




Capítulo tres
Jayce
No puedo evitar sonreír para mis adentros por lo susceptible que es Rose conmigo. Supe en el momento en que entró a mi oficina que no podría resistirse a mí. Tengo un sexto sentido para estas cosas. Me intrigó desde el primer momento en que la vi. Es preciosa. La forma en que su cabello oscuro cae perfectamente sobre sus hombros en ondas. Me gusta el cabello largo en mis mujeres porque hay más para agarrar, y me encanta tirar del cabello de una mujer cuando hago lo que quiero con ellas. Pero no fue eso lo que más me atrajo de ella, fueron sus ojos azules como el cristal. No es un color que haya visto a menudo. En cuanto a esas malditas curvas suyas y sus largas piernas, esos son bonos.
—Sé que dijiste que puedo entrevistarte más tarde, pero ¿puedo hacer un par de preguntas rápidas ahora mismo? —pregunta Remi, mirándome con sus ojos marrones.
Ella también es bonita, pero prefiero a mis mujeres de cabello oscuro, en lugar de rubias, además no creo que ella sea buena para mí. Algo me dice que es una rompe reglas.
—Claro, solo dos, pero debes hacerlas rápido porque llegaremos a nuestro primer destino en solo unos minutos —respondo con firmeza, asegurándome de que sepa que no pueden ser más de dos.
—Prometo ser rápida. La primera, ¿cuánto tiempo has tenido este lugar, y la segunda, ¿qué te hizo abrir un club como este?
—Tres años, pero he estado involucrado en este estilo de vida por más de diez. Abrí el club porque quería un lugar seguro para que las personas fueran sin miedo y sin ser juzgadas. Quería un lugar donde las personas pudieran ser quienes son y participar en las cosas que disfrutan. Preguntas respondidas, no preguntes más hasta que te lo diga.
—Sí, Señor. Gracias por responder —dice Remi dulcemente, sonriéndome brillantemente.
Dirijo mi atención a Rose, hermosa, dulce Rose, y ella está mirando al suelo, jugueteando con la tela de su vestido.
—Ojos arriba, señorita Rose —mis palabras salen firmes, como pretendía.
Ella levanta la cabeza rápidamente, haciendo contacto visual conmigo.
—Lo siento, S-señor.
Le doy una sonrisa pícara.
—Te perdonaré esta vez. La próxima no tan fácilmente.
Rose suelta una risa, y vaya, qué risa tan hermosa fue.
—Gracias, Señor.
Juro que cada vez que me llama Señor toda la sangre corre a mi entrepierna. Me río y le doy un leve asentimiento.
—Señor, perdón por molestar, pero me dijo que lo buscara cuando ella estuviera lista.
Levanto la vista y veo a RJ.
—No, está bien. Me gustaría que conocieras a un par de personas, RJ. Esta es Remi y Rose. Están aquí para la entrevista en profundidad. Damas, este es RJ.
RJ dirige su atención a Remi, y veo cómo sus ojos se abren de par en par. RJ le sonríe brillantemente.
—Hola, Remi. Es un placer conocerte —le ofrece la mano, que ella toma.
—Um-y-igualmente —balbucea.
RJ es un mujeriego. Siendo español, a las mujeres parece encantarles su acento. Ayuda que sea guapo. Alto y musculoso, con cabello oscuro y ojos verdes. Es obvio que Remi se siente atraída por él.
Él sonríe, sabiendo esto antes de soltar su mano. Sus ojos se posan en Rose. La observo de cerca para ver su reacción hacia él.
—Hola, Rose, es un placer conocerte —dice, y lo veo mirarla de arriba abajo.
—Gracias, igualmente —sonríe vacíamente, sin parecer tan afectada por él como Remi.
Él la estaba mirando un poco demasiado para mi gusto. No me gusta. Me coloco frente a Rose, bloqueando su vista. Él retrocede y yo levanto una ceja. Él levanta la mano, sabiendo sin que yo tenga que decirle que Rose está fuera de límites.
—Kitty te está esperando, Señor, en la sala dos —dice.
—Gracias. Puedes irte ahora —digo con firmeza.
Él se despide rápidamente de Remi y Rose, y se marcha.
—¿Qué hay en la sala dos? —pregunta Remi con curiosidad.
—Nuestra primera parada del recorrido. Es una de nuestras salas de castigo. Tenemos varias, depende del castigo en cuál sala terminas.
—¿S-s-sala de castigo? —exclama Rose.
—Sí. No te preocupes, no es nada severo. La sala dos es para castigos menores: azotes, arrodillarse, manos atadas, ese tipo de cosas —le digo.
Kitty es una visitante frecuente de la sala de castigo. Después de todo, es una mocosa. Le gusta. Tenemos algunas mocosas que asisten al club. Personalmente, no son para mí. Prefiero que mis sumisas me obedezcan, pero a muchos Doms les gustan.
Rose se sonroja.
—Oh, está bien. Estoy segura de que puedo manejar eso, um, manejar estar en esa sala. No quiero decir que pueda manejar que me sucedan esas cosas. Bueno, en realidad no sé si podría, tal vez. Oh Dios, voy a callarme ahora.