




Capítulo 2. HAZLO EN UN IDIOMA QUE ENTIENDA (2)
El timbre de la casa sonó despertándome. Mi mamá era el ser más despistado de la faz de la tierra, por lo que era propensa a siempre extraviar todo: cualquier juego de llaves, papeles, cartera, e incluso una vez el auto. Me levanté de la cama como un autómata y con mi cabello enmarañado y arrastrando los pasos bajé las escaleras para abrir la puerta.
—Mamá juro que te colgaré la llave en el cuello...—dije abriendo la puerta en medio de un inmenso bostezo—.
Abrí mis ojos cuán grande eran y ahogué un pequeño grito en mi garganta. —¡Mierda!—grité y cerré la puerta con tanta fuerza que bien pude haberla sacado de su marco. Casi de inmediato escuché las risas de Gabriel y Rámses al otro lado de la puerta, mientras intercambiaban palabras que no entendí.
¿Qué hago, que hago, que hago? Pensé corriendo en círculos por la sala. Mi cabello desordenado era imposible de arreglar, llevaba una camiseta rosa de las chicas súper poderosas y unos pantalones cortos.
—¿Vas a abrirnos?—preguntó Gabriel y lo escuché reprimir una risa
—Si, yo... ehm... voy— atiné a decir. Di un fuerte suspiro y resignada no tuve más opciones que abrir la puerta, sintiendo mis mejillas explotar de la vergüenza.
—Tu mamá dijo que te avisaría—dijo Gabriel entrando con paso ligero mientras inspeccionaba la casa.
Rámses entró detrás de él y cuando alcé la vista del piso donde la tenía clavada él me miraba con detenimiento, pasando su vista desde mis pies descalzos, mis piernas desnudas y mi escote. Cuando nuestros miradas se encontraron se ruborizó más rápido que yo y volteó de inmediato. Por instinto bajé la tela de mis pantalones cortos, que ahora se me antojaban diminutos.
—Nunca le dejes un recado a mi mamá—respondí en cuanto se sentaron en el mueble—, es la versión humana de Doris.
Un alma libre, como decían mis abuelos.
—¿Y Marypaz?—preguntó Gabriel en cuanto cerré la puerta. No pude evitar sentir la punzada de celos por su pregunta.
—Le avisaré que llegaron. Pónganse cómodos, ya regreso
—Linda pijama Bombón—dijo Rámses con tono burlón.
Lo fulminé con la mirada antes de subir a mi habitación a ponerme presentable. Llamé en estado de pánico y urgencia a Pacita y le exigí que llegase en cinco minutos, aunque eso era inhumano. Desenredé mi cabello y aplicándole crema logré domarlo y trenzarlo, y por fin me cepillé los dientes. Me coloqué unos pantalones holgados y una camiseta rosa que decía en letras negras "i'm a Khaleesi" y sintiéndome un poco mejor con mi aspecto, tomé los libros y apuntes y bajé las escaleras.
Gabriel veía televisión, algún canal de videos musicales. Rámses estaba en su mundo telefónico, sin despegarse de la pantalla.
—¿Vive muy lejos Marypaz?—preguntó Gabriel— quizás podamos ir a buscarla para que no se demore en llegar—sugirió.
—Pacita vive a quince minutos y la traerán sus papás. Pero gracias por el ofrecimiento, quizás si puedan llevarla cuando terminemos acá.
Mi amiga me amará después de esto. Acababa de asegurarle un paseo gratis con Gabriel.
Pacita tardó casi una hora, y Gabriel preguntaba por ella cada quince minutos interrumpiendo lo poco que avanzábamos en los estudios. Cuando por fin llegó lucía unos jeans ajustados, una camiseta negra sencilla y su cabello suelto cayendo en perfectas cascadas. Gabriel le dio una amplia sonrisa y una mirada dulce que hizo que mi alma cayese al piso.
Después de un par de horas estudiando sin parar, tomamos un pequeño descanso. Marypaz conversaba de a poco con Gabriel y me vi en la necesidad de mantenerme tan callada como su raro hermano para que ellos pudieran conversar. Tenía sentimientos encontrados, por una parte quería participar en la conversación, pero no quería robarle su oportunidad, me alegraba de que ella estuviese hablando, porque sabía que le costaba apartar su timidez, pero por otra parte era inevitable que me sintiese triste.
Ordené una pizza para todos y Gabriel le pidió a Marypaz que lo acompañase a comprar unos helados de postre y sin más se marcharon. Rámses, no había dicho ni una sola palabra desde que se burló de mi pijama. Suspiré con frustración, era un ser tan poco sociable que era exasperante, quizás si el conversara un poco pudiese distraer mis pensamientos de Gabriel. Lo vi metido dentro de su teléfono una vez más ignorando mi presencia, y no era que me importase si me notaba o no, pero era muy mal educado de su parte.
Su cabello castaño oscuro caía sobre su rostro, tapándolo. Lucía otra vez una camiseta negra de mangas largas y no se veía acalorado a pesar del calor que estaba haciendo. Se giró para buscar algo en su bolso y unas líneas negras dibujadas en su piel se escaparon desde el borde de su camiseta perdiéndose dentro de su largo cabello.
—¿Qué tanto me miras?—preguntó un poco molesto
—Tu tatuaje—dije con franqueza—, y tu falta de educación. ¿Siempre eres así de comunicativo?— mi sarcasmo lo había tomado desprevenido porque su rostro reflejó sorpresa.
Se levantó con una pequeña sonrisa bailando en la comisura de su boca y con paso seguro comenzó a subir las escaleras de la casa. Lo llamé para saber que pretendía pero me ignoró. Me levanté detrás de él. Lo vi asomarse en las habitaciones que consiguió, aunque estuviesen cerradas. Cuando llegó a la mía entró como si fuese suya y en silencio y curiosidad se acercó a detallar todo lo que en ella se encontraba.
Miró las fotos que tenía pegadas en la pared, todas de mis familiares y algunos amigos y conocidos. Se acercó a mi biblioteca y admiró todos los libros que había. Llegó hasta el escritorio y después de revisar por encima los papeles que había y un par de adornos se giró hacia mí.
—¿Terminaste de fisgonear?—pregunté con mis brazos cruzados. Por extraño que parezca no me sentía incomoda de que estuviese revisando mis cosas.
Alzó sus hombros en una respuesta despreocupada y se lanzó sin ninguna delicadeza sobre mi cama.
Alzó sus brazos por encima de la cabeza y cuando su camiseta negra se levantó noté más líneas negras en la poca piel de su costado que quedó descubierto. Me sentí de inmediato intrigada en ver sus tatuajes; las puntas de mis dedos picaron con desespero por trazar cada línea que tuviese dibujada. Sorprendida por mi deseo repentino, sentí como el calor se agrupaba en mis mejillas una vez más. Por suerte el timbre sonó y corrí escaleras abajo para recibir la pizza. No supe lo hambrienta que estaba hasta que olí el maravilloso Peperonni.
Detrás del repartidor entraron unos risueños Gabriel y Marypaz, con un tarro de helado bastante grande y algunas papitas fritas y golosinas adicionales.
—¿Y Rámses?—preguntó Gabriel buscándolo con la mirada.
—Estem... en mi habitación—dije apenada causando que ambos abriesen sus ojos intrigados.
El susodicho bajó con calma las escaleras jugando deliberadamente con la intriga del par de ojos que lo miraban. Pasó a mi lado guiñándome un ojo y yo solo giré los míos. Pude sentir la mirada escrutadora de Gabriel y lamenté la posibilidad de que pensara que algo había pasado.