Read with BonusRead with Bonus

05.- Vestido Amarillo, Miradas Grises.

Los domingos en la casa Temple olían a carbón, a carne asándose y a pan recién horneado. A pesar del pasado trágico que aún respiraba entre las paredes, Patch, con su risa grave y su camiseta manchada de salsa BBQ, se empeñaba en que los fines de semana fueran sagrados: comida, música, y la familia que aún quedaba en pie.

—¡Vamos, chicas! ¡Que se enfrían las tortillas! —gritó desde el patio trasero.

Lúa se reía, sentada con dos de sus amigas en la banca de madera del jardín, un vaso de limonada entre las manos y el cabello suelto, ligeramente desordenado por el viento. Ese lugar era su refugio, el rincón donde no era porrista ni alumna ni la chica que coqueteó con la mirada equivocada en el momento menos oportuno. Solo era Lúa. Sobrina. Hermana. Muchacha común.

—Ya va, tío —dijo, levantándose sin apuro.

Fue entonces que la puerta del costado se abrió. Un par de pasos firmes, seguros, entraron al patio. Patch, animado, fue el primero en hablar:

—¡Lucius, hombre, qué bueno que viniste! Mira, te dije que aquí se come mejor que en cualquier restaurante.

Lucius.

La voz la golpeó antes que el nombre.

No podía ser.

Lúa se giró lentamente, con el corazón saltando sin explicación lógica… o quizás demasiado lógica. Allí estaba él. Lucius Hart, el profesor. Su profesor. Invitado a su casa como si perteneciera a otro mundo. Como si ese cruce no fuera una mezcla peligrosa.

Lucius la vio al instante. Los ojos se le clavaron como si el aire hubiera cambiado. No la miraba como alumno. No como porrista. No como desconocida. La miraba como si se acabara de enterar de que el destino tiene muy mal sentido del humor.

—Lúa… —murmuró, sin pensarlo.

Patch frunció el ceño, mirando a ambos alternativamente.

—¿Se conocen?

Lúa tragó saliva. Su sonrisa fue débil, pero no desapareció.

—Es… mi profesor —dijo, sin saber si eso lo hacía más o menos incómodo.

Lucius asintió, forzando una expresión neutra, aunque sus pupilas todavía parecían afiladas, como si buscaran respuestas.

—Sí. Nos hemos visto en la escuela.

Patch soltó una carcajada, ajeno a todo.

—¡Entonces esto es perfecto! Lucius, Lúa es mi sobrina, y Farrell, el que no deja de tragarse las alitas, es su hermano. Es como si todo ya estuviera conectado, ¿eh?

Y vaya que lo estaba.

Lúa sintió un cosquilleo en la nuca. El fuego del asador no era el único que ardía esa tarde.

La tarde avanzaba entre risas, platos vacíos y música suave sonando desde la bocina que Patch colgaba todos los domingos en una rama del nogal.

Lúa, con su vestido amarillo que se movía como pétalos al viento, caminaba por el jardín con un plato en las manos. A lo lejos, Lucius la observaba desde la sombra de un árbol, con un vaso de agua en la mano y la mente inquieta. Nunca imaginó que volvería a verla ese fin de semana, y mucho menos en un ambiente tan doméstico… tan cercano. Tan íntimo.

Cuando Lúa pasó cerca, se detuvo al notar su mirada.

No necesitaban palabras. El silencio entre ambos decía más de lo que debían.

—¿Está cómodo, profesor? —preguntó ella con una media sonrisa, sin atreverse a acercarse más de la cuenta.

—Demasiado… —respondió Lucius sin ironía, con una intensidad apenas disimulada—. Aunque debo admitir que no esperaba ver aquí a la mejor porrista de los Toros.

Ella se sonrojó con naturalidad, bajando un poco la mirada.

—Ni yo a usted… Patch siempre invita gente al azar, pero esta sí que fue una sorpresa.

—¿Buena o mala?

Lúa lo miró directo a los ojos. Verde contra gris.

—Todavía no lo sé —susurró.

Él asintió, como si entendiera lo que no se decía.

—¿Y ese vestido? —se atrevió a preguntar, como si el color lo hubiera hipnotizado.

Ella se tocó la falda con delicadeza.

—Mi mamá decía que el amarillo era para los días felices… yo no sabía que hoy iba a ser uno.

Lucius iba a decir algo más, pero en ese instante, una voz alegre irrumpió desde la entrada del jardín.

—¡Lúa!

Ella se giró bruscamente. Su sonrisa se transformó, dulce y ligera.

—¡César!

Un joven alto, de cabello castaño y ojos claros, vestido con jeans y camisa blanca remangada, cruzó la reja sin esfuerzo.

Lúa corrió a recibirlo con los brazos extendidos, el vestido ondeando tras ella como una llamarada dorada. Al alcanzarlo, se lanzó a su cuello y lo besó con entusiasmo.

Lucius no apartó la vista.

No hizo ningún gesto.

Pero por dentro, algo muy antiguo y territorial se removió.

—¿Ese es César? —preguntó Patch a su lado, con una sonrisa—. Buen chico, ha estado saliendo con Lúa desde hace unos meses.

Lucius solo asintió. El vaso en su mano crujió levemente por la presión.

Y, sin embargo, sus ojos no se apartaban de ella.

De su risa.

De su vestido amarillo.

De la parte de él que, aunque no quería admitirlo aún, la había elegido ya.

Previous ChapterNext Chapter