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Capítulo 4

Ariadna lo miró con sorpresa.

—¿Matar? El Alfa Gregorio murió de muerte natural.

Bruno negó con la cabeza.

—¡Es mentira! Él me citó días antes y me aseguró que estaba siendo envenenado, pero nadie me creerá.

Ella cerró la puerta.

—¿Cómo planeas buscar a su asesino? Es obvio que estando lejos de la élite, de los banquetes y demás, no lo vas a lograr. Ese es el mundo donde encontrarás información.

Bruno sonrió, le señaló la silla mientras la observaba frunciendo el ceño con una sonrisa coqueta.

—¿En verdad quieres tanto vengarte?

Ariadna suspiró; no podía olvidar lo que sucedió. La humillación de la que fue víctima quiere cobrarla con creces.

—Sí, no me importa lo que tenga que hacer —gruñó.

—¿Serás mi destinada? —bromeó el lobo.

Ella suspiró.

—Este matrimonio es falso, los dos lo sabemos. Cada uno tendrá una ganancia, pero será por tiempo limitado, quizás dos años.

—¿Estás segura? Como loba no te conviene cargar con un matrimonio destruido en tus espaldas —Bruno la observaba de arriba a abajo, pero se detenía a mirar sus labios carnosos.

—Te equivocas, estoy más que segura de que los lobos estarán aún detrás de mí.

Ella extendió su mano. Bruno sonrió nervioso; había algo en este trato que le agradaba, quizás era estar cerca de ella

—Acepto.

Ariadna suspiró nerviosa.

—Debes hablar con mi padre; agendaré una cita para ti el fin de semana. Vamos a tu habitación.

La loba lo obligó a que la siguiera. Este sonrió.

—Yo encantado de empezar nuestra vida marital —le susurró al oído.

Ariadna le dio un pellizco en el brazo, y empezó a mirar el clóset del lobo, acomodando las prendas que debía usar ese día, algo elegante.

—¿Crees que tu papá me acepte?

—Es muy probable que no, por eso debes convencerlo de que nos amamos. Es la única manera de que me deje casar contigo.

Ariadna bajó las escaleras y se tropezó con Lola, que parecía estar atenta a los movimientos de la loba.

—¿Por fin se va? Espero que entienda que no es bienvenida en esta casa ni en la vida de Bruno.

Ariadna sonrió.

—Mire, señorita, se tendrá que acostumbrar a verme y obedecerme porque seré la señora de esta casa.

Lola abrió los ojos y subió las escaleras. Bruno suspiró aún en su habitación sin entender la locura que estaba por hacer.

—¡Dime que no es verdad! Es imposible que te cases con ella, es diferente a nosotros —la voz de Lola se quebraba.

—Lo haré. Ariadna será mi esposa, y te pido que te comportes y olvides los sentimientos que tienes por mí.

Pasan los días...

Henry sabía que su hija tramaba algo; estuvo todo el día en la cocina preparando los platillos que su madre cocinaba en eventos especiales.

—¿Qué sucede? Te conozco y esta actitud es por algo —frunció el ceño.

Ariadna escuchó la puerta.

—Lo entenderás.

Gira y ve a Bruno; se había colocado ropa de campo, lejos de aquel traje elegante que ella había preparado para él.

—¡¿Qué estás haciendo?! —la loba gruñó enojada.

Bruno se acercó con caballerosidad y le dio la mano a Henry, un fuerte apretón.

—¿Qué haces aquí? Estamos algo ocupados, pero puedes venir otro día —Henry sonrió gentil.

—Es a él a quien esperamos. Bruno y yo hemos decidido casarnos —Ariadna agachó la mirada sintiendo vergüenza.

—¿Están locos? ¿Es una broma? Bruno, sé que eres un buen lobo a pesar de tu condición, pero Ariadna hace esto para vengarse de la traición de Nicolás y no es correcto.

—Papá, yo...

—Es verdad, señor. Ariadna quiere vengarse de Nicolás, pero yo la amo. Sé que podemos ser felices, aunque parezcamos polos opuestos.

Bruno se acercó con seguridad a Henry; a él le agradaba la franqueza del lobo.

—¿Por qué quieres hacer esto? Conozco a mi hija, está lejos de entender que no puedes darle la misma vida, que incluso será rechazada.

—Le repito, lo hago por amor. Deme la mano de Ariadna y le juro que ella me amará y seremos felices.

Ariadna tomó la mano de Bruno.

—Papá, si no me concedes, yo me escaparé con él y las habladurías acabarían con todo.

Henry suspiró.

—Está bien, acepto la boda, pero exijo una condición: Ariadna debe irse a vivir contigo.

La loba abrió los ojos.

—¿Pero... ese lugar?

—Serás la esposa de Bruno, y aunque me duele, deberás estar a su lado. Es lo que quieres, ¿no es así?

Ariadna creía que su padre la estaba retando, que la creía incapaz de vivir en la humildad.

—Acepto lo que me pides.

Henry le dio la mano a Bruno. El lobo sacó un anillo con un pequeño diamante y se lo colocó en la mano. Desde hoy, Ariadna era la prometida del bastardo del Alfa.

La noticia del casamiento de Bruno, el hijo bastardo del Alfa, y Ariadna se esparció por todo el lugar.

Empezaron los rumores, los susurros, en los que Nicolás no terminaba de todo bien, pues creían que con esto el Alfa no era respetado y solo era un payaso burlado.

El lobo intentó buscar en varias oportunidades a Ariadna para hablar, pero ella se negó a verlo; le repitió que solo lo vería el día de la boda.

Su padre organizó una fiesta rápida, completamente diferente al gran banquete que tenía preparado cuando su hija se casaría con el Alfa, pero entendía que esta era la decisión que ella había tomado.

Ariadna se colocó un vestido más sencillo, se vio al espejo y suspiró nerviosa.

—¿Estás segura? Mi pequeña, aún puedes arrepentirte —la nana de la loba intentó hacerla retractarse.

—Yo...

Se sentía llena de nervios.

La loba abrió la puerta. Nicolás entró con su complicidad; Ariadna abrió los ojos.

—Vete de aquí. Eres mi Alfa, pero si mi padre autorizó que me case, así se hará.

Nicolás la tomó del cuello y la b

esó.

—No hagas esto, escapemos. Estoy dispuesto a dejar incluso el título de Alfa por ti.

La loba se paralizó.

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