




Vida Extraña
—Pensé que no vendrías, estas obsesionada con tu peso tanto que ni comes —Recriminó la mujer de Zamir con un tono de envidia, siempre me miraba con desprecio a causa de que a su esposo se le iban los ojos tras de mí. Yo no tengo la culpa de ser tan hermosa.
—Buenos días —Musité con educación obviando ese absurdo comentario y sentándome como toda una dama en mi puesto, justo al lado de Murat.
—Estas increíble, sabía que ese atuendo te quedaría bien —Indico viendo cada detalle para grabarlo en su mente.
Un plato con frutas, cambures, duraznos y fresas era todo lo que acompañaba la comida más importante del día según los expertos, mientras que en los platos del resto se podía apreciar pan, jamos, queso y demás ingredientes apetitosos a mis ojos, pero el físico es importante para mi amado, los defectos le molestan e incluso me atrevería a decir que le causan cierto asco, debo ingerir solo esto para poder mantenerme justo como él lo disfruta. Mi cara de insatisfacción era evidente tanto que las risas de la molesta mujer no se hicieron esperar, su presencia era tan sofocante que comprendo el hecho de que ni su pareja pueda pasar escasas horas a su lado sin embriagarse con completo.
—¿No quieres estar flaca? Eso es lo único que puedes comer para eso, de lo contrario engordaras y nadie va a quererte así —Decretó la dama con una frialdad que hacía temblar a cualquiera.
—¡Ya cállate! ¿Será que podemos comer con tranquilidad sin tus comentarios odiosos dañándonos el día? —Ordeno Zamir tío de mi amado que también tuvo el control de los negocios antes de encargarlo de todo a él, en este momento era el sub jefe, es decir sin su consentimiento ningún acto era ejecutado.
—¡A ti te molesta todo lo que yo hago! Ya no es en realidad que es lo que quieres de mí, estoy harta de que me faltes el respeto en mi cara pasándome a tus amantes por enfrente —Gritaba Yllka fuera de sí, en sus habituales discusiones delante de todos los integrantes de la familia.
—Madre ¿Quieres comportarte? Lo que queremos de ti es que te calmes y actúes como la mujer afortunada que eres, tienes todo lo que quieres sin necesidad de ensuciarte las manos —Espetó Skender, el abogado de la familia con malestar, este se avergonzada de la regordeta mujer que para calmar sus frustraciones comía sin parar por días enteros, no podía culpar a su padre por no desearla, siquiera por traer amantes a la casa, este era un tipo mayor con una historia criminal amplia, no podía darse el lujo de salir fuera de las instalaciones seguras de la mansión.
—Yo no le importo a nadie en este mísero lugar, no puedo continuar así, sería mejor estar muerta que continuar con su indolencia —Quejo la chica llorando sin parar.
—Sí que sabes cómo arruinarnos el momento. Ya me voy a trabajar —Musitó su otro hijo con desprecio, esta señora que tenía en frente no era ni la sombra de aquella que los cuido y enseño en su temprana infancia, este se resguardaba en los laboratorios encontrados debajo de las empresas que se tenían de pantalla, en donde se realizaba la magia, los componentes se unían y nuevas formas de hacer dependientes a los consumidores surgían.
—Yeshe, hijo mío, no me trates así, tú eres mi bebe aun —Suplico la madre en búsqueda de la ternura del químico.
—Vente conmigo para que dejes a papá solo por unas horas, así puede descansar de tus quejas —Ordenó este sin poder soportar el llanto de la dama.
Ambos salieron del lugar agarrados de la mano, solo Yeshe era capaz de dominar a la fiera, el resto solo la evadía intentando no enfocarse en sus palabras nocivas, su concepto era el peor de todos los miembros de este clan, como ella se sentía infeliz, quería hacer que todos lo fueran junto con ella, de allí que se hiciera imposible mantener siquiera una conversación trivial con ella.
—Tremendo espectáculo, eso es lo que me gusta de esta casa, la diversión está a la orden del día ¿Nos vamos jefe? —Rompió el silencio incomodo que quedo Pellumb, uno de los niños adoptados por el papá de mi amado y que en la actualidad trabajaba como el brazo ejecutor de las personas que no deseaban dejarnos en paz.
—Que seriedad, después de todo los cuatro somos hermanos, aunque ustedes no provengan de la misma madre, eso que importa —Aporto Rezart, hermano biológico de Murat que por ser menor no fue tomado en cuenta para liderar los negocios quedando únicamente como superior, cargo que le queda genial dado su amplio sentido del humor con el que logra conquistar a personas y que estas hagan todos lo que ellos no deseen. Aunque en el fondo se siente relegado.
—Ese tema no me gusta, solo vámonos y ya —Expresó Merkush el segundo de los adoptados que por un fuerte golpe en la cabeza perdió la capacidad de meditar las cosas antes de hacerlas, esto lo convertía en un mercenario perfecto.
—Yo también debo irme —Dije levantándome de la silla después de luchar con la comida.
—Estamos en contacto, llámame por cualquier cosa, estaré atento —Concluyó Murat despidiéndose seguido de todos esos hombres que, sin su mirada, se fijaban en mi con las peores intenciones, gracias a las cámaras me siento segura en esta “Tierra de nadie” como debería llamarse este rancho.
Mi chofer me estaba esperando afuera con la puerta de atrás abierta, hacia años que brindaba sus servicios, pero para conmigo le tenían prohibido hablarme, entre todos se encargaban de tenerme totalmente aislada por miedo a que pueda ser infiel en la menor oportunidad, como si la pobreza fuese excitante, claro esto se debe a la esposa del mismísimo Afrim Hoxha, la cual fue descubierta mientras se dejaba tocar por el jardinero de sus tierras en Albania, el último en esterarse de todo fue su marido, el chisme volaba como pólvora sin que alguien fuese capaz de contarle la verdad, solo por las habladurías confirmo sus sospechas y al preguntarle a ella por la verdad en el relato, la mujer negó todo en su presencia, escapándose junto a este tipo después, abandonando a sus dos hijos propios y dos de crianza atrás. Nunca volvió a saberse nada de ella, ni una postal, una llamada o mensaje… Nada. Esto dejo a la familia consternada supongo que por eso son tan estricto con las mujeres, para cuidarlas de actos de locura.