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CapÃtulo 3 – Hambre
Lo bueno de estar encerrada en el sótano es que los matones de esta manada no suelen bajar aquà para torturarme.
Estaba en la parte trasera del sótano, en la lavanderÃa. Era una habitación grande, con cuatro lavadoras industriales y cuatro secadoras industriales. Hay dos enormes conductos de lavanderÃa en cada extremo de la habitación que dejan caer la ropa hasta mà en el sótano. Esta habitación tenÃa todo lo necesario para la lavanderÃa: una pila de cestas de ropa, un gran perchero y colgadores, una tabla de planchar, una mesa para doblar la ropa y un gran fregadero de lavanderÃa. Incluso tenÃa una cama para perro.
En la esquina de la lavanderÃa, sobre el suelo de cemento, habÃa una gran cama verde para perro y una vieja manta desgastada. Esta era mi cama. DormÃa en la lavanderÃa y en noches frÃas y heladas, secaba ropa para tratar de mantenerme caliente.
Junto a mi cama habÃa una tina de plástico que contenÃa todas mis pertenencias. Mi ropa vieja, un lobo de peluche color beige que mi padre me habÃa dado cuando era pequeña, un par de libros, un reloj despertador roto que conservaba porque la radio aún funcionaba y una vieja bolsa de mano.
MantenÃa la bolsa de mano enterrada en el fondo de la tina; contenÃa el collar de mi madre, una botella de medicación para el dolor que el Dr. Baker me dio hace dos meses, el viejo sombrero de mi papá y dos fotografÃas. Una fotografÃa era de mis padres en su ceremonia de apareamiento y la otra de mi mamá sosteniéndome horas después de mi nacimiento.
No tengo nada más en este mundo. No tengo dinero, ni amigos ni familia. Con suerte, pronto tendré a mi pareja, pero podrÃa llevar años si no está en la misma manada. Si mi pareja no está en esta manada, no sé cómo lo encontraré. Si es de esta manada, podrÃa no quererme.
He considerado huir muchas veces, pero no sé a dónde irÃa. Ser una renegada es peligroso y vivir entre humanos requerirÃa dinero. En el fondo, sé que no puedo ser una empleada de lavanderÃa por el resto de mi vida. Hablando de lavanderÃa, deberÃa ponerme a trabajar.
Los carros bajo los conductos de lavanderÃa estaban llenos de ropa sucia. Normalmente lavo de doce a quince cargas de ropa al dÃa, y ahora estaba viendo el doble. Llevé uno de los grandes carros a las lavadoras y comencé a cargar las máquinas, separando la ropa, las sábanas y las toallas.
Una vez que las cuatro máquinas comenzaron a lavar, decidà tomar una ducha y lavar el olor a cloro de mi cabello. Justo afuera de la lavanderÃa, en el sótano, habÃa una pequeña habitación del tamaño de un armario con un inodoro y un lavabo. HabÃa una diminuta ducha en una esquina que apenas era lo suficientemente grande para mÃ. De hecho, podrÃa haber sido un gran fregadero de piso, destinado a lavar trapeadores, pero se usaba como mi ducha.
Encendà el agua y me quité la ropa mojada. Sostuve la boquilla del rociador en mi mano y me quedé en la ducha con los ojos cerrados. Pensé en Beta Max, y cómo me ha salvado dos veces ya. Recordando, no puedo recordar un momento en que Max haya sido cruel conmigo. TenÃa el mismo cabello rubio arenoso y ojos verdes que Miranda, y estaba construido como un tanque. Max era guapo y tenÃa una calidez suave en su sonrisa.
Me lavé la cara primero, luego el cabello y finalmente el cuerpo. Apagué el agua y me envolvà en una toalla. Me cepillé los dientes y me vestÃ. Ursa no me permitÃa tener un secador de pelo, asà que debo secar mi cabello con la toalla y recogerlo en una cola de caballo.
Mi estómago volvió a gruñir. Fui al fregadero de lavanderÃa y junté mis manos para beber agua frÃa. Han pasado cinco dÃas desde que comà algo, y los dolores de hambre me tenÃan encorvada. Me dejé caer en mi cama para perro, el hambre no me dejaba ponerme cómoda ni echarme una siesta.
Una hora después, estaba moviendo la ropa de las lavadoras a las secadoras. Separé y comencé las siguientes cuatro cargas para lavar. Estaba mareada por la falta de alimento y traté de estabilizarme.
