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CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 5

Seis años después…

Desde que nacieron los trillizos hasta el presente, Holly ha aprendido mucho de cocina, don Augusto le infundió el amor por la pastelería y Hugo le replicaba cada clase que recibía y dos años atrás, al graduarse, le dijo:

–Abriré un restaurante, ¿quieres ser mi socia?

–No tengo dinero suficiente para invertir.

–Bueno, entonces trabajarás el doble para cubrir tu parte, socia –manifestó antes de abrazarla para cerrar la sociedad.

A partir de ese momento se organizaron muy bien, don Augusto tenía una parte del local donde mantenía la pastelería y el resto del espacio había sido acondicionado para que funcionara el restaurante que siempre había soñado Hugo.

En el anexo donde tenían sus viviendas, todo había cambiado, Hugo transformó su apartamento en una elegante y sofisticada vivienda donde destacaban valiosas piezas de arte; por su parte Holly convirtió su apartamento en un espacio muy acogedor, sala-comedor-cocina en un solo ambiente, luego tres habitaciones y un pequeño estudio que utilizaban los niños para sus deberes escolares.

La joven madre dividía su tiempo entre la crianza de sus pequeños y la atención en el restaurante, cada día era una aventura, ya que las personalidades de sus hijos eran tan diferentes una de la otra, tan individuales y tan genuinas, que le resultaba un reto sumamente interesante encontrarse con ellos cada mañana.

–Criaturas del Universo, vengan a desayunar.

–Mami, ¿puedo ser una sirena? –preguntó Carlota.

–Sí, mi amor.

–Carlotina, con tantas criaturas reales que existen en el océano, ¿por qué quieres ser una sirena? –quiso saber Esteban.

–Uno, no me llames Carlotina, soy Carlota.

–Cuando midas más de ciento diez centímetros te ganarás el nombre grande.

–Dos, Ariel es mi favorita y quiero ser como ella.

–Yo quiero ser Capitán América –soltó Federico.

–Otro –exclamó Esteban rodando los ojos.

–¿Cuál es tu rollo? –interrogó Federico con molestia.

–Que el Capitán América no existe –respondió Esteban con suficiencia.

–Dile eso a Marvel –señaló Federico.

–Claro, justo en eso estaba pensando –replicó su hermano.

–¿Podrían parar de discutir y tomar el desayuno? Hoy tengo libre, ¿qué quieren hacer? –preguntó Holly, interviniendo para detener lo que parecía una larga discusión entre los trillizos, lo cual era bastante frecuente.

–Yo nadar, como una sirena –manifestó Carlota.

–Adivino, Federico quiere ir a combatir el mal como el Capitán América –se burló Esteban.

–A ver tú cerebrito, ¿qué quieres hacer? –indagó Carlota.

–Podríamos ir al museo de ciencias naturales a ver si se ubican un poquito.

–Niños coman y están fritos, yo decido el destino del paseo de hoy –así concluyó Holly con el debate entre sus hijos.

Cuando estuvieron listos, Holly los hizo abordar el automóvil y emprendió el viaje de una hora hasta Tarragona, donde los sorprendió con entradas para visitar durante todo el día el parque de atracciones Port Aventura, uno de los mejores de toda Europa.

A partes iguales, gritaron entusiasmados y ella sonrió satisfecha por la manifestación de alegría ante su sorpresa, esa era su recompensa a todo lo vivido, las sonrisas de sus hijos le decían que todo había valido la pena.


Isela y su esposo Stephen, estaban recorriendo Europa porque él debía encargarse de algunos asuntos y su caprichosa esposa no quiso quedarse en casa, así que allí estaban, en España con dos parejas amigas de él y ella proponiendo que visitaran un restaurante que tenía excelentes reseñas y que con solo dos años de funcionamiento ya tenía una estrella Michelin.

Finalmente, todos aceptaron y se encontraban haciendo fila para entrar a “Mirage Chef”, el restaurante de moda propiedad de Hugo, Holly y Shauna, quien se unió a la sociedad un año después de inaugurado y cuando ya tuvo clientes que garantizaban su éxito –argumentó–, actuando como la excelente abogada que era.

Las tres parejas estaban tan complacidas con la comida, que la esposa de uno de los amigos de Stephen, solicitó conocer al chef, en esas ocasiones Hugo y Holly salían juntos a saludar, pero esta vez ella estaba atendiendo a tres comensales muy exigentes quienes se habían convertido en fanáticos de su comida y la del “tío Hugo”.

Hugo se presentó en la mesa, recibió los halagos y se retiró rápidamente, luego de obviar todo el rato la mirada inquisitiva de Isela, quien buscaba sus ojos sin disimulo.

–Holly –la llamó a punto de hiperventilar–, la mesa siete está total y absolutamente prohibida para ti, no te acerques, no te asomes, no vuelvas a salir de aquí.

–¿Por qué? Estás muy agitado.

–Allí está tu hermana con el esposo y cuatro personas más.

Holly tomó a sus tres hijos y los llevó hasta la oficina lo más pronto que pudo.

–¿Qué pasa mami? –interrogó Federico.

–¿Por qué nos interrumpes así la comida? –quiso saber Esteban.

–Explícate mami, estás muy rara –indagó Carlota extrañada por la actitud de su madre, sin embargo, ninguno obtuvo respuesta, Holly los metió en la oficina y les dijo:

–No se muevan de aquí hasta que yo les avise.

Quiso la providencia que ella estuviera bajando por las escaleras que conducían a las oficinas administrativas, cuando se topó de frente con Stephen, quien buscaba los sanitarios.

–Tú… tú eres… –Comenzó a decir él.

–Sí, soy la hermana de Isela y te ruego por lo que más quieras que no le digas que me viste –lo interrumpió y expresó en tono de ruego sin dar más vueltas.

Justo en ese instante se escuchó una voz infantil muy enfadada que decía:

–¡Mamá!, tu hijo Federico dice que soy invisible, ven a explicarle que sí me veo.

Holly volvió a subir las escaleras a toda velocidad, tomó a la niña en brazos y se encerró con sus hijos en la oficina, respirando agitadamente y rogando para sus adentros que su cuñado le hiciera caso y no la mencionara ante su hermana.

Stephen la observó alejarse y quedó pensativo, un mesero lo hizo salir de esa área y le indicó la zona correcta donde encontraría los sanitarios. Al regresar a la mesa, se unió a la conversación sin olvidar el encuentro con su cuñada y mucho menos con la niña que vio y sintió tan familiar como si la conociera, aunque estaba seguro de no haberla visto nunca antes.

Por su parte, Isela intentó hablar a solas con Hugo, incluso lo buscó en la cocina, pero no le permitieron entrar diciéndole que no estaba permitido el acceso a personas ajenas al restaurante.

–Pero yo lo conozco.

–Muy bien, dígame su mesa y él irá hasta allá cuando tenga oportunidad.

Hugo escuchó todo escondido en una esquina detrás de un refrigerador.

“Qué intensidad, por Dios, no entiende que no quiero hablar con ella” –pensó mientras permanecía oculto.

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