




06.- En los Brazos del Instinto.
Lúa se había alejado por un momento de César, que hablaba animadamente con Patch cerca de la parrilla, cuando Lucius se acercó a dejar su vaso vacío sobre la mesa del jardín.
—Bonita tarde —comentó él, sin mirarla directamente, pero con la voz grave que hacía vibrar algo en el pecho de Lúa.
Ella se giró con una sonrisa breve, pero genuina.
—Sí… aunque no esperaba que la tarde terminara tan... cargada —dijo, dándole un matiz ambivalente a la palabra.
Lucius levantó apenas una ceja, divertido y atento.
—¿Cargada… cómo?
Lúa lo miró con una chispa atrevida en los ojos.
—Ya sabe... muchas visitas, comida, miradas.
Hubo una pausa. No eran alumnos y profesor en ese momento. Eran dos personas al borde de una conversación peligrosa, en medio de una parrillada inocente.
Lucius se inclinó apenas hacia ella, con voz más baja:
—Algunas miradas son inevitables.
Lúa contuvo el aire. Su corazón dio un giro que no podía controlar. Justo entonces, César apareció tras ella, con la naturalidad de quien no tiene dudas.
—¿Todo bien? —preguntó con amabilidad, aunque sus ojos viajaron fugazmente de ella a Lucius.
—Sí, claro —respondió ella, recuperando la compostura.
César le tomó la mano con suavidad, entrelazando los dedos. Lúa sintió el calor familiar, pero de fondo… el frío distante de una comparación que no debía hacer.
—Nos vamos, profe —añadió César—. Gracias por la charla.
—Un gusto —respondió Lucius, neutral, con un leve gesto de cabeza.
Lúa se despidió con una sonrisa algo tensa:
—Nos vemos en la escuela... tenga cuidado al volver.
Lucius asintió sin quitarle los ojos de encima.
Fue entonces que Farrell, que había estado más atento de lo que aparentaba, tuvo una idea espontánea… o eso fingió.
Su hermana avanzó hacia la salida tomada de la mano de César, cuando él, con un giro súbito de su pelota, la lanzó justo contra sus piernas. Lúa tropezó con un pequeño grito ahogado.
—¡Lúa! —exclamaron varios al mismo tiempo.
Todo ocurrió en un segundo.
César soltó su mano demasiado tarde.
Lúa cayó…
…pero no tocó el suelo.
Dos brazos fuertes, seguros, la atraparon a media caída.
Lucius la sostenía con firmeza, el rostro a pocos centímetros del suyo, el aliento aún acelerado.
—¿Estás bien? —murmuró, sin soltarla aún.
Los ojos de ella, abiertos por la sorpresa, buscaron los de él.
—Sí... gracias —susurró, todavía en sus brazos.
Lucius la sostuvo un segundo más de lo necesario antes de ayudarla a incorporarse.
Patch llegó de inmediato, mientras Farrell silbaba como si nada.
—¡Muchacha, casi me matas del susto! —dijo su tío.
César se acercó con el ceño fruncido, aunque sin decir nada.
—Fue un accidente —dijo Farrell con inocencia, levantando la pelota—. Mala puntería.
Lucius se apartó un paso, recuperando su neutralidad con frialdad de lobo.
Pero el daño estaba hecho.
La tensión flotaba en el aire, densa, como humo invisible.
Más tarde, en casa…
El olor a carbón aún le quedaba en la ropa cuando Lúa se dejó caer sobre el sofá, con el cabello recogido en una coleta deshecha y el vestido amarillo ligeramente arrugado. Farrell pasó frente a ella con un tazón de helado en una mano y una sonrisa traviesa en el rostro.
—¿Estás bien, doña tropiezo? —dijo burlón, dejándose caer en el sillón contiguo.
—Qué gracioso, casi me mato —resopló ella, aunque no pudo evitar sonreír.
Farrell se acomodó, tomó una cucharada de helado y, sin verla, soltó:
—¿Sabes que no fue un accidente?
Lúa lo miró, entre incrédula y molesta.
—¿Qué?
—Que tirara la pelota justo cuando César te tomaba de la mano… —siguió él, encogiéndose de hombros con descaro—. Tenía curiosidad. Quería ver quién de los dos te atrapaba.
Ella le lanzó un cojín.
—¡Farrell! ¿Estás loco?
—Solo un poco —dijo, riéndose—. Pero funcionó, ¿no? El profe ni dudó en lanzarse por ti.
—Fue reflejo —replicó Lúa rápido, demasiado rápido.
—Ajá… claro. —Farrell la observó por primera vez directo a los ojos—. Pero eso no fue reflejo. Eso fue instinto.
Ella se cruzó de brazos.
—No exageres.
—Lúa, tú le gustas.
El silencio se volvió espeso por un instante.
—No, claro que no —replicó ella con voz más baja, esquivando la mirada de su hermano—. Es mi profesor, Farrell. Eso sería…
—¿Qué? ¿Prohibido? Es Inapropiado o espera interesante.
Ella le dio otra mirada de advertencia, pero Farrell solo alzó las cejas como diciendo “yo ya dije lo que vi”.
—Además, estás con César —añadió él, más serio ahora—. Y no sé si lo notaste, pero cuando te vio caer… y que no fue él quien te atrapó…
—¿Qué?
—Estaba molesto. Lo vi en su cara. Y no por la caída. Sino porque fue él, el profe, quien te sostuvo.
Lúa se quedó callada. Su mente revivía el momento en cámara lenta. La caída. Los brazos que la sostuvieron. La mirada. La forma en que César no dijo nada, pero se quedó más callado de lo normal todo el camino de regreso.
—No pasó nada —murmuró finalmente.
—Todavía —dijo Farrell, terminando su helado con una sonrisa demasiado tranquila.
Lúa no respondió. Se hundió más en el sofá, y por primera vez en semanas, no pensó en César al cerrar los ojos.