —No podía reconocer su propia voz, tan áspera y animalística, mientras la penetraba una y otra vez con una fuerza que nunca hubiera usado fuera del frenesí de un calor completo. Pero ahora e...