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Aún sostenía el cuenco de agua en el que no alcanzara a agregar tónico. Se me ocurrió que debía estar sedienta. Pasé la mano bajo su cabeza para alzársela un poco y acerqué el cuenco a sus labios, que se veían pálidos y resquebrajados. Ya le daría luego más agua con tónico como correspondía. Bebió c...