




Todo cambió
Thiago terminó de hablar ante sus socios y espero los aplausos para luego sonreír con prepotencia.
Los números una vez más mostraron lo eficiente que era el manejo de la empresa en sus manos. Una vez más era consolidado como una de los mejores en la industria.
Uno por uno se fueron levantando y luego de estrechar la mano con el magnate salieron de la sala de juntas.
—Te felicito hermano, definitivamente vamos a ganar ese premio en el concurso nacional. —Thiago chasqueó con su lengua e ignoró a su hermano por unos instantes para luego sentarse en su trono.
—Era lo mínimo que podría hacer luego de que desaparecieras por más de seis meses —Thiago aseveró.
—Ya te dije que estaba viajando.
—Y yo ya te respondí que no es asunto mío. Eres un adulto y lo mínimo que debes hacer es comportarte como tal. Ahora vete porque necesito trabajar.
—Volveré a la empresa —mencionó, Thiago subió la mirada y negó con su cabeza—. Necesitaba un tiempo para mí, ya lo tuve, ahora volveré y espero que no interfieras en eso.
—Mientras hagas lo que te compete no voy a interferir. ¿Has comprendido que cuando nuestro padre fallezca nos haremos cargo de todo? Te voy a dar un consejo simple: deberías empezar a madurar.
—Hermano lo que creo es que ya llegó mi momento de tomar lo que me pertenece, fue suficiente con dejar que tú te encargaras de todo.
Joel sonrió y negó con su cabeza. Sabía que su hermano era terco, parecía un robot. Mientras que él era todo lo contrario.
—El cumpleaños de nuestro padre lo celebraremos esta vez en mi casa, está noche —dijo Thiago con voz firme—. Intenta no comprometerte con nada, debemos estar allí. No solo estaremos nosotros sino que también habrán algunos inversionistas. ¿Te queda claro?
—Me queda claro hermano. Y no solo celebramos el cumpleaños de nuestro padre, también tengo una sorpresa para todos.
Thiago señaló la puerta indicando que saliera, Joel hizo una mueca y luego obedeció a su hermano.
Ellos eran polos opuestos, como el agua y el aceite. No obstante, solo se tenían los dos.
Thiago miró su reloj, su tiempo en la empresa había terminado y un compromiso mucho más importante lo esperaba… su pequeña hija.
Entre tanto, Elena miró el anillo en su mano, junto con la carta que estaba arrugada. No podía creer lo que acababa de leer… no podía creer que el hombre en el que confío, al que le entregó su corazón la había abandonado.
Su ropa ya no estaba, se había llevado todo, inclusive el amor que decía sentir.
Su matrimonio había durado menos de lo que en algún momento imaginó. Todo se había acabado.
Y ahora estaba sola, no tenía a nadie.
La puerta sonó y por instinto se levantó con rapidez, confiando en que era él. Pero no.
La mujer frente a ella con su rostro lleno de arrugas ingresó al apartamento sin pedir permiso alguno.
—Señora, en este momento no la puedo atender. Le pido que se retire.
—¿Me pides que me retiré de mi propia casa? ¡Qué gran ridiculez! —la mujer se quejó y comenzó a revisar el lugar.
—No estoy jugando le pido que se vaya.
—Mira, tampoco quiero estar acá, pero vengo a pedirte que te vayas, no has pagado el último mes y ya me llegaron nuevos inquilinos que quieren arrendar el lugar.
—Llevo viviendo aquí desde hace más de cinco años, solo me atrasé un mes. ¿No podría ser más considerada?
—No, no puedo ser considerada. —Elena sintió como su rostro se calentaba escuchándola.
—Está bien, le pagaré. Deme unos días para poder conseguir el dinero, me quedé sin trabajo y…
La mujer levantó su mano evitando que ella continuara hablando. Elena tenía una opresión en el pecho, sin trabajo, sin dinero y sin el hombre que amaba.
—No hago obras de caridad. Si no tienes dinero te puedes ir de una vez. Tienes una hora.
Elena apretó sus manos con fuerza. Era un pueblo pequeño, ya había recorrido diferentes cafeterías, diferentes lugares que posiblemente la pudieran contratar, pero no.
Y ahora no solo se iba a quedar sin casa sino que también posiblemente su padre se quedara sin un lugar en donde vivir si no le enviaba dinero lo más pronto posible.
Ella tomó todas sus cosas al ver la negativa de su arrendataria, debía continuar con su vida a pesar de que estuviera destruida por dentro.
Algunas horas después Elena descendió de aquel autobús que la conducía a una de las ciudades más importantes. Una en donde estuviera lo más lejos posible de su vida y no pudiera pensar en todo lo que estaba pasando a su alrededor.
La noche iba cayendo y su estómago sonaba. Elena movía sus ojos con rapidez obligando al llanto a no aparecer.
Ella miró la hora, tomó aire y decidió caminar para buscar el lugar más apropiado para dormir.
De un momento a otro un sonido la aturdió, y el reflejo de unas luces acercándose fue lo último que ella vio. Elena cayó al suelo luego de que el carro de Thiago la atropellara.