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Confesión.

—¿Qué? ¡No!

Él se ríe y levanta las manos.

—Intentaré mantener mis ojos y mis manos para mí mismo, pero estás adolorida, amore, y no quiero que te caigas y te lastimes. Así que te ayudaré.

—Oh, está bien —digo en voz baja e intento alcanzar el lazo de la bata para desatarlo. Maldita sea, eso due...