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La muchachita seguía desmayada a unos diez metros de la desembocadura del arroyo, golpeada, magullada, temblando de pies a cabeza en sus ropas empapadas, todavía tendida en agua helada y lodo que me llegaba por encima de los tobillos y corría con fuerza. No reaccionó cuando la levanté en mis brazos,...