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03

La mañana llegó rápidamente y, cuando Lila abrió los ojos, tuvo que parpadear varias veces para orientarse. Al principio, se sintió desubicada, pero luego comprendió que estaba en la suite presidencial. Casi grita al darse cuenta de que estaba completamente desnuda; incluso con las sábanas blancas cubriendo su piel, se sentía expuesta.

La vergüenza la invadió al recordar todo lo que sucedió la noche anterior. Su piel pálida se tornó roja y llevó ambas manos a la boca, sorprendida.

—¿Qué he hecho? —murmuró, aturdida, incapaz de escapar de la vergüenza que la consumía. Las imágenes de la noche anterior corrían velozmente por su mente, y la incomodidad la atrapaba en un ciclo de desesperación sin fin.

No podía creer que había terminado en la cama con su jefe, ese amigo de años, un cruce de límites que jamás pensó que cruzaría.

De repente, su expresión se tornó furiosa al recordar una conversación telefónica reciente con su novio, ese patético imbécil que la había engañado. Llevándose las manos a la cabeza, intentó reflexionar sobre cómo había permitido que su despecho la llevara a esa situación.

—¿Por qué lo permití? Ethan estaba ebrio y yo debí detenerlo. No puedo creer que lo hicimos. Esto es terrible.

Mientras hablaba consigo misma, la puerta se abrió de golpe y sintió que su corazón casi se escapaba del pecho.

—Buenos días, Lila. No creo que sea bueno para mí perderme la reunión programada.

Antes de que pudiera articular palabra, todavía aferrada a las sábanas, lo miró. Ethan ya estaba vestido con un lujoso traje gris que le sentaba de maravilla, su cabello perfectamente peinado, luciendo impecable.

—Yo...

—Date prisa. Esa ropa que ves allí es para ti —declaró, señalando hacia un elegante vestido, junto a accesorios y zapatos.

Lila abandonó la cama y se dio una rápida ducha, sintiendo cómo la adrenalina recorría su cuerpo al pensar en el poco tiempo que le quedaba. No quería ver arder su mundo, lo que significaría ver a su jefe molesto. Casi como un rayo, se vistió, apenas tuvo tiempo de mirarse en el espejo, pero hizo su mejor esfuerzo por verse presentable.

La incomodidad se hizo palpable en el deportivo, donde ambos viajaban en silencio. Ninguno de los dos se atrevió a hablar sobre lo sucedido.

—No me dijiste que eras virgen. ¿Por qué no lo hiciste? Tal vez habría sido más cuidadoso. ¿Acaso tú y Thomas nunca lo intentaron? —preguntó Ethan, rompiendo el silencio.

Lila no podía creer que estuviera tratando ese tema tan frívolamente. Sus mejillas ardieron y su respiración se volvió pesada.

—Es tan vergonzoso. En primer lugar, no debimos hacer nada, y en segundo lugar, no hay necesidad de hablar de algo tan personal como eso. Además, no fuiste brusco conmigo —agregó, pero pronto se arrepintió—. Yo...

—Entonces me quedaré tranquilo. He usado protección —añadió él, aliviado.

Ella sintió cómo la vergüenza se intensificaba y entrelazó sus manos en un gesto nervioso, tratando de mantener la calma. No surgió otra palabra entre ellos y, cuando se dieron cuenta, habían llegado a la oficina. El muro de la formalidad volvió a elevarse entre ellos, y el profesionalismo se impuso sobre lo que había sucedido.

Durante la reunión, Lila se ocupó de modificar el itinerario en su escritorio. Pasaron casi dos horas antes de que Ethan regresara, y la incomodidad volvió a invadirla. Cuando se plantó frente a ella, no pudo evitar sentir que su mente colapsaba.

—Lila, sabes que tenemos que hablar de lo que sucedió. Ven a mi oficina.

Aunque se dirigió a su oficina, no estaba de acuerdo y se lo hizo saber. Tomaron asiento en el sofá.

—Ethan, creo que lo mejor será que lo olvidemos. Hagamos de cuenta que nunca pasó.

Su mirada azulada se clavó en ella, atravesándola como un puñal.

—No sé si recuerdas, pero anoche fue la primera vez que pude decirte lo que siento por ti, y no me arrepiento de lo que ocurrió. Para mí, no ha sido un error.

—¿Eres consciente de lo que eso significa? No insistas en algo más cuando solo podemos ser amigos. No arruines nuestra amistad.

—No se puede llamar amistad después de lo que ha pasado —respondió con una sonrisa amarga.

Ella resopló.

—No insistas.

—¿Es por ese idiota? Thomas nunca fue un buen hombre para ti. Siempre eres tú la que intenta hacer que esa relación funcione.

Bajó la cabeza.

—Esa relación ya no existe. Se ha terminado, ayer se acabó. Me ha sido infiel —admitió, frustrada.

Él se quedó sorprendido pero se recuperó rápidamente.

—Lo siento mucho, aunque sinceramente siempre supe que ese tipo fue un patán. ¿Quieres que me encargue de darle su merecido? Lila...

—No —lo miró seria—. No quiero que hagas nada. Y, por favor, deja de insistir en algo romántico entre nosotros, porque eso nunca podrá existir.

Se levantó decidida a marcharse, pero él se acercó rápido y le tomó del antebrazo. Ella se encontró con su mirada intensa, una mezcla de anhelo y desesperación.

—No te dejaré ir. Te quiero, de verdad, Lila. ¿Por qué me desprecias? —casi rogó.

—No lo hago. Te aprecio como amigo, pero no puedo ignorar que somos tan distintos. Mereces a alguien de tu nivel, Ethan. Seamos razonables, por favor —se soltó de su agarre y salió de la oficina.

Él sintió ese rechazo como un golpe en el estómago, y la furia comenzó a brotar en su interior. Justo en ese momento, su teléfono sonó. Era su padre, Marlon.

—Padre, estoy en la oficina. ¿Qué pasa?

—Los padres de Victoria Evans están interesados en una alianza. ¿Qué esperas?

—¿Qué? ¿Por qué lo haría? Todo va bien con la compañía.

—No seas tonto. Es hora de sentar cabeza. Además, tienes treinta años; es momento de formar una familia.

—No lo haré.

—Hazlo si quieres permanecer en la presidencia de la compañía.

—Padre, no puedes condicionarme de este modo, es injusto lo que estás haciendo.

—Algún día me lo agradecerás; es por tu propio bien, hijo.

Antes de que pudiera replicar, la llamada se cortó.

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