PodÃa escuchar risas provenientes de la parte trasera de la casa. Caminé hacia el otro lado del sótano, hacia la pequeña ventana que daba al patio trasero. Estaba oscuro afuera, pero podÃa ver a la gente reunida alrededor de una gran fogata mientras la fiesta en la piscina se apagaba.
Me quedé en la ventana y observé a Blake y Cole alimentando el fuego con troncos. Quedaban algunos cachorros, y tenÃan palos largos con malvaviscos en la punta que estaban asando. Vi parejas acurrucadas junto al fuego y me pregunté si algún dÃa podrÃa tener tanta suerte. Recuerdo tostar malvaviscos con mi papá, todo era tan diferente cuando él estaba vivo.
Miré por la ventana unos minutos más, ya no podÃa soportarlo. Decidà escabullirme por la pequeña ventana del cuarto de lavado para buscar comida. Me subà a la secadora y deslicé la ventana abierta en silencio. Cualquier persona normal nunca cabrÃa por ella, pero yo era pequeña y estaba desnutrida.
Primero saqué la cabeza y rápidamente me escabullà por la ventana. Mis costillas ardÃan de dolor. Me agaché detrás de un arbusto junto a la ventana para asegurarme de que nadie viniera. Una vez que estuve segura de que no habÃa peligro, corrà hacia las casas familiares y las cabañas más cercanas a la casa de la manada. El ejercicio me dejó sintiéndome débil. Me quedé en las sombras y observé.
Estaba detrás de un árbol cuando escuché la puerta trasera abrirse en la casa cercana. Me agaché y esperé. Un niño salió con una bolsa de basura y la puso en el contenedor a unos pocos pies de mÃ.
Por favor Diosa, no dejes que me atrape aquÃ. Me quedé congelada, sin atreverme a respirar. ParecÃa un buen chico, de unos once años, me pregunté si me darÃa comida si le rogara. No, no, no podÃa arriesgarme a pedirle y que el Alfa se enterara.
Volvió adentro, y esperé unos minutos antes de correr hacia la basura. Levanté la tapa y rompà la bolsa. Saqué el cartón de leche vacÃo de la parte superior, una caja de panaderÃa vacÃa, antes de ver las sobras de la cena. Me metà en los espaguetis y albóndigas que habÃan sido raspados de los platos de la cena, con trozos de ensalada sobrante.
Me sentÃa como un perro asqueroso comiendo basura, pero los dolores de hambre en mi estómago me obligaban a hacerlo. Esta no es la primera vez que tengo que hurgar en la basura para comer, pero espero que sea la última vez. Cumplo dieciocho en dos semanas y cuando obtenga mi lobo, deberÃa poder cazar comida.
Vi un trozo de pan de ajo que no parecÃa tocado, lo levanté a mi boca y lo devoré prácticamente gimiendo mientras masticaba. Empezaba a sentirme llena cuando sentà que alguien me estaba observando. Miré alrededor pero no vi a nadie. Coloqué la tapa de nuevo en la basura y corrà de vuelta a la casa de la manada.
Me agaché detrás del arbusto más cercano a la ventana del cuarto de lavado nuevamente y esperé. Cuando estuve segura de que nadie venÃa, me deslicé de nuevo por la ventana encima de la secadora. Cerré y aseguré la ventana antes de saltar de la secadora.
Fui al baño y me cepillé los dientes otra vez y me lavé la cara. Finalmente me sentà mejor con el estómago lleno. Caminé de vuelta a la ventana en el otro lado del sótano y me puse de puntillas para mirar nuevamente el patio trasero.
La fogata se estaba apagando y Miranda estaba cerca del fuego. Vi a Ranger caminar hacia ella con una cerveza en la mano y comenzar a besarla. Su mano libre le apretó el trasero y ella inmediatamente saltó para envolver sus largas piernas alrededor de su cintura.
Ella comenzó a pasar sus dedos por el grueso y hermoso cabello de Ranger. Ojalá pudiera pasar mis dedos por su cabello.
¡Ughh! ¿Qué me pasa? Debe ser una cosa de Alfa; cualquier hembra sin pareja tendrÃa que estar ciega para no desearlo.
—MIRANDA ES UNA ZORRA —grité mentalmente en mi cabeza. Ni siquiera era su pareja.
Y fue entonces cuando vi las llamas de la fogata elevarse diez pies de alto por un momento y luego bajar. Miranda estaba gritando sobre su cabello chamuscado y al siguiente momento Blake y Cole estaban sosteniendo la manguera del jardÃn y rociando a Miranda y la fogata con agua.