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Capítulo 3

Kiera

Las horas que siguieron fueron completamente anodinas.

Ya más sueltas después de unos tragos, Brynn y yo terminamos bajando a la pista de baile. Pero nos mantuvimos en un rincón seguro, moviéndonos con torpes espasmos la una con la otra y luego haciendo pausas, cansadas, para observar al resto de la multitud.

Parecían todos frotarse y retorcer sus cuerpos unos contra otros al ritmo de la música ensordecedora.

Maris andaba por ahí en medio de ellos, pues hacía rato la habíamos dejado libre para que disfrutara la noche de la forma tan salvaje como ella quería.

Pronto, Brynn ya tenía ganas de regresar a casa, y yo también, pero una parte de mi corazón seguía albergando la esperanza de volver a ver al chico atractivo. Así que me resistí, ignorando sus sugerencias de irnos.

―Cuando empiecen las máquinas de espuma, nos vamos ―le dije. Así que seguimos ahí.

No pasó mucho antes de que las máquinas comenzaran.

Después de un anuncio que nadie logró entender entre el estruendo de la música, las luces se apagaron de golpe, sumiendo al club entero en una oscuridad aterradora. Entonces sonó el ruido de las máquinas encendiéndose. Las luces regresaron y desde el techo comenzó a caer espuma de jabón a presión.

La multitud enloqueció.

―Hora de irnos ―dijo Brynn, y me tomó de la mano mientras intentábamos salir de la pista, pero la gente se agitaba como loca. Todo y todos parecían haberse colocado justo en nuestro camino, así que abrirnos paso por la barandilla hacia las escaleras de salida se volvió cada vez más complicado.

Mi estómago se revolvía ante la posibilidad de quedar atrapadas en medio, sin poder escapar antes de que la espuma empapara a todos. También me preocupaban mis sandalias. Eran de tacón bajo y cómodas, pero me habían costado una cantidad ridícula, y no tenía en mis planes arruinarlas aquella noche.

Una nube de espuma empezó a flotar hacia nosotras, pero por suerte un grupo de medio borrachos la atacó de inmediato. El centro del club se cubría de espuma rápidamente y el tiempo se nos agotaba.

―¡Quítense de en medio! ―gritó Brynn, tirando de mí.

La seguí divertida.

Por fin llegamos a las escaleras antes de que la cosa se saliera de control, y solté un suspiro profundo de alivio.

Brynn soltó mi mano y yo me aferré a la barandilla, pero de pronto resbalé con algo mojado y empecé a caer.

Una mano se cerró de golpe en mi brazo, manteniéndome erguida, y logré recuperar el equilibrio.

―Muchísimas gracias ―dije, y levanté la mirada para ver quién me había salvado.

Era él.

Todo el ruido externo pareció desvanecerse, y durante unos largos segundos no pude decir nada, hasta que escuché a Brynn llamarme por mi nombre.

―Ya voy ―le grité, y me acomodé un mechón de cabello rizado tras la oreja mientras lo miraba―. Gracias.

―De nada ―respondió, retrocediendo hasta asegurarse de que yo estuviera en terreno firme. Me giré para marcharme, con las rodillas temblorosas.

Entonces me llamó.

―¿Puedo invitarte un trago?

Casi me fallaron las piernas otra vez. Me volví y asentí con demasiado entusiasmo, tuve que contenerme.

Sonrió, quizás encontrándome encantadora. Eso esperaba.

―Pero tengo que hablar con mi amiga un momento ―dije―. Luego me acerco.

―Claro ―respondió, y siguió su camino.

Volví aturdida con Brynn.

Ella ya se había pedido otro trago y esperaba.

―¿Quién era?

―El tipo que desapareció antes ―le contesté.

Por un momento su rostro se quedó en blanco. Luego cayó en cuenta.

―Ahhh… oh.

―Si te giras a mirarlo, te juro que te pego ―le advertí entre dientes.

Se rió, pero igual le echó un vistazo.

―Es la segunda vez esta noche que me amenazas por culpa de ese hombre.

―Lo siento ―murmuré―. Estoy tan nerviosa… no sé por qué.

―Oh, yo sí sé por qué ―asintió―. Está buenísimo. Esos hombros anchos y esas piernas largas le vuelven loca a cualquiera.

No pude evitar reír.

―Bueno, me voy. Me va a invitar un trago. Perdona que te deje sola.

―No pasa nada. Yo te vigilaré… ―miró hacia la pista aún enloquecida― y trataré de ver si es posible encontrar a Maris. Esta escena me hace preguntarme si alguna vez maduramos, porque lo que veo ahora mismo son un montón de niños de cinco años. Están como locos por unas burbujas. No lo entiendo.

―Eres un alma vieja, Brynn ―le dije.

―¿Qué? Tú tampoco lo entiendes.

―Sí, pero no quiero mojarme.

―Bueno, con él ahora en escena, estoy segura de que ya estás mojada.

Le di un manotazo en el brazo.

―¡Ay!

―¿Cómo me veo?

―Preciosa ―dijo.

―¿Tengo lápiz labial en los dientes? ―pregunté, sonriendo lo justo para mostrarle mis dientes.

―Todo bien ―me aseguró.

Solté un suspiro profundo.

―Nos vemos luego.

―Diviértete ―me gritó mientras me alejaba.

Caminé hacia él. Con cada paso que daba, sentía que avanzaba hacia un momento importante.

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