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4.

La bolsa que tenía en la mano se resbaló y cayó al suelo. El chofer me miró, un poco sorprendido.

—¿En serio? —pensé—. ¿El joven Adrián ya había dicho sus planes?

Yo me recompuse, sentándome en el mueble en el que el hombre había estado sentado hacía un segundo.

—Por favor —le dije—. Tú conoces a Adrián, creo que los dos lo conocemos muy bien. Siempre hace eso, nunca pregunta. Cree que su voluntad sagrada es lo único que cuenta, y no importa nada más. Aquí va a ser esto —le dije.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. El hombre se sentó a mi lado. Él había presenciado mucho de lo que había pasado en mi relación con Adrián. Sabía muy bien cómo eran las cosas.

—Ciertamente me sorprendió mucho cuando el joven Adrián me dijo que usted regresaría… que lo haría de esta forma. Desde el primer instante supe que no era algo natural. Su relación terminó bastante mal, pero yo no soy quién para cuestionar. A pesar de que él me tenga mucha confianza, sigo siendo su empleado. Solamente obedezco. Y tampoco te voy a preguntar a ti —dijo, apoyando su mano en mi hombro— qué términos tienen esta nueva alianza. Lo único que sé es que si tú aceptaste desde un principio, después de todo lo que pasó… a pesar de todo lo que pasó, es porque es algo que realmente importa.

Claro que importaba, quise decirle. Quise decirle que si no lo hacía, me enviaba a la cárcel, o me haría pagar una multa. No tenía dinero para eso. Que si no lo hacía, mi abuelo moría. Claro que tenía que hacerlo. No tenía otra opción.

Él continuó:

—Si decidiste hacer esto, es porque es importante para ti. Sabes cómo o por qué. Entonces, el mejor consejo que yo puedo darte es que lo enfrentes. Si ya tomaste la decisión de que vas a hacerlo…

—Sí, pero cuando acepté, no imaginé que tenía que volver a la casa. A esa maldita mansión. Antes ni siquiera había vivido completamente ahí. Era un infierno.

—Sí, lo sé. Pero justo esta noche están haciendo una reunión importante. Sea lo que sea, sé que el señor Adrián la necesita ahí. La necesita.

Quise enojarme. Quise gritarle al pobre hombre y decirle que dónde había estado él cuando yo lo necesitaba, pero no podía hacerlo. Él no tenía la culpa.

—Solo llevaré algo para dormir. Mañana vendré con más paciencia a llevar lo que me haga falta. Porque primero debo hablar con alguien aquí. No quiero irme a vivir a esa casa.

El hombre asintió. Pero él sabía lo que yo también sabía: cuando a Adrián se le metía algo en la cabeza, nada lo podía hacer cambiar de opinión. No teníamos opción. Tenía que entregarme al plan, tenía que hacerlo simplemente. Cuando Adrián se cansara de intentar y yo quedara embarazada, me desecharía, y podría volver a mi vida normal. Porque yo estaba segura de que no podría tener nunca un hijo suyo en mi vientre. No nuevamente. No después de lo que había pasado la última vez.

Tal vez ese era su propio karma: necesitar mi vientre, pero haber sido justamente él quien me arrancó la fertilidad. Por mucho tiempo pensé que tal vez era lo mejor. Nunca me imaginé enamorándome de nadie más, y mucho menos embarazándome. Así que haber quedado estéril pudo haber sido lo mejor que me pudo haber pasado. Solo tenía que ocultarlo por unos cuantos meses y todo estaría bien.

Empaqué una pijama, unos cuantos accesorios y cosas para pasar la noche allá. Y cuando me subí en el asiento trasero de la camioneta, me sentí vulnerable, aterrada, como si fuese una vaca llevada al matadero. Tal vez así era.

El viaje hacia la mansión Almeida era un poco largo, y estuve conversando con el chofer fugazmente. Preguntó por mi abuelo, preguntó por mi vida, por algunos sueños que yo le había contado en algún momento. Se entristeció al notar que aquellos sueños no habían podido hacerse realidad.

Cuando al fin llegamos a la casa, sentí que el corazón me latía con fuerza.

—¿Está toda la familia reunida? —le pregunté.

Él asintió.

—Es el cumpleaños de la abuela. Se reunieron desde temprano. Adrián dijo que tenía... no, no es importante para hacer. Y bueno, espero que todo salga bien.

Cuando el auto se detuvo en la entrada de la casa, había un par de mujeres esperándome. No las reconocía. Hacía varios años que yo no me pasaba por allí. Seguramente habían cambiado a gran parte del personal. Era algo que la bruja madre de Adrián hacía constantemente: cambiar a sus empleadas.

Sentí que todo me daba vueltas. Las mujeres me tomaron por los brazos y me guiaron dentro de la mansión. Por suerte, no me encontré a nadie. Me llevaron a una habitación amplia.

—Vienen muy retrasados —dijo una de las mujeres mientras me desataba el cabello—. Por suerte usted ya se había duchado para venir, así que nos ahorramos ese tiempo.

De un armario sacaron un espléndido vestido rojo.

—Póngaselo ahora —me dijeron con un poco de impaciencia.

Parecía que en serio estábamos bastante afanadas. Mis manos temblorosas no ayudaban, y una de ellas tuvo que ayudarme con el vestido que se enredaba en mis piernas.

—Vamos, vamos —me apresuraron.

Me hicieron un recogido de cabello elegante pero sencillo, rápido. Luego tomaron un hermoso collar de diamantes que colgaron en mi cuello. Cuando salí al corredor, al fin, entonces, cara a cara, me encontré con Adrián.

Sus ojos grises como la luna se posaron en los míos y me dio una repasada de los pies a la cabeza. Tenía un hermoso traje con un corbatín. Pensé que se veía muy atractivo. A pesar de ser un monstruo de ser humano, Adrián sin duda era uno de los hombres más hermosos que yo hubiera visto. Y sabía que debajo de ese traje tenía un cuerpo estético, musculoso y fuerte… pues sabía porque yo lo había tenido entre mis brazos.

—No hay tiempo para explicarte —dijo mientras llegaba hacia donde yo estaba y me tomaba con un poco de rapidez y violencia por el antebrazo—. Te vas muy tarde. Se supone que íbamos a practicar un poco, pero ya no hay tiempo. Tienes que seguirme la corriente a cada cosa que yo diga. Di que sí, no hables demasiado.

Me llevó por un enorme pasillo. Yo lo reconocía: daba al jardín trasero. Y cuando lo hicimos, pude comprobar que aquella fiesta de cumpleaños para la abuela era mucho más grande de lo que imaginé al principio. Había invitados no solo de la familia, sino amigos, y también había prensa.

Pude ver cómo todos se volvieron hacia mí, y cómo los flashes me llegaron por un momento.

Las cosas se ponían cada vez peor.

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