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Llené de nieve cuanto cuenco hallé y los acomodé en torno al fuego. La cueva ya se había caldeado bastante cuando tuve agua tibia. Una vez más, tuve que hacer un esfuerzo para dominar el asco que me daba tan siquiera mirar a la muchachita. Abrí las pieles, apreté los dientes, y me dispuse a lavarla ...