




01.- La Llegada del Profesor Nuevo.
Las tres chicas se acercaron curiosas a la puerta del salón 14, de dónde provenía un escándalo.
—¿Y si mejor Luna le pide el permiso al maestro? —sugirió una de ellas.
—Sí, mejor. Ya sabes que si está guapo se me traba la lengua —respondió otra, arrancando risas entre el grupo.
—Esperen, ahí viene Luna. Ahorita le decimos que lo haga ella.
—Sí, sí —contestaron al unísono las jóvenes, todas vestidas con el uniforme de porristas.
Por el pasillo se acercaba una chica de cabello pelirrojo, suelto y ondulado. Vestía el mismo uniforme de porrista, con tenis blancos y cargaba un paquete de propaganda que repartirían en breve.
—¡Ya, chicas! Aquí están —dijo ella, entregándoles pequeños bonches de las hojas.
—Bueno… ¿quién pedirá el permiso? —preguntó, con una sonrisa inocente.
—Tú —dijeron todas a la vez.
—¿Yo otra vez? —protestó, fingiendo sorpresa.
Las demás asintieron, moviendo la cabeza con una expresión cómplice.
—Anda, Luna, por favor. Es nuevo y ya sabes cómo me pongo si es guapo… o de esos gruñones.
Lúa soltó una risa ligera, divertida. Para ella, no importaba si era guapo o feo. Siempre acababa siendo ella quien pedía los permisos.
—Está bien, yo lo haré.
—¡Gracias! —exclamaron sus amigas.
Desde la ventana, observaron al profesor. Estaba sentado, concentrado en su escritorio, mientras los estudiantes trabajaban en silencio. Con decisión, Lúa entró al aula, seguida por sus compañeras. Todos los ojos se volvieron hacia ellas.
—Buenas tardes, profesor —dijo Lúa con seguridad.
El hombre alzó la vista, dejando de escribir. Sus ojos se encontraron con los de ella: verdes, profundos, intensos. Se fijó en su silueta, en el uniforme, en el cabello rojo como una llamarada viva.
—Buenas tardes, señorita —respondió él, con voz firme.
—Mi nombre es Lúa. Somos parte del equipo de porristas de la escuela. Queríamos pedirle permiso para dar un anuncio a nuestros compañeros, si es posible.
—Pueden hacerlo —aceptó sin vacilar.
—Gracias —dijo ella, sonriendo.
Una de las chicas tomó la palabra, anunciando el juego de este sábado. Mientras hablaban, Lúa dejó una hoja en el escritorio del profesor antes de repartir el resto entre los estudiantes. Al terminar, cerró con energía:
—¡Gracias por su atención! ¡Vamos, Toros!
Apenas salieron del salón, la campana sonó anunciando el receso. Las chicas se reían entre sí.
—¿Viste? Está bien guapo. Qué bueno que tú se lo pediste, Luna.
El salón 14 quedó vacío. Solo el maestro permanecía en su lugar.
—Lucius, estás aquí.
—Julio… ¡Hola! —respondió el recién llegado con una sonrisa.
Se abrazaron con entusiasmo. Eran viejos amigos desde la universidad, donde ambos estudiaron para ser profesores de preparatoria.
Lucius era un hombre alto, de cabello corto y oscuro, con ojos de distinto color: uno gris, otro verde. Vestía con elegancia informal, irradiando una presencia imponente pero serena.
Ambos se sentaron para compartir el almuerzo.
—¿Cómo están tus padres? —preguntó Julio.
—Muy bien, te mandan saludos.
—Gracias. Me alegra que tu papá te haya dejado venir, después de haberte nombrado alfa.
—Sabes que no fue sencillo. Se molestó cuando le dije que quería venir a trabajar aquí, lejos de la manada… pero le prometí que volveré cuando sea el momento.
—Tal vez regreses con esposa y todo —bromeó Julio.
—Que la Dama de la Noche te escuche. No he sentido todavía el llamado de mi mate.
—Debe estar impaciente Caleb, esperando que la encuentres.
—La paciencia es parte de nuestra fuerza —replicó Lucius, tranquilo.
Mientras conversaban, Julio reparó en una de las hojas que las porristas habían dejado.
—También vinieron a mi clase. La chica pelirroja… ¿Lúa?
Lucius se giró ligeramente, interesado.
—¿Desde cuándo estudia aquí?
—Ella y su hermano, Farrell, llegaron hace algunos meses. Pero te advierto: aunque es buena estudiante, Lúa no asiste a todas sus clases. Entre prácticas, juegos y compromisos, su mundo gira en torno al equipo de porristas.
—¿Luna?
—Así la llaman de cariño. Su nombre tiene varios orígenes, ya sabes. En latín significa “Luna”, como la que guía nuestras noches. Supongo que por eso lo usan. Además… sí, es una chica guapa.
Lucius asintió con discreción, comiendo en silencio mientras cambiaban de tema.
—Y dime… ¿dónde estás viviendo ahora?
Lucius comenzó a responder mientras en su mente, una sola imagen persistía: la chica de ojos verdes, con la energía de la luna brillando en su sonrisa.
La hoja con el anuncio del partido seguía sobre su escritorio. La miró de nuevo, pero no por interés en el evento.
Era por ella.
Lúa.
El nombre se repetía en su mente como un eco suave… como una nota olvidada de una melodía que pensó que jamás escucharía.
Tenía algo en la forma en que lo miró, en cómo su voz rompió el silencio sin titubear. No era solo su cabello encendido por la luz de la tarde ni sus ojos verdes.
Era su energía. Su presencia.
Lucius apretó los dedos sobre el borde de la hoja.
No podía ser.
Pero lo era.
Lo había sentido.