




04
Se levantó de la silla, el sonido de la música retumbando en sus oídos de manera molesta. Contempló a Angeline, quien parecía profundamente feliz mientras su esposo compartía un abrazo con su padre. No pudo evitar sentir una punzada de celos y amargura ante aquella escena.
Apartó la mirada y se dedicó a buscar a la pelirroja, a quien no había visto después de hablar con ella minutos atrás. Se percató de una silueta que intentaba pasar desapercibida, aunque sin éxito, mientras caminaba tambaleándose hacia la puerta. Fue entonces cuando la reconoció.
Echó a andar hacia ella, y antes de que pudiera cruzar la salida, la detuvo agarrando su brazo.
—¿Q-qué haces? —arrastró las palabras, sorprendida.
—Te tengo una propuesta, pero hablemos en otro lugar —sugirió notando a su padre acercándose, con intenciones que no auguraban nada bueno.
Rápidamente, tomó la mano de Celeste y, sin darle tiempo a protestar, la arrastró fuera de la pista, decidido a evitar que su plan se estropeara.
—¿A dónde vamos...? —quiso saber Celeste, confundida, mientras salían por la puerta y se dirigían al estacionamiento.
—Ya lo sabrás —aseguró, manteniendo un aire de misterio.
—¿Ya se va, señor? —preguntó el chófer, y Leander asintió.
—Llévanos a mi departamento, por favor —ordenó, ayudando a Celeste a entrar en el auto, que parecía algo desorientada.
El chófer puso en marcha el vehículo y se alejaron del edificio, conduciendo por las calles iluminadas de la ciudad. Leander no pudo evitar reflexionar sobre lo que estaba haciendo.
Odiaba mentirle a su padre, pero no tenía otra opción. Sabía que, de no haberse retirado de la fiesta, Edward habría querido asegurarse de que Celeste realmente era su novia. Dado el estado de ella, habría sido evidente que no lo era. Huir había sido la mejor decisión.
Sin embargo, sabía que solo haberle contando que tenía novia no sería suficiente para convencer a su padre. Se le ocurrió entonces que podía hacerle creer que no solo salía con alguien, sino que también había pasado la noche con ella en su departamento. Aquello sería un reto, ya que todos sabían lo cuidadoso que era Leander al llevar a sus conquistas a su casa.
Pero Celeste no era una de sus conquistas; era más bien una solución, siempre y cuando aceptara la propuesta que tenía en mente.
La pelirroja, incapaz de mantenerse despierta a pesar de sus esfuerzos, terminó cediendo al cansancio y al alcohol, quedándose dormida casi de inmediato. Leander se debatió entre despertarla o cargarla hasta su departamento. Finalmente, optó por cargarla, aunque le preocupaba que al despertar pudiera malinterpretar la situación.
La sostuvo con cuidado mientras subían al ascensor. Pulsó el botón del último piso, donde se encontraba su suite. Con habilidad, logró abrir la puerta con ambas manos ocupadas y entró en su hogar, caminando hacia su habitación y dejando a la pelirroja suavemente en la cama.
Estaba a punto de retirarse y esperar en la sala a que ella despertara, cuando Celeste abrió los ojos con pesadez.
—¿A dónde vas? —balbuceó, sentándose en la cama y mirándolo fijamente. Luego palmeó el colchón y agregó—: Ven aquí...
Leander se acercó y se sentó en la cama, sintiéndose atraído por ella de una manera que no había experimentado antes. Aunque no estaba tan ebrio como ella, la confusión del momento nubló su juicio. Sus ojos se encontraron y él no pudo evitar contemplar su rostro, desde sus ojos azules hasta sus labios rosados que parecían tentadores.
Se preguntó si era normal que deseara besarla o si todo se debía al efecto del alcohol. Ante el silencio que se extendía entre ellos, decidió romperlo.
—Si te he traído aquí es para hacerle creer a mi padre que pasamos la noche juntos; eso le dará más credibilidad a nuestra supuesta relación —dijo, consciente de que su propuesta era arriesgada—. Aunque no tiene por qué pasar nada entre nosotros si tú no quieres...
Pero antes de que pudiera terminar, Celeste se inclinó hacia él y lo besó, sorprendiendo a Leander. Ella se apartó un momento para mirarlo, con una expresión atrevida.
—C-creo que esto es suficiente para decirte que sí quiero... —susurró entre sus labios. Leander, incapaz de contenerse, la besó de nuevo, esta vez con más intensidad.
La noche avanzó entre ellos, y aunque los detalles de lo que sucedió se desdibujaron en su memoria, ambos supieron que habían cruzado la línea.
Esa mañana, Celeste despertó sintiéndose desorientada y confundida. A medida que sus ojos se acostumbraban a la luz, comenzó a darse cuenta de que estaba en una habitación lujosa, lo que la alarmó aún más. De repente, sintió el calor de dos brazos que abrazaban su cintura desnuda, y su corazón comenzó a latir desbocado al recordar lo que había sucedido la noche anterior con Leander. La vergüenza la invadió, y se sintió aturdida por la necesidad de escapar.
“Debo salir de aquí”, pensó, intentando levantarse de la cama sin despertar a él, lo que resultó ser una tarea complicada. Pero justo cuando estaba a punto de lograrlo, Leander se despertó y la miró con una sonrisa pícara.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó, su voz todavía cargada de sueño—. Ni siquiera he terminado de hablar contigo.
Su voz tan masculina y ronca, le erizó la piel.
Celeste se sintió aún más confundida. ¿Cómo podía actuar con tanta normalidad después de lo que había pasado entre ellos? Quería ocultarse, desaparecer en la tierra, con la cara sonrojada por la vergüenza.
—No sé de qué estás hablando. No deberíamos estar en esta situación —respondió, levantándose de la cama con rapidez.
Leander también se incorporó, emitiendo un suspiro sonoro. Se quedó sentado en la cama mientras la miraba.
—Ah, tengo que contarte sobre la propuesta —dijo, adoptando un tono de voz más serio—. No me gusta ir por las ramas, así que te lo diré de una vez: quiero que aceptes ser mi esposa.
Celeste se quedó boquiabierta ante la inesperada propuesta. ¿Cómo podía decirle eso tan pronto? Mientras él le ofrecía su teléfono, ella comenzó a vestirse con una rapidez casi frenética.
—Lo siento mucho, no se en qué está pensando, esto no debió suceder. Y yo no aceptaré tu propuesta —aseguró, tomándose un momento —. Es tan irreal todo esto.
Él bufó.
—Llévate esta tarjeta y ponte en contacto conmigo —insistió y ella terminó cediendo casi forzada.
Sin más, salió de la habitación como un rayo, dejando a Leander allí, sentado en la cama, con una sensación de frustración. Sin embargo, había un presentimiento en su interior: sabía que, a pesar de la negativa, Celeste podría terminar aceptando su oferta.