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—¿Qué? —solté, levantando una ceja. Toda la situación debería haber sido obvia para él—. El arma de una chica es su cara, ¿sabes? —dije, medio en voz baja, mientras guardaba mi teléfono en el bolso. El golpe no había arruinado exactamente nada.

Él no respondió, solo continuó mirándome, con esa leve...