




Capítulo 6
Ya cerrando el local, Hugo y Holly se encontraban revisando todo, como era su costumbre antes de retirarse, allí él aprovechó de comentar:
–Esa hermana tuya es un clavo en el zapato, no respiré tranquilo hasta que pidieron la cuenta, por cierto, pagó el bombón y fue un dineral. La Isela se está dando la gran vida.
–Y yo, corriéndole al esposo, sabrás que me lo encontré saliendo de la oficina y el colmo fue que Carlota apareció por un lío con sus hermanos.
–Eso no es tan grave, no creo que semejante ejemplar termine siendo un chismoso que correrá a decirle a tu hermana que te vio y que tienes hijos.
–Igual, si mi hermana o mis padres no saben de mí ni de ellos, mejor.
–Ahora pienso que debí haber hablado con ella, así sabría cuánto tiempo estarán aquí, dónde se hospedan y qué hacen en España.
–¿Crees que hayan venido por ti?
–Por mí específicamente no –concluyó Hugo–, pero sí por la fama de nuestro restaurante y la comida deliciosa que servimos.
–Eso espero y ojalá se vayan pronto –expresó reflexiva Holly.
La situación matrimonial de Isela y Stephen empeoraba con los años, desde los primeros meses de casados se convirtieron en una pareja social, ellos aparentaban perfección frente a otros ojos y ante las cámaras que algunas veces se ocupaban de ellos; sobre todo de él, porque sus creaciones arquitectónicas cada vez eran más vanguardistas, innovadoras y llamaban la atención de revistas especializadas y de expertos arquitectos y constructores.
Todo explotó cuando cumplieron tres meses de casados y él recibió un informe detallado de las actividades de su suegro y supuesto socio de negocios.
–¿Qué significa esto? –le preguntó capcioso a su asistente.
–Me tomé la libertad de investigar a Andrew Dover.
–¿Y eso por qué?
–Hubo algo en su actitud durante la cena de hace dos noches, mientras hablaba de una inversión que te propondría que me hizo ruido, así que ordené una investigación exhaustiva de él y sus negocios, eso que tienes en la mano es lo que obtuve.
–¿Ya lo leíste?
–Por supuesto.
–Dame un resumen.
–Es un fraude en toda la extensión de la palabra, tiene muchas deudas, vive al día, ahora se ampara en el parentesco contigo para obtener favores que seguramente no honrará.
–Gracias Peter.
Lo siguiente que hizo Stephen fue hablar con Isela:
–¿Sabías que tu padre realmente no tiene tanto éxito como aparenta?
–¿De qué hablas? Papá es uno de los reyes inmobiliarios de la ciudad.
–No es así y no creo que tú no lo supieras con anterioridad, así que caí en este compromiso ingenuamente, confiando en ustedes, en su sinceridad y honestidad, pero debido a lo que ahora sé de tu padre, las cosas se harán a mi manera.
–¿Qué quieres decir?
–Honraré el contrato que firmamos al casarnos, pero solo de puertas para afuera seremos un matrimonio que se lleva bien, de puertas para adentro tú en lo tuyo y yo en lo mío, me centraré en mi trabajo y tú harás lo que sea que hagas durante el día, asistiremos juntos a algunos eventos en los que necesite mostrarme como un hombre estable y casado, nada más.
El contrato al que se refería Stephen que honraría, establecía que estaban comprometidos por un período de diez años, el divorcio no era opción, ya que Andrew Dover fue lo suficientemente astuto para asegurarse una buena indemnización si eso ocurría, la cual Stephen no estaba dispuesto a pagar y sin tener ningún interés romántico por otra mujer, no le afectaba en absoluto cumplir el convenio matrimonial.
Desde que se efectuó la fastuosa boda y hasta el presente no habían logrado ni siquiera ser buenos amigos, él mantenía un comportamiento sumamente discreto y ella se dispuso a gastar a manos llenas; el resto del tiempo, se comunicaban por mensajes de texto cuando surgía la necesidad de asistir a algún evento donde necesitaran ver y dejarse ver.
Después de su visita al restaurante, Stephen tuvo una noche difícil, no le era posible conciliar el sueño por estar pensando en Holly, esa mujer con quien pasó una exquisita y ardiente noche, una mujer que no había podido olvidar, no solo por haber sido el primero para ella, sino por la suavidad de su piel, su dulce sabor y el delicado aroma que desprendía.
Recordaba su entrega, sus gemidos y siempre reaccionaba a ese recuerdo, tampoco se habían borrado de su memoria su largo cabello castaño, sus hermosas facciones, ni la oscura marca que tenía en la espalda.
Resultó ser la hermana de su esposa y otro detalle muy importante, era que ella mostraba no tener idea de quién era él, no parecía fingir cuando se vieron en casa de sus padres para la fiesta en la cual se comprometió con Isela y tampoco durante el reciente encuentro de esa noche, lo único que manifestó fue interés en que él no le contara a su hermana que la había visto.
En la mañana muy temprano, ya él tenía el firme propósito de ir al restaurante y hablar con ella, revisó en internet y encontró el horario. Al salir, su esposa estaba en el comedor de la suite donde se hospedaban.
–¿Adónde vas?
–¿Desde cuándo te interesa lo que hago?
–Yo también saldré.
–Bien.
El restaurante abría a las once de la mañana, él estimó que por preparativos iniciarían operaciones a las nueve, así que llegó a las ocho con treinta minutos, se apoyó en el Audi rentado que conducía y hundió sus manos en el bolsillo de su pantalón, dispuesto a esperar.
Inesperadamente se abrió una puerta lateral y por allí salió Holly con sus tres pequeños perfectamente uniformados. Stephen los observó detenidamente y estrechando los ojos, sin demostrar el asombro que le causó ver a la chica del hotel con tres hijos en una edad que pudiera coincidir perfectamente con su encuentro.
Él estaba seguro de que no usó protección esa noche, así que no le resultaba descabellado pensar lo que acababa de surgir en su mente. Holly subió a sus hijos a un trasporte escolar y al girarse lo vio, ella sí mostró sorpresa en su rostro que enseguida se transformó en molestia, por el tono con el que le preguntó:
–¿Qué haces aquí?
–Debemos hablar.
–¿De qué? Mira si es porque te pedí que no le dijeras a mi hermana que me viste, te juro que tengo mis razones.
–Tres, para ser exactos, porque supongo que tu familia no sabe que eres madre, pero no te preocupes, por mí no lo sabrán.
–¿Entonces? –indagó cruzando los brazos.
–Necesito hablar contigo.
–¿De qué? Entre nosotros no hay tema, esta es la tercera vez que nos vemos en la vida.
–La primera vez que nos vimos no fue en la fiesta de mi compromiso con tu hermana.
–¿Qué? Habla claro de una buena vez.
–Estuvimos juntos en una habitación de un lujoso hotel.