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02.- Entre Ellos y Nosotros.

Una punzada leve en el pecho. La sangre acelerándose por apenas segundos. El instinto que gritaba lo que la lógica aún no aceptaba.

Su mate.

Podía haber sido una ilusión. Podía.

Pero quería verla de nuevo.

Necesitaba asegurarse.

Y si el destino no lo traía, él mismo buscaría la manera de que volviera a cruzar esa puerta.

Chandra hablaba con fluidez, sus dedos jugueteando con un mechón de su cabello azabache mientras dejaba su cuaderno sobre el escritorio. Su voz era dulce, medida, y su sonrisa tenía intención.

Lucius lo notaba. Claro que lo hacía.

Pero no respondía. No como ella esperaba.

—…y pensé que tal vez podrías revisarla tú mismo. Ya sabes, antes de entregarla oficialmente —dijo ella, inclinándose apenas hacia él.

Lucius sostuvo la mirada unos segundos, por cortesía más que por interés. Chandra era guapa, encantadora a su modo. Muchos hombres la encontraban irresistible. Pero él no sentía nada.

Porque ya la había visto a ella.

A Lúa.

Esa imagen no se le había borrado desde que entró al salón con su uniforme y esos ojos verdes que parecían ver más allá de lo evidente.

Un golpe leve en la puerta entreabierta lo hizo levantar la vista.

—¿Profesor Joan Hart? El profesor Montenegro me pidió que le entregara esto —dijo Lúa, asomando apenas con una carpeta en las manos—. Siento interrumpir.

Lucius sintió cómo el aire cambiaba. Su cuerpo reaccionó antes que su mente. El pulso se le aceleró, el instinto se despertó… y el mundo se reordenó.

Ahí estaba ella.

Y también estaba Chandra.

—Adelante, Lúa —dijo con voz controlada, demasiado tranquilo para lo que realmente sentía.

La joven cruzó la puerta, evitando mirar a Chandra. Sus pasos eran firmes, aunque su expresión se había vuelto un poco más seria. No dijo nada más. Solo extendió la carpeta con rapidez.

—Aquí está —murmuró.

Sus dedos rozaron brevemente los de él al entregarla. Un contacto mínimo. Suficiente para que Lucius lo sintiera hasta el fondo de la piel.

Pero ella no se quedó. No esperó agradecimientos ni comentarios. Dio media vuelta y salió del aula con prisa, como si acabara de entrar en un lugar donde no quería estar.

Lucius se quedó inmóvil por un instante, observando la puerta aún abierta.

—¿Todo bien? —preguntó Chandra, alzando una ceja.

Lucius no respondió enseguida. Cerró la carpeta, la colocó sobre su escritorio y murmuró, más para sí que para ella:

—Más que bien.

Y por dentro, supo con certeza lo que ya había sospechado desde el primer día.

Ella lo había sentido también.

Desde la mirada de Lúa...

Salió del aula con el corazón latiéndole más rápido de lo normal. Caminaba deprisa por el pasillo, sin mirar atrás. Apretaba los labios, molesta consigo misma por algo que no entendía del todo.

No era celos. Claro que no.

Solo fue una coincidencia. Un mal momento. Entró a entregar una carpeta, nada más. Pero entonces vio a Chandra, sentada tan cerca del profesor Hart que parecía parte del escritorio.

¿Qué hacía ahí? ¿Otra de sus tácticas?

Chandra nunca perdía el tiempo. Usaba tareas, trabajos, favores… lo que fuera, para coquetear. Y con Lucius no estaba siendo distinta.

Lúa no quería pensar en eso. Ni en sus ojos dispares, ni en cómo la miró, ni en el roce de sus dedos. Nada.

Pero antes de girar en el pasillo, una voz aguda y cargada de veneno la alcanzó por detrás.

—Sabes que lo vi primero, ¿verdad?

Lúa se detuvo. Respiró hondo. Se giró lentamente.

Ahí estaba Chandra, con los brazos cruzados y esa sonrisa ladina que usaba cuando quería guerra.

—¿Perdón?

—Lucius. O profesor Hart, como quieras. Solo para que no te hagas ilusiones —dijo, dando un paso hacia ella—. Te vi mirándolo. Pero él ya tiene mi atención. Así que no te desgastes.

Lúa la observó con calma, la misma calma que se usa antes de soltar una verdad que corta como filo.

—No me compares contigo —respondió, firme—. Lo que tú hagas con los profesores es tu asunto. No tengo nada que ver con eso.

La sonrisa de Chandra se tensó. Por un segundo, pareció perder el equilibrio de su superioridad.

Pero Lúa ya había dado media vuelta, sin esperar más respuestas. No iba a caer en juegos, y mucho menos permitir que alguien decidiera por ella lo que sentía... aunque aún no pudiera ponerle nombre.

—Hola, preciosa.

—Ulises, hola —respondió Lúa, esbozando una sonrisa.

Ulises, jugador del equipo de fútbol americano, aún llevaba puesto el uniforme. Tenía el cabello húmedo por el sudor del entrenamiento y ese aire despreocupado que siempre lo acompañaba.

—¿Ya terminó el entrenamiento? —preguntó ella.

—Sí. ¿Tú vas para tu casa?

—Ajá. Mi hermano ya se fue.

—Vamos, te llevo —ofreció él, con naturalidad.

Lúa dudó apenas un segundo, pero aceptó con un gesto. Caminaron juntos hacia el estacionamiento, conversando con risas suaves que se perdían entre los ecos de la tarde.

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