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28.

Cuando su cálida mano se apoyó en mis mejillas, sentí que mi estómago se calentó. Pude ver un resquicio de el Adrián que había sido alguna vez, uno —dirían— que me había amado, que me había prometido el cielo y la tierra, y que me lo había dado, antes de que todo se fuera a la mierda, antes de que s...