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Capítulo 4

Kiera

Un momento que podría cambiarlo todo, y eso me hacía querer detenerme. Pero al final llegué.

Él se levantó de su taburete.

―Hola ―saludó.

No conseguí responder. Me concentré en acomodarme con la mayor gracia posible en el taburete, lo cual no fue tarea fácil, pues giraba con facilidad.

Él, en cambio, plantó un pie en el suelo al sentarse.

Fue entonces cuando noté lo alto que era. Calculé que la parte superior de mi cabeza apenas le llegaría a los hombros.

Llamó al camarero y se volvió hacia mí, con una sonrisa.

―¿Qué quieres beber?

Decidí mostrar confianza. Nunca me había sentido especialmente segura de mi propio encanto, pero si él me había notado, sin duda había algo que podía aprovechar.

Estar en su presencia me hacía sentir más sexy y deseable que nunca.

Pasé la punta de la lengua suavemente por el interior del labio superior mientras pensaba un segundo, y las palabras salieron de mi boca como mantequilla.

―Un Sex on the Beach estaría genial.

No parpadeó.

Su mirada se detuvo con audacia en mis labios, pintados de un rojo intenso, y luego alzó los ojos hacia los míos.

A primera vista había pensado que sus ojos eran grises, pero resultaron ser verdes. Un tono verde aguamarina, hipnotizante.

—Señor... —llamó el camarero.

Desvió su mirada de la mía para hacer el pedido.

—Un Macallan para mí, y un Sex on the Beach para la señorita.

Me deleité con el tono ronco de su voz. Sonaba tan suave y tranquilo, pero la autoridad implícita era inconfundible.

Volvió a fijar su mirada en mí.

—Mi nombre es Dorian Quilian. —Extendió la mano.

Me detuve un instante, dándome cuenta de que ni siquiera nos habíamos presentado. Acepté la mano que me ofrecía y respondí:

—Soy Kiera... Kiera Catrell.

—Supongo que eres estadounidense —dijo.

Mi mirada se quedó en nuestras manos unidas mientras retiraba la mía lentamente, casi convencida de que se estaban quemando por el contacto con la suya.

—Lo soy.

Pensé en decirle que era de Indianápolis, pero no creí que fuera necesario. Esta noche era para que dos desconocidos se encontraran en un rincón del mundo distinto, eligiendo disfrutar de la compañía mutua por un rato.

Quizá sería solo por esta noche, así que cuanto menos supiéramos el uno del otro, mejor. Pero, ¿qué esperaba realmente que pasara entre nosotros esta noche?

Nunca había tenido una aventura de una noche. Nunca creí que fuera capaz de tener una, pero ahora, al mirar al hombre increíblemente atractivo que tenía frente a mí, era todo lo que deseaba. Podríamos pasar juntos las horas que quedaban de la noche y, antes de que saliera el sol, desapareceríamos de la vida del otro tan rápido como habíamos entrado.

Me encantaba la idea.

—Soy de Minnesota —dijo.

—Ah, yo soy de Indiana —respondí, decidiendo seguir su ejemplo y tomar cada momento tal como se presentara.

Entonces nos sirvieron las bebidas y él llevó su vaso a los labios para dar un sorbo.

Noté que nuestras piernas se tocaban. Su rodilla, cubierta de mezclilla, rozó la piel expuesta de las mías. Un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo.

—¿Qué te trae hasta Turquía? —preguntó.

—Solo unas vacaciones rápidas —contesté—. Con amigas.

—¿Y cuánto tiempo piensas quedarte?

—Unas dos semanas.

—Hm. ¿Y llevas aquí...?

—Dos días —respondí—. ¿Y tú?

—Estoy aquí por negocios. Es mi primera vez en este lugar, y me ha sorprendido lo hermosa que es esta ciudad. Quizá extienda mi estancia para tomarme unas vacaciones en condiciones. Ahora que estoy aquí, creo que las necesito.

Sonreí.

—¿Y quién no? —Levanté el vaso y el líquido humedeció mis labios mientras mi mirada bajaba al trozo de piel oliva, rica y tersa, que asomaba bajo su camisa blanca. No podía apartar los ojos. La manera en que el tejido se ajustaba a su torso era puro arte. No estaba ceñida, pero lo suficiente para insinuar el cuerpo esculpido que ocultaba debajo.

Miré hacia la pista, donde los adultos jugaban como niños, y ahora deseaba estar allí, en medio de todos, con él.

Muchos se habían quitado capas de ropa. Sería la excusa perfecta para que él hiciera lo mismo. Pero, de alguna forma, no podía imaginarlo en ese escenario. Parecía demasiado... respetable para revolcarse en burbujas. Y esa idea me hacía sentir feliz y triste al mismo tiempo.

—¿Y a qué te dedicas en Indiana? —preguntó.

Lo único que quería era que me besara de una vez. El intercambio de información me parecía demasiado lento, sobre todo después de haber salido de una no-relación con un tipo que había conocido en internet. Estuvimos hablando durante unas tres semanas antes de decidir vernos. Más adelante, tras algunas citas, descubrí que se dedicaba a mentir compulsivamente para encubrir su menguada autoestima por tener treinta y cinco años y estar desempleado, algo que había olvidado mencionar.

Así que mi entusiasmo por una relación seria estaba en cero, especialmente teniendo al hombre deslumbrante que ahora tenía a mi lado. Mi cuerpo vibraba de deseo por él, y quería darle lo que pedía: su boca en la mía, en mí.

—Trabajo en marketing —respondí.

—Oh —dijo—. Yo también estoy en el mundo del marketing. De hecho, estamos aquí trabajando en la nueva campaña de la marca Splash.

—Oh, los conozco, pero ¿no son principalmente de Dubái? ¿Van a abrir una sucursal aquí?

—Así es. Nosotros estamos a cargo del marketing y la publicidad para el lanzamiento de fin de año. ¿En qué agencia trabajas tú en Indiana?

—Steer Point. Probablemente no la conozcas, somos bastante pequeños. Nos dedicamos al marketing digital en el área metropolitana.

—Interesante —comentó—. Nunca he estado en Indiana, pero quizá un día me anime a visitarlo, ahora que ya conozco a alguien allí.

—Serás bienvenido —le dije, sin poder contener la sonrisa. Maldita sea, era tan magnético.

Se inclinó hacia mí.

Me detuve, sobre todo cuando sus ojos se clavaron en los míos. No me atreví a respirar. Había algo en su mirada que resultaba tan absorbente que no podía precisar qué era.

—Eres increíblemente hermosa, Kiera —dijo.

—Gracias —susurré—. Tú eres... tú eres hermoso también.

Se recostó y soltó una carcajada.

—Nada comparado contigo, pero recibo el mensaje.

—Lo digo en serio, eres hermoso también... Oh, Dios. No quise decir bonito... quería decir que eres atractivo.

Una enorme sonrisa apareció en sus labios deliciosos mientras colocaba su mano sobre la mía en la barra y, una vez más, se inclinaba hacia mí.

—Me alegra saber que piensas así. Espero que no tengas novio, Kiera. Porque creo que no puedo esperar mucho más para besarte.

Dejé de respirar.

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